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El asesinato de Foley, una derrota colectiva

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El asesinato de James Foley –no ejecución ni muerte ni accidente laboral– es una tragedia para su familia y para el periodismo en general. También debería ser una tragedia para el Gobierno de EEUU, el de Barack Obama, que no negoció cuando fue posible. Foley llevaba dos años secuestrado en Siria. En ese tiempo han pasado demasiadas cosas en ese país, han cambiado los collares pero no los perros y se han ido cerrando todas las ventanas de esperanza, sobre todo para la población civil.

No negociar no es un principio sacrosanto para EEUU. Es la política oficial, pero la Casa Blanca negoció con los talibanes por el soldado Bowe Bergdahl, sobre el que pesan serias dudas: ¿héroe o desertor?¿Ciudadanos de primera uniformados, uniformados de segunda?

En este texto no está el vídeo de la decapitación del periodista. Es entrar en un juego macabro, ser parte de él. Que sea por respeto a su familia, a su madre –coraje, que ha pedido a los asesinos de su hijo que respeten la vida de los demás rehenes. Tampoco destacaré el comunicado del Estado Islámico, que es como se hace llamar ahora el Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS). No es tiempo para comprar más propaganda, que ya tenemos bastante con la nuestra. Según el The Guardian, los servicios secretos de EEUU y Reino Unido investigan el acento británico del asesino de Foley.

Foley era freelance, un periodista que no pertenece a ningún medio de comunicación, a una plantilla que paga gastos, seguro de vida y de accidentes y, que en caso de que las cosas se pongan feas, responda por su periodista, presione al Gobierno de turno. Es un trabajo duro, solitario. Esencial para saber la verdad. Cuando se regresa nunca se regresa del todo.

Un freelance es una isla, un náufrago en un mar de tiburones. Con la excusa de la crisis muchos medios han sustituido corresponsales y enviados especiales propios por freelance. Es más barato. No hay obligaciones económicas ni éticas. En ese periodismo estamos, y en ese periodismo vamos a estar un buen rato. Deberíamos protegerlo, dignificarlo. Son los ojos de la guerra.

Pero no hablemos solo de nosotros, hablemos del contexto, el de Siria e Irak. La suerte de los civiles de estos y otros países depende de la cantidad de titulares, fotografías e imágenes que generen al día. Si nos llega mucho material sobre la tragedia de los yazidíes, actuamos para protegerles por el qué dirán. Si es agosto, es decir, si no estamos inundados de la política de bajura de siempre y del ébola nos hemos cansado porque ya no es un asunto de blancos, pues nos preocupamos mucho por los yazidíes, de los que no habíamos oído hablar, e incluso bombardeamos al Estado Islámico para recuperar una presa.

El problema no es la presa ni los yazidíes, el problema es que no tenemos una política clara, no sabemos qué queremos, qué defendemos, cuáles son los valores. EEUU va a entrar en año electoral. El presidente pasa a ser un presidente suspendido cuya principal misión es no hacer descarrilar las expectativas de su compañer@ de partido, en este caso Hillary Clinton.

La política internacional es una cosa muy seria, un puzzle peligroso. No se pueden mover piezas al capricho porque un solo movimiento puede tener efectos devastadores para el cuadro completo. Ya pasó en Afganistán en los años ochenta.

En Siria no "sabemos" con quién vamos. No nos gusta el régimen de Basar el Asad; no nos gustan los salafistas y toda la miríada de organizaciones yihadistas que han surgido sobre nuestra inutilidad; tampoco nos gusta el Estado Islámico que actúa como si estuviera en la Edad Media. Nos gusta el llamado Ejército Libre de Siria, que hoy por hoy es una insignificancia. No hay nadie a quien apoyar. Nuestra incapacidad ha matado a todos los buenos.

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De Irak es mejor no hablar. Estos lodos vienen de una guerra innecesaria en 2003, que además estuvo mal planificada y peor ejecutada. A los errores de bulto de los halcones de Washington se ha sumado el buenismo incompetente de Obama. ¿Qué buscamos en Irak, liberar una presa en Mosul o liberar todo el país? ¿Liberar, he escrito? ¿No lo habíamos liberado ya? Quizá no sea tanta la incompetencia real y la invasión fue, sobre todo, un formidable negocio para personas y empresas concretas.

Volvamos al puzzle. Para salir del lío de Siria estamos un poco más condescendientes con Asad mientras se nos ocurre algo. Asad es alauí, una secta chií, por eso tiene detrás a Irán, el país de los chiíes. Para resolver el lío de Irak, donde gobiernan los chiíes, hemos tenido que pactar con Teherán para poder cambiar al primer ministro, Nuri al Maliki, que se había convertido en un estorbo.

Tanto contacto con Irán, además de las negociaciones nucleares, preocupa a Israel que de querer bombardear Irán hace un año porque era un peligro para la paz mundial ha pasado a bombardear Gaza, mucho más cómodo y a mano. También preocupa a Arabia Saudí, presunto aliado y amigo de Occidente. Tanta veleidad chií les ha empujado a apoyar veladamente al Estado Islámico. Arabia Saudí es el centro del mundo suní. Su guerra contra los chiíes también es medieval. Y nosotros sin leer un solo libro de Historia. Así nos va.

El asesinato de James Foley –no ejecución ni muerte ni accidente laboral– es una tragedia para su familia y para el periodismo en general. También debería ser una tragedia para el Gobierno de EEUU, el de Barack Obama, que no negoció cuando fue posible. Foley llevaba dos años secuestrado en Siria. En ese tiempo han pasado demasiadas cosas en ese país, han cambiado los collares pero no los perros y se han ido cerrando todas las ventanas de esperanza, sobre todo para la población civil.

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