Federico Mayor Zaragoza, ciudadano del mundo Juan José Tamayo
Sobre el lío con Albert Rivera
¿Fichar a un político para una empresa por su preparación o como relaciones públicas? Supongo que ahí está el dilema de toda la polémica que ha surgido en torno a la salida, un tanto bochornosa, de Albert Rivera del despacho de abogados. Sus acusaciones cruzadas de incumplimientos de contrato, de nula capacidad de trabajo, de que apenas aparecía por el despacho (“algunos meses sólo estuvo un par de horas”) dicen mucho de lo que suponen a veces esas puertas giratorias de las que tanto hablamos después… y criticamos.
Cuando le fichó el despacho de abogados en cuestión, supongo que pensaron que Albert Rivera sería un valor seguro a la hora de poder acceder a determinados estamentos, para que algunos teléfonos se descolgaran si él era el que llamaba y como un imán infalible para que llegaran más clientes. Un conseguidor fabuloso tras su paso por la política. Fichaban una imagen, un relaciones públicas y no un experimentado abogado, un profesional con años de experiencia en la abogacía y el derecho. Sólo había estado dos años como becario antes de dar el salto a la política. Supongo que eso lo sabían ya los que tomaron la decisión y si no eran conscientes, ahora, desde luego, se han dado cuenta.
Más allá de cuánta fue su implicación después, la experiencia laboral de Rivera era la que era. Un político que sólo había ejercido la política. No era un profesional, como Toni Roldán, que se sumó al proyecto y salió después: aparcaba la consultoría económica y apostaba por implicarse en un proyecto político, el de Ciudadanos, por sumar su experiencia e ideas a la política y no a la inversa. Luego, cuando se topó con la realidad, y probablemente la decepción, volvió a su profesión.
Ana Pastor, del PP, es médico de profesión. Y su primer cargo importante en política fue en el Ministerio de Sanidad, con Rajoy. Puso al servicio de lo público su experiencia profesional. Margarita Robles, juez. Es verdad que no asumió la cartera que quizás más habría anhelado, pero lo hizo otro juez de carrera, Fernando Marlaska.
Si un político ha mostrado su valía antes de entrar en política, su credibilidad y la de su proyecto político ganarán enteros
Profesionales que deciden dedicarse a la política, pero ¿qué pasa cuando hay políticos profesionales, que nunca han trabajado en el sector privado, y que deciden dejar la política y fichar por una empresa? Ahí está el gran dilema. Lluis Orriols daba en el clavo esta semana: apostaba por seguir manteniendo esas puertas abiertas, no las giratorias, pero sí las de las salidas profesionales. Si a quien se dedica a la política se le envía el mensaje de que después de eso no hay nada, pocos decidirán apostar por “sacrificar” sus carreras profesionales en favor de un servicio público. Puede que muchas veces las motivaciones sean exactamente las contrarias: voy a empezar en política y así me aseguro después una salida profesional.
Ahí juegan un papel importante los partidos: si entre los suyos buscan sólo a los mejores, a los más preparados, a los que acreditan un currículum que sume experiencia a su proyecto político, entonces ganaremos todos. Si un político ha mostrado su valía antes de entrar en política, su credibilidad y la de su proyecto político ganarán enteros. No hace falta que haya tenido una carrera de éxito, simplemente que sepa qué es ser autónomo, cómo gestionar una empresa, cómo cuadrar el mes para pagar nóminas, impuestos, cómo hacer para ajustar el presupuesto si la cosecha o los pedidos se han cancelado. Lo que vivimos todos los demás, vaya, la realidad de sus votantes.
Luego, podrá plantearse volver a su vida de antes de la política sin necesidad de crear falsas expectativas, sin ser simplemente un jarrón chino que queda bien en los despachos y en los organigramas de determinadas empresas.
En cualquier empresa, a cualquier empleado, esté arriba o abajo, se le pide rendimiento, se le piden resultados. Pues en política lo mismo: antes de entrar en ella y después. Así acabaríamos con los chascos de fichajes rutilantes que luego se quedan en una gran decepción.
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