Adolfo Suárez
El alzheimer y la transición
Suárez se está muriendo cuando escribo estas líneas. De alzheimer, una enfermedad espantosa –lo sé; la sufre mi mamá–, que consiste en que nunca se sabe cuanto tiempo hace que estás muerto. Por tal motivo, Jesús Maraña me llama y me dice que haga una semblanza. Lo que me obliga a revisitar mis únicos dos contactos con Suárez. A saber: a) y b). Donde a) fue un contacto directo. Cuando era niño, vino a hacer campaña electoral a mi pueblo.
Mi pueblo estaba en el entonces Cinturón Rojo. Hoy, es un pueblo que vota Ciutadans. Lo que invita a suponer que ahora es Cinturón Rojo y Gualda. Suárez vino a mi pueblo en helicóptero. Para mi, por tanto, siempre será el introductor del helicóptero en España. Aterrizó en el campo de fútbol. El campo estaba rodeado por policía y por miles de obreros con pinturas de guerra. Le increpaban. Suárez fue rescatado por los Navy Seals de entonces –polis vintage con corbata, a los que la corbata les quedaba como a un santo unas pistolas; también estaba el sargento Pizarro, de la franquicia del Benemérito Cuerpo Armado en mi pueblo; para nosotros era como un padre; de Dickens; de hecho, le había partido la cara a medio pueblo–, y fue conducido en un convoy hasta el cine, donde le esperaban las élites políticas del proyecto centrista local.
No eran, contra quién quiera falsear la historia, los hijos de los falangistas locales del 39. En muchos casos, eran, directamente, los falangistas del 39. Los del ricino y las listas negras. Habían ido horas antes. Tenían miedo. Por fin. Cuando acabó el mítin, los hombres de negro y los chicos de Pizarro volvieron a abrirse camino a mamporrazos hasta el campo de fútbol, de dónde Suárez salió pitando, al estilo Saigón, last days. El Cinturón, en aquellos tiempos, en fin, estaba a una casilla de ser Belfast. O Skid Row. Finalmente, ni siquiera fue nada de ello. En nuestra ignorancia, niños y adultos creíamos que todo el Estado estaba de esa tesitura. No lo estaba.
La vivencia b) es leída. Son los dos libros de Gregorio Morán sobre Suárez. El primero, secuestrado tras su publicación, en 1976. El segundo (2009), una prolongación de esa mirada, que abarca su carrera política post 70's. Dos libros que no sólo informan sobre la suarezidad, sino que informan sobre Gregorio Morán, un ejemplo del periodismo al que se esperaba en 1975, pero que nunca llegó. Un periodismo que informaba, en primera persona, e investigaba. Controlaba al Estado y, con sólo eso, alejaba el periodismo de la propaganda de Estado que, por no coincidir con lo que pasaba, pongamos, en mi pueblo, ha eliminado a mi pueblo de la narrativa.
La solución de conflictos a través de la narración de los conflictos, ha provocado también un ERE a los protagonistas incómodos de la Transición –Torucuato, demasiado falangista; las fundaciones socialdemócratas, democristianas y liberales alemanas, demasiados donativos; Samuel Huntington y sus informes a la Trilateral a inicios de los 70 sobre la futura constitución española, demasiado parecidos, glups, a lo pactado–. Y ha seleccionado los personajes épicos. Suárez y el rey. Para esa selección antinatural de esas especies, se han tenido que crear demasiados recuerdos falsos, esa cosa que, antes de la desaparición de los recuerdos, confirma una de las fases del alzheimer, en la que te crees que tú eres el majara.
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Esos recuerdos, como en esa bloody enfermedad, impiden ver la realidad. La realidad es también la obra de aquella época: la Constitución con menos soberanía de Europa –es decir, la más sensible a la presión de entidades no democráticas, que es lo que está pasando–, la que menos control ofrece a tratados comerciales –un indicio del bajo control ante las empresas–, una Constitución en la que los militares entregaron su articulario en sobre cerrado a la Ponencia Constitucional. Si, nos dió derechos. Pero creo que ya los teníamos. De pequeño, vi como los adultos se los arrancaban a un sargento Pizarro desbordado.
En breves horas veremos páginas informativas de necrológicas informativas. Supongo que supondrán una ponderación sentimental de la enfermedad, y una reformulación de la propaganda oficial sobre la transición, un régimen que sólo vivirá lo que dure su propaganda. Será una buena ocasión para ver en qué fase de alzheimer está la transición. _________________________
Guillem Martínez es escritor y periodista. Autor de CT o la cultura de la transición