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Cuando las pantallas se convierten en aliados

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Las mayores broncas ahora mismo en los hogares con adolescentes y no tan adolescentes son por preguntas como “¿cuántas horas llevas jugando a la play, o viendo vídeos de Youtube o haciendo vídeos de TikTok?”. La gestión del tiempo que nuestros hijos pasaban frente a las pantallas ha sido el caballo de batalla… hasta que llegó la pandemia. A partir de ahí, con las clases online, tuvimos que reordenar argumentos, renegociar los tiempos y admitir que, durante muchas semanas, estar conectados a través de las pantallas era su única forma de interactuar con sus iguales, de ver a sus amigos e incluso de desconectar de todo lo que estaba pasando.

Un año después, las pantallas y la tecnología han dejado de ser el monstruo que combatir. Los propios psicólogos admiten que lo que antes trataban en sus consultas, la adicción de los adolescentes a la tecnología, se ha acabado convirtiendo en un aliado para tratar lo que vino después: la ansiedad, la depresión, la soledad. Una buena gestión de los tiempos y de los contenidos puede ser una herramienta fantástica para echarles una mano en una situación que empieza a ser preocupante.

El otro día, una psicóloga contaba en un congreso médico una anécdota que resumía muy bien el cambio de percepción con respecto a todo esto. La mayoría de sus consultas han pasado a ser online estos meses, unas veces por miedo a acudir al hospital para tratarse y por tanto poder contagiarse, otras porque así, a través de una pantalla, es más fácil que el paciente se abra, te cuente, desnude lo que le tiene agobiado o agobiada; al fin y al cabo, está en su casa, en su entorno, con sus cosas y siente cierta seguridad para poder hablar. Ir al psicólogo siegue siendo para muchos, todavía, un muro de prejuicios que hay que vencer.

Bueno, pues esta doctora contaba que lo que en principio podría ser una barrera, se ha convertido en un aliado. Durante la consulta con una paciente, después de llevar ya un rato hablando, se dio cuenta de que la mujer estaba apretando mucho las mandíbulas, un síntoma claro, me contaba, de que está teniendo un episodio de estrés. Sólo viéndola directamente, en la pantalla, lo pudo observar. Ella no se lo estaba contando, no estaba verbalizando que estaba mal, quizás porque ni siquiera lo sentía, pero su cara, su gesto, la delataba. Esta doctora me contaba que en la consulta jamás habría podido detectarlo porque su paciente habría ido con mascarilla, habría ocultado parte de su rostro y, en su caso, el problema que la estaba atormentando.

Control a la inteligencia artificial

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Todos estamos agotados de vernos a través de videollamadas, del teletrabajo. Necesitamos recuperar el contacto, porque, aunque nuestros políticos se empeñen en que lo mejor es vivir en la confrontación, necesitamos vernos, estar, tocarnos, reírnos, compartir… Pero admitamos que, vayamos hacia donde vayamos, todo lo que hemos vivido en estos meses se quedará de alguna forma en nuestro día a día. Para bien y para mal…

El tsunami que nos va a arrollar cuando todo esto pase es el de nuestra salud mental, lo tenemos claro y, aunque lo sabemos, volveremos a improvisar cuando la situación se desborde y cuando tengamos a muchos de nuestros mayores y jóvenes en una situación preocupante. Francia ha querido adelantarse y ha anunciado que va a dar atención psicológica gratis a todos los niños y adolescentes. Tratarlos antes de que empeoren, ayudarles a que tengan las herramientas suficientes para salir de esta pandemia un poco más fuertes, o al menos, no demasiado dañados.

Quizás sea una buena iniciativa que debamos replicar aquí. Quizás los políticos deberían estar más en esto y menos en señalar a los que contamos lo que pasa. Señalar, señores políticos, está muy feo.

Las mayores broncas ahora mismo en los hogares con adolescentes y no tan adolescentes son por preguntas como “¿cuántas horas llevas jugando a la play, o viendo vídeos de Youtube o haciendo vídeos de TikTok?”. La gestión del tiempo que nuestros hijos pasaban frente a las pantallas ha sido el caballo de batalla… hasta que llegó la pandemia. A partir de ahí, con las clases online, tuvimos que reordenar argumentos, renegociar los tiempos y admitir que, durante muchas semanas, estar conectados a través de las pantallas era su única forma de interactuar con sus iguales, de ver a sus amigos e incluso de desconectar de todo lo que estaba pasando.

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