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Un sábado maravilloso

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Es el hombre de la semana, con permiso de Maduro, de Guaidó y del relator barra mediador. Jesús Vidal lleva desde el sábado concediendo entrevistas, hablando con los medios, sacándose fotos y disfrutando de uno de los momentos más dulces de su vida. No sólo porque se llevó un merecido Goya por su papel en Campeones, sino porque dio toda una lección. Con tres palabras puso el foco sobre todo eso que la sociedad ignoramos a diario. Inclusión, diversidad, visibilidad. Visibilidad de un colectivo que lucha porque su diversidad no suponga una exclusión, porque su diversidad no sea una barrera en sus sueños. Inclusión para que los niños como él no tengan que ser derivados a centros especiales y puedan compartir aula con otros niños y poder construir sus sueños entre patio y patio. La de Jesús era ser actor. Estudió filología hispánica, hizo un máster de periodismo y llegó a hacer prácticas en la sección de deportes de la agencia EFE. Y aunque le apasiona hablar de deportes (dice que es un seguidor de la Real Sociedad desde que su padre le regaló una equipación completa cuando era un niño), el verdadero sueño de Jesús era ser actor. En León empezó a hacer sus pinitos, y hace cinco años logró que su pasión fuera su profesión.

Campeones le ha dado la oportunidad de poner voz a todo un colectivo que, efectivamente, resulta invisible. Miren a su alrededor, levanten la vista un momento y piensen cuánta gente con capacidades diferentes a las suyas trabaja con usted, estudia con usted, vive con usted. Y es una pena porque nos estamos perdiendo la maravillosa oportunidad que supone convivir con personas que tienen capacidades diferentes. Sí, porque no creo que sea una discapacidad aprender a saber sonreír cada día, a escuchar atentamente lo que decimos, a dar una opinión sin miedo a ser cuestionado, a decir lo que se piensa. Jesús, Jorge, María... Son esas personas que han llegado a mi vida y que la han hecho diferente, mucho más rica, mucho más presente.

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Es el caso de Jorge. Disfruta estando con sus hermanos y con los amigos de sus hermanos. No le gusta quedarse en la banda mirando cómo juegan: a la que te despistas, se cuela en el terreno de juego y se pone a chutar. Y cada situación, cada momento especial para él, lo celebra como si hubiera metido un gol. Da igual que esté en mitad de una celebración formal que en mitad la calle. Su grito es el de la plena felicidad (un grito que, por cierto, se parece bastante a ese que emite un conocido futbolista cuando mete un gol). Y sus hermanos y los amigos de sus hermanos aprenden de la expresividad de Jorge a relativizar sus problemas, a disfrutar como él de las pequeñas cosas y a reírse con todos. Sí, no reparan en que Jorge ha crecido un poco menos, no reparan en que sigue hablando como un bebé y que a veces parece que no te escucha porque está muy concentrado en mirarte cómo llevas pintado el ojo. No. Si Jorge tiene Down, los amigos de sus hermanos no han querido ni sabido todavía ponerle nombre porque Jorge es simplemente Jorge.

Hace unos días hablábamos sobre la petición de padres con hijos con discapacidad para que sus hijos no sean apartados en centros especiales o en aulas específicas. Defendían que era bueno no sólo para el desarrollo de sus hijos sino para el desarrollo del resto del grupo. Que niños muy pequeños aprendan a convivir con niños con capacidades diferentes les hace crecer en muchos sentidos. El mismísimo Comité sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU (ACNUDH)pide que se eliminen esos centros especiales o aulas específicas. Ahora mismo, en España, 35.000 niños siguen apartados en este tipo de centros o aulas. Algo que la ONU ya censuró en un informe en mayo del año pasado: pidió a España que rectificara, cree que es una segregación escolar injusta. Los expertos, efectivamente, apuestan por mantener a los niños en escuelas ordinarias apoyándoles con los recursos necesarios. Insisten en que es bueno para esos niños y es bueno para los niños que no tienen discapacidad. Pero no todos los padres están de acuerdo: creen que esa atención especializada que reciben sus hijos en esos centros no ordinarios no los van a tener en la escuela convencional.

Jesús Vidal decía en su discurso de agradecimiento del sábado que a él le hubiera gustado tener un hijo como él porque eso supondría tener unos padres como los suyos. Estoy convencida de que el orgullo de esos padres, el sábado, sería inmenso. Ahí estaba su hijo, recogiendo un Goya, cumpliendo un sueño. Ahí estaba Jesús, ese niño que desde pequeño soñó con la Real y con ser actor, demostrando a todos que los sueños a veces se cumplen, da igual con qué ojos los sueñes, con qué gafas los enfoques. La dioptrías sólo existen en tu cabeza. La vida es mucho más sencilla y, a veces, como el sábado pasado, es realmente maravillosa.

Es el hombre de la semana, con permiso de Maduro, de Guaidó y del relator barra mediador. Jesús Vidal lleva desde el sábado concediendo entrevistas, hablando con los medios, sacándose fotos y disfrutando de uno de los momentos más dulces de su vida. No sólo porque se llevó un merecido Goya por su papel en Campeones, sino porque dio toda una lección. Con tres palabras puso el foco sobre todo eso que la sociedad ignoramos a diario. Inclusión, diversidad, visibilidad. Visibilidad de un colectivo que lucha porque su diversidad no suponga una exclusión, porque su diversidad no sea una barrera en sus sueños. Inclusión para que los niños como él no tengan que ser derivados a centros especiales y puedan compartir aula con otros niños y poder construir sus sueños entre patio y patio. La de Jesús era ser actor. Estudió filología hispánica, hizo un máster de periodismo y llegó a hacer prácticas en la sección de deportes de la agencia EFE. Y aunque le apasiona hablar de deportes (dice que es un seguidor de la Real Sociedad desde que su padre le regaló una equipación completa cuando era un niño), el verdadero sueño de Jesús era ser actor. En León empezó a hacer sus pinitos, y hace cinco años logró que su pasión fuera su profesión.

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