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El que faltaba

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Desgraciadamente no todos los días son 8 de marzo y cada día hay que recordar que aquí estamos, que seguimos pidiendo paso, que sigue habiendo demasiados hombres que sólo son capaces de vernos desde el aspecto físico que tenemos, lo más o menos atractivas que somos. El último, el mismísimo Dalai Lama.

Le preguntaban hace un par de días, en una entrevista en la BBC, si se reafirmaba en unas declaraciones que provocaron una enorme polémica sobre quién podía ser su sucesor y qué pasaría si fuera una mujer. Entonces, 2015, dijo que estaría bien que fuera una mujer pero que sería necesario que esa mujer fuera guapa y atractiva porque si no, nadie se fijaría en ella, “no resultaría de mucha utilidad” dijo. Eso fue hace 4 años, y durante este tiempo, digo yo que el Dalai Lama habrá tenido tiempo de reflexionar, meditar, repensar lo que dijo entonces, que alguien le habrá dicho o hecho entender que aquello sonaba bastante machista. Pero parece que no, porque el máximo líder del budismo no sólo se reafirmó en que si fuera mujer debería ser más atractiva que un hombre sino que, además, le recomendó comprarse maquillaje para que la gente viera alguien con buena cara, agradable de mirar, de escuchar: “A nadie le gusta mirar a otra persona que tiene cara de muerte”. Hombre, vamos a ver: lo duro no es mirar a alguien con mala cara, lo duro, lo desagradable, lo triste, lo lamentable, es escuchar a alguien decir semejante barbaridad. Alguien que además es líder, referente espiritual para tanta y tanta gente. Lo dijo entre risas, quería sonar a broma, pero de verdad, el tema no está ni para media broma. No sé si en un intento de arreglar el desaguisado o porque quería aportar algo de espiritualidad a un comentario tan superficial y banal, el Dalai Lama añadió que lo realmente importante es la belleza interior. Y que en la literatura budista la belleza es algo importante: eso sí, según su interpretación, esto es sólo importante para las mujeres, para ellos no.

Pues aquí también se equivocó, caballero. Ya basta de hablar de belleza cuando nos referimos a nosotras. Ya basta de exigirnos a nosotras un buen aspecto, agradable, para ejercer un puesto de liderazgo o de mando, aunque sea como líder espiritual o para dirigir un equipo de 20 personas. Ya basta. Y es decepcionante escuchar a gente así, con una proyección internacional, con una capacidad de influir en miles de personas, volver a planteamientos del medievo. El Dalai Lama, como el Papa o como cualquier otro líder de masas al que muchos siguen con una fe ciega, deberían ser extremadamente cuidadosos en temas tan sensibles. En enseñar a mirar a los demás, da igual que estemos hablando de una mujer, un niño, una persona alta, baja, migrante, con discapacidad, únicamente desde un punto de vista estético.

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El 8 de marzo del año pasado algo cambió (o eso queremos creer) y muchos entendieron que o se subían al tren del feminismo o no había evolución posible. No se podía prescindir del talento de la mitad de la población. Es verdad que los cambios son lentos, que conseguir ganar unos centímetros en algunos terrenos es un esfuerzo titánico. El número de directivas ha aumentado en el último año un 30%, un avance sí, pero demasiado lento. Y las que han conseguido alcanzar ese puesto no lo han hecho por un tema de cuotas, sino por preparación.

El otro día, en la fiesta de fin de curso de mi hijo pequeño, una mamá me preguntaba qué por qué me había puesto a estudiar un Global Executive MBA ahora, con una carrera y un trabajo, en principio estable, “vaya jaleo”. La respuesta es sencilla: porque a nosotras se nos exige armarnos con preparación extra y a ellos no tanto, porque lo del talento, a veces, no se aprecia por el envoltorio. Sólo ven una cara, un cuerpo, como el Dalai Lama. Y estamos cansadas de esa mirada tan corta.

Desgraciadamente no todos los días son 8 de marzo y cada día hay que recordar que aquí estamos, que seguimos pidiendo paso, que sigue habiendo demasiados hombres que sólo son capaces de vernos desde el aspecto físico que tenemos, lo más o menos atractivas que somos. El último, el mismísimo Dalai Lama.

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