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No olvidemos

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Las imágenes son tan crueles, tan injustas, tan sumamente dolorosas… Niños con sus goteros y sus cabezas completamente lisas, saliendo como pueden, en pijama, a la calle. Desconcertados. Como los adultos que los acompañan. Les cuesta andar, no por el susto tras haber sobrevivido a un bombazo: les cuesta andar por todo lo que llevan encima, los dos años de guerra, su enfermedad y la crueldad de quienes son capaces de absolutamente todo, también de bombardear un hospital infantil. De bombardear también la zona de oncología de ese hospital.

Esas imágenes serán ya parte del horror que lleva la firma de Putin. Ese hombre al que muchos todavía rinden pleitesía y se van a saludar y visitar como si fuera ese primo lejano con el que no hay que perder el contacto. Ese hombre poderoso al que no hay que contrariar. Al revés: cuanto más le estreches la mano, cuanto más le sonrías, cuanto más escuches y calles mientras él habla, mejor.

Me temo que las imágenes de ese bombardeo en Kiev no serán las últimas. Se quedarán en la memoria de esta guerra que lleva ya dos años y medio golpeando a civiles, a niños, que siguen sin entender cuál es su castigo

Orban, el presidente de turno de la Unión Europea, el hombre que ha decidido por su cuenta desplegar otra política exterior en nombre de otros, se fue a los dos días de asumir la presidencia rotatoria a Moscú. Antes había estado con Zelenski, quizás para dar una falsa imagen de ecuanimidad. En las imágenes de su visita con Putin se le veía sonriente, satisfecho del papel que estaba desempeñando. Muchos abrazos, muchas palmadas en la espalda…

Pocos días después decidió que montaría un grupo en el Parlamento Europeo con todos los que están a la derecha de la derecha, en la derecha extrema. En ese grupo, afín a Putin, a Milei, a Bolsonaro, a Trump, por supuesto, estará también Vox. Marcando su línea en las políticas europeas o al menos intentándolo.

Las imágenes de ese brutal ataque sobre Kiev son insoportables. Cada historia de los que estaban allí, de los que sufrieron ese bombardeo, es terrible. Como esa madre que huyó de la guerra y de las bombas de Jersón con su hijo enfermo. Necesitaba ayuda médica. Su pequeño, de 7 años, estaba en la UCI en el momento en el que impactó ese misil. Milagrosamente han sobrevivido, los dos. La mirada de esos niños, esperando en la calle, entre escombros, es vergonzosa. 

Los ucranianos han demostrado durante este tiempo su resiliencia, su fortaleza. Y lo volvieron a hacer tras ese bombardeo. La propaganda rusa ha querido, de nuevo, desviar la atención, señalando a las baterías antimisiles ucranianas como las culpables de ese despropósito. 

Mientras, los prohombres que quieren redefinir el mundo, las alianzas, quiénes son enemigos, quiénes son de fiar... se siguen palmeando en reuniones surrealistas, en las que se regalan medallas con significados sexistas y homófobos, entre risotadas de machos alfa que se creen al mando de lo que debe ser el mundo. 

Me temo que las imágenes de ese bombardeo en Kiev no serán las últimas. Se quedarán en la memoria de esta guerra que lleva ya dos años y medio golpeando a civiles, a niños, que siguen sin entender cuál es su castigo.

Olvidar es ser cómplice de todo esto. De lo de Ucrania. De lo de Gaza… De tantas y tantas guerras. 

Las imágenes son tan crueles, tan injustas, tan sumamente dolorosas… Niños con sus goteros y sus cabezas completamente lisas, saliendo como pueden, en pijama, a la calle. Desconcertados. Como los adultos que los acompañan. Les cuesta andar, no por el susto tras haber sobrevivido a un bombazo: les cuesta andar por todo lo que llevan encima, los dos años de guerra, su enfermedad y la crueldad de quienes son capaces de absolutamente todo, también de bombardear un hospital infantil. De bombardear también la zona de oncología de ese hospital.

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