LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

La fragilidad de la adolescencia

4

Sólo cuando vuelves a transitar por la fragilidad de la adolescencia de tus hijos, recuerdas lo duro y lo vulnerable que te sientes a esa edad. Las dudas, los miedos, el no entender nada y al mismo tiempo creer entenderlo todo, creer que has logrado abarcar la complejidad de este mundo y domarla por fin. Aunque haya días en los que quieras salir corriendo. No dejas de sentirte atrapado en un mundo al que, al mismo tiempo, le reclamas, le exiges, seguridad. La misma que tenías hace nada, cuando eras un niño.

Sólo recorriendo ese camino a su lado, en silencio la mayoría de las veces, tendiendo la mano constantemente, para que sepan que estás ahí cuando lo necesitan, puedes entender y perdonarte a ti misma todo lo que hiciste o dijiste en aquella etapa.

La Helena adolescente era rubia platino. Sí: completamente rubia. Un verano, el champú de camomila se me fue de las manos y cuando volví de la playa, en esa búsqueda de intentar saber quién era, qué lugar ocupaba, me teñí de rubia. Vestía botas militares, no por rebeldía, no llegaba a tanto: era la moda del instituto. Como la cazadora bomber. Buscabas tu identidad en un mundo que, de repente, te sonaba y se mostraba completamente diferente. Quienes no teníamos esa personalidad arrolladora de los líderes de clase, nos intentábamos mimetizar con el resto para pasar lo más desapercibidas posibles.

Ese no saber cómo eres, ni quién, ni por dónde tirar. Todo parecía una enorme montaña que escalar. Días en los que nada sale como quieres, días en los que crees que todos se ríen de ti, días en los que la tentación enorme es meterse de nuevo en la cama y no salir. Son décimas de segundo, pero son décimas que provocan vértigo, mucho vértigo. Años complicados en los que te salva tu tabla más firme, tu familia: en mi caso fue así, además del piano, la música. Y no dejar de soñar con conseguir lo que me propusiera.

Pero hay chavales a los que todo este tsunami los arrastra sin piedad. La pandemia ha sido el peor aliado para entrar en esta etapa tan complicada. A todos ha pasado factura estos meses, a todos. A los mayores por la losa de la soledad y el miedo a una enfermedad que se ha cebado especialmente con los más mayores. Tenían auténtico miedo a morir. Y ahora, muchos, esos meses de aislamiento y confinamiento, están acusándolos, en su salud, física y mental. Y los jóvenes, nuestros adolescentes, también.

Unidas Podemos reclama al Gobierno una prestación universal por crianza y permisos por nacimiento de 24 semanas

Ver más

El Hospital Gregorio Marañón encendía las alarmas: se ha detectado un aumento de los trastornos de salud mental graves entre los menores de 12 a 18 años. Hay más ingresos y esos ingresos duran más. El confinamiento, dicen, ha provocado una enorme cicatriz en su desarrollo. No relacionarse durante meses con otras personas, no socializar, ha deteriorado su salud mental, ha agravado sus miedos, sus inseguridades...

Unicef publicaba esta semana un amplio estudio que ha hecho sobre menores y pandemia y los datos eran igual de preocupantes: 1 de cada 7 adolescentes de entre 10 y 19 años sufre un trastorno mental diagnosticado. Y subrayo lo de diagnosticado porque cuántos habrá que, por miedo, desconocimiento, vergüenza o falta de recursos, no acuden al médico a pedir ayuda y por tanto no reciben un tratamiento ni un diagnóstico sobre lo que les está pasando. La principal causa de muerte entre adolescentes, según este informe, es el suicidio. Así que corre prisa, urge, poner el foco sobre esto.

La etapa más complicada de su desarrollo ha quedado marcada para siempre. Tiene esa enorme cicatriz que va a costar mucho cerrar, y que dejará marca en su personalidad. Algunos han tenido que madurar de forma abrupta, sin tiempo para dudar. Pero ahí están: intentando que el tsunami no los arrastre.

Sólo cuando vuelves a transitar por la fragilidad de la adolescencia de tus hijos, recuerdas lo duro y lo vulnerable que te sientes a esa edad. Las dudas, los miedos, el no entender nada y al mismo tiempo creer entenderlo todo, creer que has logrado abarcar la complejidad de este mundo y domarla por fin. Aunque haya días en los que quieras salir corriendo. No dejas de sentirte atrapado en un mundo al que, al mismo tiempo, le reclamas, le exiges, seguridad. La misma que tenías hace nada, cuando eras un niño.

Publicamos este artículo en abierto gracias a los socios y socias de infoLibre. Sin su apoyo, nuestro proyecto no existiría. Hazte con tu suscripción o regala una haciendo click

aquí. La información y el análisis que recibes dependen de ti.

>