Cruceros con miles de personas bloqueados en puertos de Hong Kong y Japón. Pasajeros sin poder salir de sus camarotes. Hospitales construidos en tiempo récord. Ciudades de millones de personas aisladas. Calles kilométricas que son fumigadas desde camiones. Pacientes aislados en cápsulas y sacados de aeropuertos entre medidas de seguridad extremas… La alerta por el coronavirus nos está dejando imágenes impactantes, sacadas casi de películas de ficción y que han dado la vuelta al mundo. Imágenes que han generado una alerta internacional y que, inevitablemente, han desatado cierta psicosis por sufrir contagios. Se han cancelado viajes, los restaurantes chinos están desiertos y en algunos colegios se han enviado circulares a los padres pidiendo que si alguien ha viajado fuera y sospecha que ha podido tener algún contacto con alguna persona infectada, que lo haga saber al centro. Tal cual.
En medio de esta psicosis cualquier síntoma susceptible de ser sospechoso de coronavirus se convierte en una situación surrealista. Una tos, sonarte la nariz, estornudar… El que tienes al lado te mira con cierto recelo y los que sufrimos alergia en esta época, entramos en el grupo de los de “separarte unos cuantos centímetros por si acaso”.
Los cipreses y yo no nos llevamos demasiado bien. Su polinización es ahora, en enero, febrero y marzo, así que estoy en plena fase de pico de alergia. Los días soleados, como los de esta semana, no ayudan y la secuencia de estornudos se hace más repetitiva. Especialmente por la mañana y por la noche. Así que sí, estar conmigo a primera hora de la mañana es aguantar un sinfín de “achuses”, de pañuelos de papel, y de intentar respirar sin parecer un pez. Es una imagen que se repite cada mañana durante estos meses. El lunes me tocó madrugar: estaba en Londres tras un fin de semana contando desde allí todo lo del Brexit y el atentado de Streatham. Elena –la productora– y yo cogimos el primer vuelo desde Heathrow para poder llegar a Madrid a tiempo para el informativo. La suerte estuvo con nosotras porque por los pelos no nos pilló todo el mogollón de Barajas, del cierre del espacio aéreo por el dron y después por el aterrizaje de emergencia del avión de Air Canadá. Nuestro avión llegó en hora y con algún que otro sprint por la terminal, pudimos llegar a tiempo.
Pero me desvío de lo que quería contarles. El caso es que el lunes estábamos muy temprano pululando por la terminal de Londres y mi secuencia de estornudos me acompañaba como una buena banda sonora. Nadie me miró mal, nadie se apartó cuando me vio sonarme la nariz. Yo no tengo los ojos rasgados ni rasgos asiáticos. No era a priori alguien sospechoso de tener síntomas del coronavirus.
China decía esta semana que en Occidente hemos sido demasiado alarmistas con esta situación. La OMS hablaba esta semana de que la epidemia del coronavirus ha generado también una infodemia: una consecución de falsas alarmas, de información errónea y “fuera de lo razonable”.
Quedan todavía semanas para que nos olvidemos de esta alerta. China va a seguir tomando medidas extremas: confinando a millones de personas para controlar la expansión del virus. La última es tomar la temperatura en Wuhan a todos aquellos que salgan a la calle. Han pedido que cada familia designe a una persona para que pueda salir a comprar cada dos días. A esas personas se les someterá a un estricto control de temperatura. Pero mientras, aquí, podemos tener algún gesto para poner un poco de cordura en todo esto. ¿Qué tal si este finde comemos en algún restaurante chino, o compramos en algún bazar de los cientos que hay en nuestras ciudades? No sé, es una idea.
Cruceros con miles de personas bloqueados en puertos de Hong Kong y Japón. Pasajeros sin poder salir de sus camarotes. Hospitales construidos en tiempo récord. Ciudades de millones de personas aisladas. Calles kilométricas que son fumigadas desde camiones. Pacientes aislados en cápsulas y sacados de aeropuertos entre medidas de seguridad extremas… La alerta por el coronavirus nos está dejando imágenes impactantes, sacadas casi de películas de ficción y que han dado la vuelta al mundo. Imágenes que han generado una alerta internacional y que, inevitablemente, han desatado cierta psicosis por sufrir contagios. Se han cancelado viajes, los restaurantes chinos están desiertos y en algunos colegios se han enviado circulares a los padres pidiendo que si alguien ha viajado fuera y sospecha que ha podido tener algún contacto con alguna persona infectada, que lo haga saber al centro. Tal cual.