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Yo puedo hacerlo y me lo tienen que permitir

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Es la gran noche antes de los Oscar en Hollywood. La noche en la que ellas lucen vestidos casi de princesa y ellos elegantes esmoquin. La noche en la que el cine con mayúsculas se reúne para recoger premios y desde hace ya unos años, marcar también la agenda política del arranque de año. Los Globos de Oro llevan varias ediciones cantándole las 40 a los políticos que dicen mucho y no hacen nada, a los depredadores sexuales que usaron su poder para amedrentar a quien se pusiera por delante o a los que seguían discriminando a los actores por su color de piel o su origen.

Pero la gala del lunes, además de todo esto, que también lo hubo, se recordará por el emotivo discurso de Glenn Close. Una actriz que ante todo quiso hablar como mujer y llorar como hija al recordar a su madre. Entre lágrimas contó que le dolía muchas veces rememorar la confesión que le había hecho su madre cuando cumplió 80 años: le dijo que sentía que no había hecho nada importante en su vida. Sólo se había dedicado a cuidar de su marido, luego de sus hijos y ya. Era lo que se esperaba entonces de las mujeres. Y Glenn Close lo contaba con lágrimas en los ojos, ante sus compañeros de profesión puestos en pie, aplaudiéndole. Lamentaba que su madre llegara al final de su vida pensando, admitiendo, que no la había vivido como hubiese querido. Que la sociedad, la vida, las reglas sociales, la habían encajonado en un papel que nunca eligió, que nadie le preguntó si quería o no interpretar y que, lo peor, tampoco se cuestionó.

Lo más triste es que esa ha sido, es todavía, la vida de muchas mujeres. Pero me sorprendió que en la meca del cine se sintieran frustrados por la misma realidad que vivimos aquí. Siempre pensamos que nos llevan 40 años de ventaja, que nos hemos perdido infinidad de cosas por un régimen dictatorial que nos impuso o más bien impuso a nuestros padres y madres días muy grises. Nuestras madres tenían que pedir permiso a sus maridos para poder abrir una cuenta bancaria, hasta 1975 no pudieron hacerlo de forma libre, estaba mal visto que viajaran solas y por supuesto no podían divorciarse. Pero la vida de la madre de Glenn Close y de tantas mujeres de aquel lado del Atlántico tampoco era mucho más libre. Toda una generación que nunca se cuestionó si podía elegir qué hacer. Socialmente se esperaba de ellas que se casaran bien y que tuvieran muchos hijos. Ejercían el único papel que podían interpretar, el de cuidadoras. Nadie les preguntó por sus sueños y, si los tuvieron, los guardaron en un cajón. Es la vida de tantas y tantas mujeres, de tantas y tantas madres que vivieron resignadas sus vidas pero que dieron alas  a sus hijas. Decidieron que ellas sí estudiarían, sí tendrían un trabajo y sí lograrían elegir su camino, fuera el que fuera, incluso el de casarse y tener hijos. Fueron ellas las que provocaron el cambio, las que alimentaron los sueños de sus hijas animándolas a elegir su camino.

Seguro que usted se ve reflejado en esto, es la historia de tantos, también la mía. Nuestros padres no pudieron estudiar, lo prioritario era sobrevivir. Labrarse un futuro como podían tras una guerra que les dejó huérfanos y pobres. Y a base de mucho trabajo, de muchas horas de sueño perdidas, le burlaron a su destino el camino que había escrito para ellos y para los suyos. Vivieron como una obsesión que sus hijos estudiaran todo lo que no habían podido aprender ellos. Ir al colegio primero y luego a la universidad. Vernos entrar en una facultad les llenaba de orgullo. Era lo que hubiesen querido hacer y no pudieron.

Decía Glenn Close en su discurso del lunes que las mujeres tenemos que realizarnos personalmente, perseguir nuestros sueños y decirnos a nosotras mismas que “Yo puedo hacerlo. Y me lo tienen que permitir”. Pues bien, copien la frase entrecomillada, péguenla en la nevera y repítanla como un mantra durante este 2019. Yo puedo hacerlo y me lo tienen que permitir. Y que nadie venga a contarnos la historia de otra forma, ni a decirnos que no podemos. Por ellas, por nuestras madres, por las que no pudieron, no podemos permitirnos dar ni un solo paso atrás.

 

Es la gran noche antes de los Oscar en Hollywood. La noche en la que ellas lucen vestidos casi de princesa y ellos elegantes esmoquin. La noche en la que el cine con mayúsculas se reúne para recoger premios y desde hace ya unos años, marcar también la agenda política del arranque de año. Los Globos de Oro llevan varias ediciones cantándole las 40 a los políticos que dicen mucho y no hacen nada, a los depredadores sexuales que usaron su poder para amedrentar a quien se pusiera por delante o a los que seguían discriminando a los actores por su color de piel o su origen.

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