“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian
se matan entre sí, por la decisión de viejos que se conocen y se odian,
pero no se matan”
Erich Hartman
Me da una pereza enorme hablar de la “crisis ucraniana”. De un lado, porque creo que se trata, como muy bien dice Javier Valenzuela aquí, de una película vista muchas veces. Los dos matones del colegio amenazándose para ver quién se come el bocadillo del pobre mentecato que lo tiene. De otro, porque con esta cortina de humo se están tapando otras cosas, desde las fiestecitas de Boris, las cacerías de Vladimir hasta los problemas de Joe con sus correligionarios y con los montaraces bufalinos contrarios.
Incluso en España, con esta presencia “ucraniana” se consigue mantener la opacidad informativa. Y así no nos enteramos de que hemos perdido dos puestos en el ranking de Transparencia Internacional y hemos retrocedido en el Índice de Percepción de la Corrupción (ICP), o se habla menos de cómo se ha descubierto la presunta corrupción de una concejala de Arroyomolinos (la oposición rescató de la basura tres bolsas de documentos) o se pasa página sobre la inmatriculación de bienes por la Iglesia que reconoce apenas mil “apropiaciones irregulares” de las más de 35.000.
Pero mi compromiso en esta columna es hablar de la sociedad civil y la milicia. Así que voy a ello usando el pretexto ucraniano, que a mí también me vale.
Vaya por delante que no me gustan ninguno de los actores de la película que señala Javier Valenzuela. Y como a él, tampoco me hacen gracia las veleidades imperialistas, procedan del muy capitalista americano, del no menos capitalista ruso ni del “socialismo real” del que Vladimir se declara indisimuladamente heredero.
Pero lo que menos gracia me hace de todo es que quien realmente sufre ante cualquier conflicto, armado o por armar, es la población civil. Ahora mismo estamos sufriendo en nuestras carnes las consecuencias de este conflicto. En el incremento brutal del precio de los carburantes, en especial el gas, tiene algo que ver esta especie de partida de Risk que se juega en tableros a los que no tenemos acceso, ni siquiera para conocerlos o saber de su existencia.
Sin embargo, siendo las consecuencias del conflicto sin armar muy importantes, serían mucho más serias si el conflicto llegara realmente a armarse. Y eso puede ocurrir en cuanto un descerebrado pegue un tiro (que a lo largo de la historia ha sido casi siempre patriótico, qué curioso) en medio del material inflamable de la testosterona de las recriminaciones mutuas que suelen ser, por parte de quienes mandan, más de cara a la galería que reales entre ellos. Viejos que se conocen y se odian forzando a morir a jóvenes que no se conocen. Y a sus familias y amistades.
El campo de batalla sería Europa y quien pagaría, una vez más, las consecuencias de un conflicto armado sería la población civil. Nos venden los “gurús” de la guerra que ahora se libra con “métodos científicos y quirúrgicos” como son los bombardeos “selectivos” o los drones de actuación militar. Pero a los “daños colaterales”, es decir, los muertos civiles en un ataque militar a una instalación (no siempre militar, en la guerra de Siria hemos visto cómo se bombardeaban “por error” escuelas, hospitales, campos de refugiados, edificios de viviendas, etc.) se unen ahora los que causan la última perversión: los “drones inteligentes”.
Son constantes los titulares sobre “errores” de estos “drones inteligentes”. Como en el recientemente caso reabierto del asesinato por dron de los niños Baker en las playas de Gaza: huían de otros bombardeos, pero el dron “inteligente” decidió que eran un objetivo. Israel dice que el error se debió a que los niños corrían por una zona de guerra. Una playa.
Dejar la guerra en manos de la Inteligencia Artificial es muy peligroso. Desde una visión puramente intelectiva, quienes sobramos en el mundo somos los seres humanos, una plaga que se extiende de forma incontrolada y acaba con los recursos naturales del planeta, así que deberíamos pensarlo dos veces, no vaya a ser que las máquinas actúen de forma inteligente y acaben con la humanidad.
Crear un clima prebélico y contribuir a que crezca, como pasa en muchos de los medios de comunicación, es tan irresponsable como soltar gas en una habitación de fumadores
Cuando colectivos importantes gritan "NO A LA GUERRA" no están haciendo un ejercicio de buenismo o de ignorancia. Es necesario plantarle cara a cualquiera que intente valerse de la fuerza para imponer sus argumentos y no tratar de calmarle. Y para eso hay que hacer cierta exhibición de fuerza. Pero fuerza firme y no agresiva ya que en teoría la OTAN es una alianza defensiva. Y no tener prisa en enviar armas al campo del posible conflicto, que las carga el diablo.
En el caso de los europeos es imprescindible que tomemos nuestro propio rumbo. La vocación atlantista tiene muchos (demasiados) huecos por los que se cuelan intereses que no son los europeos y se escapan la independencia social y política necesaria. Europa es el campo de batalla y sus civiles la moneda a pagar en caso de conflicto armado.
Crear un clima prebélico y contribuir a que crezca, como pasa en muchos de los medios de comunicación, es tan irresponsable como soltar gas en una habitación de fumadores. El riesgo de inflamación es demasiado alto. Y exponernos a él es suicida.
Lleguemos a acuerdos y no a descalificaciones constantes, a consensos y no a enfrentamientos. No dejemos margen al error humano o la acción imparable. No alimentemos el conflicto enviando tropas y armas a una frontera que separa en realidad intereses estratégicos imperialistas de los que estamos si no lejos, sí políticamente alejados, porque no podemos hacer valer nuestra voz. Y no hay que olvidar que cualquier conflicto sobre Ucrania se jugaría en Europa. Así que empecemos a buscar formas de convivir para evitar perder la vida.
____________________________
Joaquín Ramón López Bravo es abogado y periodista
“La guerra es un lugar donde jóvenes que no se conocen y no se odian