Esto son las mafias

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Cuesta creer lo que se ve en esa secuencia. La lancha no está demasiado lejos de la orilla, de la playa, podría haberse acercado un poco más, hasta comprobar que los que van dentro hacen pie y pueden salir andando. Pero no, la lancha sigue con la proa mirando hacia el mar. Se ve gente, un par de hombres, que se mueven con mucha prisa, empujando a quienes siguen de pie sin saber qué hacer. Los empujan al mar, donde se ven ya varios cuerpos flotando, dando manotazos. Alguno intenta sujetarse a la lancha, no caer al agua porque sabe que, en cuanto salte, su vida corre peligro: no sabe nadar.

Eso son las mafias. Afortunadamente, en esa playa estaba Javier, el responsable de ese club naútico que no dudó en coger su embarcación para auxiliar a esos migrantes

La secuencia se grabó esta semana frente a las costas de Cádiz, muy cerca del club naútico de Sancti Petri, una de las playas más visitadas en verano por los turistas, un lugar de encuentro de familias que buscan en esas aguas el merecido descanso tras meses de trabajo. Una playa que se convirtió en una trampa para esos hombres.

Los trabajadores que presenciaron la escena se tiraron al agua inmediatamente. Ya les había sorprendido que esa lancha parase justo ahí, en una zona con muchísimas corrientes, una zona en la que ni los más expertos se meten a bañarse. Imagínense para alguien que no sabe nadar, que nunca se ha tirado al mar, que está muerto de frío y, sobre todo, de miedo, y que lleva varias capas de ropa encima, es lo único que tiene y que, en ese momento, se convierte en su peor lastre. La ropa no les deja nadar, les tira hacia el fondo.

En las imágenes no se ve, eso lo hemos sabido después, cuando los que lograron sobrevivir a ese desembarco forzoso han contado lo que pasó. Los tripulantes de esa lancha semirrígida les obligaban a tirarse, les empujaban, y a quien se resistía, lo amenazaban con un cuchillo. No había escapatoria, era morir ahí o intentarlo en el agua. Primero los tiraron en una playa cercana, en la de Camposoto, en San Fernando de Cádiz y después hicieron otra parada en la de Sancti Petri, donde se grabaron esas imágenes. En el primer desembarco murieron 4 personas. 4 hombres que estaban a punto de completar una travesía desde muy lejos, de muchos días andando, durmiendo a la intemperie, navegando… Una travesía que terminó a pocos metros de la orilla, de la forma más cruel.

Quienes les tiraron como animales al agua, cómo no, huyeron en su potente lancha. Mar adentro, sin mirar atrás, sin importarles lo que estaba pasando. Sin darles la oportunidad de tirarles un flotador o un chaleco. Ellos ya habían cobrado el viaje y lo que pasara con ellos después no era asunto suyo. Cuesta entenderlo, cuesta creer que ninguno tuviera un mínimo de humanidad para ayudarles, que no les quemara la conciencia y no huyeran como cobardes sabiendo que esos hombres a los que habían dejado tirados iban a morir, que no sabían nadar, que unos metros más adelante, en la playa, hubiera complicado su huida, claro, pero habría eliminado las posibilidades de que murieran ahogados.

Eso son las mafias. Afortunadamente, en esa playa estaba Javier, el responsable de ese club naútico que no dudó en coger su embarcación para auxiliar a esos migrantes. Fue su ángel de la guarda aquella mañana.

 

Cuesta creer lo que se ve en esa secuencia. La lancha no está demasiado lejos de la orilla, de la playa, podría haberse acercado un poco más, hasta comprobar que los que van dentro hacen pie y pueden salir andando. Pero no, la lancha sigue con la proa mirando hacia el mar. Se ve gente, un par de hombres, que se mueven con mucha prisa, empujando a quienes siguen de pie sin saber qué hacer. Los empujan al mar, donde se ven ya varios cuerpos flotando, dando manotazos. Alguno intenta sujetarse a la lancha, no caer al agua porque sabe que, en cuanto salte, su vida corre peligro: no sabe nadar.

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