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Las decisiones del nuevo CGPJ muestran que el empate pactado entre PP y PSOE favorece a la derecha

Apuntes y posibles derivadas del 25S

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Alberto Núñez Feijóo en Galicia e Íñigo Urkullu en Euskadi seguirán gobernando cómodamente tras haber reforzado este domingo las mayorías que ostentaban. Se confirma de nuevo aquella sentencia del maquiavélico Giulio Andreotti: “El poder desgasta [sobre todo] a quien no lo tiene”. Los resultados del 25S no suponen, como era previsible, cambios profundos en el tablero de la (in)gobernabilidad del Estado. Pero alimentan nuevas expectativas y destruyen otras. Que en Galicia se haya consumado (en votos con un empate en escaños) el sorpasso de las alianzas de Podemos sobre el PSOE o que en Euskadi las fuerzas constitucionalistas sigan perdiendo apoyos son datos que tendrán, o deberían tener, consecuencias en la política estatal.

1.- Acertó Feijóo. El presidente gallego repite su mayoría absoluta. Hilvanó la campaña empeñado en esconder en lo posible la marca PP y el nombre de Mariano Rajoy, con el que sólo se permitió coincidir en el acto final, por si acaso la factura de la corrupción salpicaba incluso en feudos de la máxima fidelidad al partido. Bastante tarea tenía Feijóo con huir de las sombras que le persiguen por sus relaciones con algún condenado por narcotráfico o por mantener en sus filas a personajes dudosos como el ourensano Baltar. Y acertó al pedir insistentemente el "voto útil" a los 133.000 electores que en las generales apoyaron a Ciudadanos. Sabía que, si contenía esa fuga y movilizaba a los suyos con el discurso del miedo, la nave del PP resistiría. Lo ha conseguido. Mariano Rajoy utilizará este resultado para reivindicarse a sí mismo como triunfador, pese a que lo indiscutible a día de hoy es que Núñez Feijóo gana puntos precisamente como posible sucesor de un Rajoy en declive.

2.- Tercera derrota de Pedro Sánchez. No se presentaba, pero los candidatos socialistas en Galicia y en Euskadi eran apuestas suyas, muy especialmente el gallego Xaquín Fernández Leiceaga, discutido por referentes de mucho más peso en el PSdeG. Pedro Sánchez defendió los resultados de las dos últimas elecciones generales aferrándose a la tesis de que "pudo ser peor". Difícilmente esta vez le servirá. Este mismo lunes se reúne la Permanente de la Comisión Ejecutiva, y aunque en ella figuren casi todos sus leales, tendrá que escuchar, seguro, los análisis de las voces críticas, que sitúan en el Comité Federal del próximo sábado la madre de todas las últimas batallas en el seno del PSOE. Es muy posible que ese Comité tenga más consecuencias para la situación política general que las propias elecciones de este domingo.

3.- El PNV no necesita al PP. Si a Rajoy le quedaba alguna mínima esperanza de “cambiar cromos” con el PNV para lograr su apoyo en Madrid, este domingo se ha esfumado. Íñigo Urkullu, que había insistido en que su partido no se prestaría “en ningún caso” a facilitar la investidura de Rajoy, ha visto premiada su gestión de gobierno, y le basta con el apoyo puntual de un PSE debilitado para sumar la mayoría absoluta. La diferencia de sistema en la elección de lehendakari permite además que sea mucho más fácil en Euskadi ser investido en minoría desde la segunda votación.

4.- Euskadi sigue alejándose. Los datos que ofrecen las urnas en el País Vasco indican que la sangría de votos de las fuerzas autodenominadas constitucionalistas continúa. Para el PSE es una debacle pasar de 16 a 9 escaños, los mismos que obtiene el PP (gracias sobre todo a la sobrerrepresentación alavesa, feudo además de uno de los exministros de Rajoy con mejores credenciales de moderación, Alfonso Alonso). Ciudadanos no ha conseguido obtener siquiera representación. EH Bildu ha resistido como segunda fuerza y las alianzas de Podemos se estrenan en el Parlamento de Vitoria con 11 escaños. Más allá de éxitos y fracasos partidistas, lo cierto es que PP, PSOE y Ciudadanos tienen la obligación de reflexionar sobre ello. La vía moderada del PNV, que ha marcado diferencias claras con la hoja de ruta soberanista de Cataluña, no oculta la cuestión de fondo: el modelo territorial español necesita una revisión a fondo, y no admitir que se trata de una cuestión política que exige soluciones políticas es empeñarse en que la brecha siga ampliándose.

5.- El ‘sorpassiño’ de En Marea. Aunque no en escaños, lo cierto es que En Marea ha superado en votos a los socialistas gallegos, y ese logro para una formación que hace cuatro años no existía es un éxito rotundo. A veces, la administración de las victorias es tan compleja como la de los fracasos. Que en los últimos días de campaña se hicieran visibles y sonoras las discrepancias sobre estrategia y proyecto entre Pablo Iglesias e Íñigo Errejón no sentó nada bien en las mareas gallegas. Por muy diferente que sea (y lo es) el modo de debatir entre los actores de la nueva política, a nadie se le escapa que una imagen de división a cuatro días de unas elecciones es un disparo en el pie. Y este éxito de En Marea, en el que ha sido clave la contribución de la Anova de Xosé Manuel Beiras, sería muy simple atribuirlo a la marca Podemos. De cara al ‘Vistalegre’ pendiente para principios de año, Podemos no sólo tendrá que resolver sus apuestas de futuro, sino también asumir su dependencia fundamental de los éxitos de sus aliados en Cataluña, en Valencia, en Euskadi o en Galicia.

6.- Ciudadanos se difumina.

Albert Rivera es el líder nacional que más kilómetros ha hecho en las últimas dos semanas. Obtener representación en Galicia y en Euskadi era clave para mantener la imagen de una fuerza no coyuntural. Especialmente habría sido un éxito que Feijóo necesitara apoyarse en Ciudadanos para mantenerse en la Xunta. Rivera ha fracasado, y junto al PSOE es sin duda el más perjudicado de este 25S. Es obvio el temor a que lo ocurrido en Galicia se repita a escala estatal en las futuras generales: que el PP logre recuperar los apoyos que se fugaron hacia Ciudadanos con el argumento de que “son votos perdidos”. De hecho, Rivera reúne todas las papeletas para ser la opción más perjudicada en caso de una repetición de elecciones. Su veto absoluto a cualquier acuerdo de gobierno en el que figure Unidos Podemos es uno de los motivos claros del bloqueo político al que asistimos desde el 20D, a pesar de los esfuerzos de Rivera por situar los focos de la responsabilidad de ese bloqueo en PP y PSOE.

No es un tópico repetir que los resultados en unas elecciones autonómicas no son extrapolables a unas generales, o viceversa. Los estudios más fiables, como recordaba hace unos días la socióloga Sandra León,  indican que un 65% de los gallegos y un 74% de los vascos habrán votado este domingo pensando en asuntos propios de su comunidad y no en temas nacionales. Pero también es cierto que vivimos una situación política inédita en la que aún es más difícil averiguar las motivaciones y aspiraciones de cada votante en cada lugar. Aun así, las expectativas son básicas en política, y tras el 25S se han oscurecido (aún más) las de Pedro Sánchez y las de Ciudadanos. En vísperas de la jornada electoral, alguien cercano a Moncloa se mostraba al borde de la euforia: "Puede que al final la jugada salga redonda y recuperemos a los fugados a Ciudadanos mientras la aparición de Podemos divide a la izquierda para veinte años". Romper esa euforia, o al menos las expectativas generadas, depende en buena parte de los pasos que den PSOE y Unidos Podemos en las próximas semanas.

Alberto Núñez Feijóo en Galicia e Íñigo Urkullu en Euskadi seguirán gobernando cómodamente tras haber reforzado este domingo las mayorías que ostentaban. Se confirma de nuevo aquella sentencia del maquiavélico Giulio Andreotti: “El poder desgasta [sobre todo] a quien no lo tiene”. Los resultados del 25S no suponen, como era previsible, cambios profundos en el tablero de la (in)gobernabilidad del Estado. Pero alimentan nuevas expectativas y destruyen otras. Que en Galicia se haya consumado (en votos con un empate en escaños) el sorpasso de las alianzas de Podemos sobre el PSOE o que en Euskadi las fuerzas constitucionalistas sigan perdiendo apoyos son datos que tendrán, o deberían tener, consecuencias en la política estatal.

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