Un año más, y con éste son 23 consecutivos, la Asamblea General de Naciones Unidas ha pedido a los Estados Unidos el fin del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba. De los 193 Estados miembros de la Asamblea, 188 han apoyado la supresión del embargo, algo que está en línea con las opiniones que se extienden a lo largo y ancho de ese gran país, en el Estado de La Florida y también en Washington. Y así lo recoge la macroencuesta realizada por el Atlantic Council a principios de año, donde se aprecia un rechazo mayoritario al embargo más largo de la historia, que acumula no sólo sufrimiento entre la población cubana, sino también un coste económico superior al billón de euros.
Muchos son los medios de comunicación y las voces que se alzan en Estados Unidos contra el embargo a Cuba y ello obedece fundamentalmente a dos razones; la primera, la ineficacia del bloqueo, y la segunda, el perjuicio mutuo, pues no es sólo la Isla, sus autoridades y ciudadanos los que sufren sus efectos, sino también los norteamericanos. Como ha reconocido en diversos foros, y en sus propias memorias, la antigua Secretaria de Estado, Hillary Clinton, el embargo cubano es un escollo para el desarrollo y el crecimiento de las buenas relaciones político-diplomáticas del hemisferio americano, así como para los intercambios de todo tipo.
Es el momento de suprimir esta vieja figura de la política internacional y de iniciar una nueva era de colaboración entre Estados Unidos y Cuba. Sería muy recomendable que Washington siguiera los pasos de Bruselas y desmantelara el bloqueo; sería deseable que Estados Unidos cogiera la mano tendida y respetuosa que le ha ofrecido Cuba, y se iniciara una política de cooperación entre ambos Estados. Como todos los países miembros de la comunidad internacional, Cuba y Estados Unidos se enfrentan a retos y desafíos que, como el cambio climático o la seguridad en todas sus dimensiones, requieren de colaboración y confianza mutua en un plano de soberanía e igualdad.
Estoy convencido que las sinergias entre ambos países serían muy variadas y creativas, pues tienen un gran potencial de desarrollo. La colaboración entre ambos Estados tendría repercusiones inmediatas en toda América Latina y en buena parte del mundo, pues la diplomacia sanitaria impulsada por La Habana tiene el reconocimiento de los organismos multilaterales y de muchos Estados miembros de la comunidad internacional. La crisis del ébola así lo atestigua. Los beneficios que supone el envío de personal sanitario a Liberia, Sierra Leona y Guinea, no sólo incidirá en el control de la propagación del virus, sino también muestra a una Cuba humanitaria y solidaria que capta y suma voluntades en la comunidad internacional, como lo prueban las votaciones sobre el embargo de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Desde 1963, la diplomacia de las batas blancas ha situado en América Latina y África a más de 130.000 profesionales cubanos que, al margen de las divisas que ingresan, prestigian a Cuba y muestran su solidaridad internacional a pesar del sufrimiento y las carestías que provoca el bloqueo. Los sanitarios cubanos que combaten hoy el ébola en el Áfica Occidental trabajan con el ánimo de reducir las previsiones de la OMS que señalan que en dos meses habrá 10.000 infectados por semana. Ellos saben que la colaboración es la mejor arma para luchar contra el virus y para reducir las cifras de muertos.
Creo que el espíritu colaborativo impulsado por Cuba debe trasladarse, con el refrendo de la Asamblea General, a un escenario de diálogo con Estados Unidos, que toma conciencia de la ineficacia del embargo. De este modo, se podrá abrir el bloqueo y dar paso a la colaboración.
Un año más, y con éste son 23 consecutivos, la Asamblea General de Naciones Unidas ha pedido a los Estados Unidos el fin del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba. De los 193 Estados miembros de la Asamblea, 188 han apoyado la supresión del embargo, algo que está en línea con las opiniones que se extienden a lo largo y ancho de ese gran país, en el Estado de La Florida y también en Washington. Y así lo recoge la macroencuesta realizada por el Atlantic Council a principios de año, donde se aprecia un rechazo mayoritario al embargo más largo de la historia, que acumula no sólo sufrimiento entre la población cubana, sino también un coste económico superior al billón de euros.