Aquí me cierro otra puerta
Saber dejarlo
Un amigo mío, deportista profesional, a veces me manda vídeos de Instagram de deportistas retirados haciendo cosas que dan ganas de taparse la cara con un cojín con el mensaje implícito de "si alguna vez me ves hacer esto cuando me retire, mátame". Me obsesiona el después de tener una vida pública, porque, aunque sigo sin saber qué tiene de atractivo este nivel de exposición (excepto el dinero que se gana), veo casos uno detrás de otro de gente que no sabe retirarse y solo quiere intrigar.
El PSOE tiene un máster cum laude de gente que no ha sabido pasar a un segundo plano, y el espectáculo de Guerra, Leguina, Redondo o González recuerda que cualquier pasado tiende a ser mejor solo en la cabeza de los ganadores, y hay ganadores que pisaron tantas cabezas que solo echan de menos pisar cabezas.
La izquierda del cambio tardará tiempo en tener su Felipe González (podemos hacer una porra y Ramón Espinar ya no vale), pero Manuela Carmena, en tan poco tiempo, está opositando a su estilo. No se pronunció nada en la campaña electoral de Madrid a pesar de que se le preguntó específicamente por ello, ni siquiera de manera genérica por la izquierda, pero en cuanto cayó Pablo Iglesias fue rauda y veloz a dar su dañina opinión, que además (hay que reconocerlo) tenía bastante lógica y razón. Pero no se trata de eso. Se trata de elegancia, de saber estar, de reconocer cuándo dejó de ser tu momento o de hacer el balance global con la persona que la invitó a presentarse por Podemos a las primarias de Ahora Madrid y que tuvo el instinto, acertado, de verla como alcaldesa. Con Más País hará lo propio cuando toque, porque ya dinamitó el acto de cierre de su campaña en 2019 con aquella mención elogiosa a Irene Montero y porque no es una persona que perdone que sus esbirros hayan sido apartados de Más Madrid en el ayuntamiento. Eso llegará cuando toque, que ahora era tiempo de dar paladas a Pablo Iglesias y tampoco hay ningún medio interesado en tirarle de la lengua cuando toca dar alas a un proyecto que pueda dañar a Unidas Podemos. Solo le diferencia de Leguina que no es un señor de puro y coñac, que es más inteligente, mejor persona y que no vive (solamente) en el rencor. Pero ese proceso del expolítico que no sabe ser un jarrón chino lo trabaja igual.
No trato tanto de juzgar a todos estos ex de los que he hablado porque ni me he visto en su lugar ni en su edad. No entiendo que gente tan exitosa viva ese nivel de frustración que le lleve a exponer así sentimientos tan bajos, pero es verdad que la política y los políticos manejan unos códigos en los que matar o morir a veces son las dos únicas opciones. Y eso sí que es transversal: les coge a todos. De todas las edades, sexos y condiciones. Cuanto más aprendo de la política, menos ganas me dan de acercarme a ella.
De todos, incluso de los que nos causan rechazo, hay que aprender, creo yo. Y me da un miedo tremendo no saber apartarme, no saber ver que dejó de ser mi momento, hacerme adicto a lo que sea que provoca la exposición pública, el poder o la fama. Creo, además, que vale para todas las esferas de la vida: no saber cuándo tus hijos te dejan de necesitar, no dejar ir a alguien a quien quieres, no reconocer qué te hace daño porque eres adicto a ello o te has acostumbrado. Para eso, creo, hay que saber quererse hasta el final y ocuparte de cultivar tu felicidad con la mochila menos cargada posible. Saber dejarlo. Tan difícil que posiblemente no sepa hacerlo, tan sencillo como ver lo que hacen otros y coger el camino opuesto.