Recuerdo la primera vez que me hablaron de una red nueva que servía para conectar a gente y hablar sobre todo un poco. Un amigo que siempre estaba a la última nos habló de Twitter y de Facebook en una cena de colegas de la profesión. De la segunda ya tenía a más de un amigo que se había abierto un perfil. Todos estaban entusiasmados porque habían vuelto a conectar con aquel amigo de infancia o del instituto al que le habían perdido la pista. Ninguno me daba más referencia de la utilidad de esta red que esto. Poco más ofrecía en aquel momento Facebook (lo que vendría después era inimaginable). Twitter había surgido poco después y no se trataba tanto de buscar a tu red de amigos o conocidos sino de todo lo contrario, de poder interactuar y hablar con todos aquellos personajes a los que jamás hubiéramos soñado poder mandar un mensaje.
En Twitter estaba todo el mundo, en abierto, hablando de todo, comentando el partido de la NBA de la noche anterior o el concierto de Justin Bieber del fin de semana. Se hablaba de todo, y algunas veces, de política. Recuerdo que en aquella cena nuestro amigo nos contó lo útil que podía llegar a ser esa red en abierto y el resto, muy escépticos, demasiado viejos para ser tan jóvenes, pensábamos que eso de abrirte un perfil para hablar con todo el mundo era un tanto snob y más dado para estrellas de Hollywood que para periodistas de este lado del Atlántico y más de andar por casa.
Estábamos muy equivocados. Mi amigo emigró, se fue a vivir a otro país y de eso hace ya 12 años. A Twitter le salieron hermanos pequeños más egocéntricos como Instagram o Snapchat, donde lo que importa es la foto y poco más. Y lo que parecía una red para hablar en abierto entre todos y con todos ha derivado en una plaza pública que muchos utilizan para escupir su rabia y su odio. Demasiados perfiles que ocultan a tipos amargados y miserables que utilizan el anonimato para amenazar, insultar, amedrentar y soltar la mierda que llevan dentro. Los hay más sutiles, acosadores de guante blanco los llamo yo, aquellos que dicen protegerte, cuidarte y sólo buscan controlarte adulándote primero y acosándote después. Sí, el ecosistema de las redes es muy amplio, muy variado y no siempre bueno.
Y todo empezó a torcerse cuando los que mandan se dieron cuenta de que aquí también podían controlar emociones y votos. Hay mil ejemplos, el más evidente la campaña de Trump. Su equipo supo usar como nadie las redes para ir soltando bulos, noticias fabricadas. Pero hay muchos más ejemplos, también aquí en casa. A los perfiles oficiales les salieron otra saga de replicantes que muchas veces ocultan perfiles falsos destinados únicamente a generar un flujo de comentarios y de tuits a favor o en contra, según sea el día y según interese. Hay auténticos genios y ángeles custodios de las redes que ayudan a desmontar a ese ejército de bots pero la red es tan extensa, tan inabarcable que esto empieza a desbordarse. Sobre todo cuando estamos en periodo electoral.
Esta semana una compañera de TVE, la meteoróloga Mónica López, abría un hilo para denunciar el hartazgo que supone ser mujer, aparecer en televisión y ser ambos motivos suficientes para que todo el mundo opine, critique e incluso insulte. Hay demasiado aburrido en la vida cuyo único entretenimiento es sentarse delante de una pantalla a escupir su mierda sobre el primero o la primera que pille. Y sí, se puede bloquear e incluso denunciar pero saben muy bien que poco se puede hacer, que poco les va a pasar. Las redes no nacieron para esto sino para todo lo contrario, para acercar a gente que jamás podría conocerse, gente que vive a miles de kilómetros, gente que jamás habría sabido el uno del otro si no fuera porque coincidieron en una red que reúne a personas de todo el mundo. Y que gracias a esa red pudieron poner en común pasiones, hobbies, anhelos.
El problema fue cuando esa red de conectar amigos sirvió para difundir información sin contrastar o incluso falsa, las fake news. Demasiada gente me admite sin pudor que sólo se informa a través de Facebook. Y yo, cada vez que escucho esta confesión, me echo a temblar. Tanto bulo compartido miles de veces, extendido, y que se comparte mucho más rápido que el mensaje que sirve para decir que eso que enviaste a tus miles de contactos era mentira. Lo decía antes, inabarcable.
Dicen los expertos que esta campaña del 28 de abril sobre todo se va a librar en las redes, más que en los mítines. Y sinceramente pienso que esto es terrible. Hay días que da miedo abrir la red y ver cuál es el debate. Un habitual conocido de esta red me dijo en una ocasión por mensaje privado que a Twitter había que llegar llorado. Puede ser. Pero hay días que todo da demasiada pereza como para empezar a contestar a tanto descerebrado. Pero nos guste o no habrá que seguir, al menos para poder leernos así, ¿no? Por cierto, mi amigo, el gurú de esto, dejó de usar hace mucho tiempo Twitter. Ahora sólo le puedes seguir por Instagram. No sé si esto también me lo tengo que tomar como una señal. Buen fin de semana.
Recuerdo la primera vez que me hablaron de una red nueva que servía para conectar a gente y hablar sobre todo un poco. Un amigo que siempre estaba a la última nos habló de Twitter y de Facebook en una cena de colegas de la profesión. De la segunda ya tenía a más de un amigo que se había abierto un perfil. Todos estaban entusiasmados porque habían vuelto a conectar con aquel amigo de infancia o del instituto al que le habían perdido la pista. Ninguno me daba más referencia de la utilidad de esta red que esto. Poco más ofrecía en aquel momento Facebook (lo que vendría después era inimaginable). Twitter había surgido poco después y no se trataba tanto de buscar a tu red de amigos o conocidos sino de todo lo contrario, de poder interactuar y hablar con todos aquellos personajes a los que jamás hubiéramos soñado poder mandar un mensaje.