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¿Qué le pasa a la izquierda con el fútbol? ¿Por qué a una parte de ella le parece mal que se vacune a la selección española? ¿Qué quieren? ¿Que vacunemos a la de ajedrez? Eso sería tirar el dinero. Pensar no es lo nuestro. Es cosa de alemanes. Y así les va. Son una potencia mundial, una sociedad avanzada con una envidiable estabilidad política y un sólido estado del bienestar, pero sólo tienen ocho Copas de Europa. Nosotros dieciocho. ¿Creen que si los alemanes pudieran elegir entre ser el país de Kant, Schopenhauer y Heidegger o tener dieciocho “orejonas” elegirían lo primero? El propio Heidegger, según biografía no autorizada, se quejaba amargamente en su lecho de muerte del uso que había dado a su sesera: “He indagado cuestiones fundamentales de la fenomenología, he arrojado luz al sentido del ser, pero me voy sin haber marcado un solo gol de cabeza”.
¿Qué tiene la izquierda contra el fútbol? ¿Qué tiene en contra de que un grupo humano —es verdad que poblado de egos— se una en un esfuerzo solidario para pelear por conseguir una victoria, con la tranquilidad de que si pierde siempre puede culpar a otro de la derrota? En esencia, el fútbol es la izquierda.
Y sin embargo, a la progresía le parece mal que vacunemos a nuestros muchachos para que defiendan a España en el terreno en el que ahora se libran las guerras modernas: el césped de un estadio. La izquierda no entiende que el fútbol es la continuación de la guerra por otros medios. Actualmente, no hay un solo país en guerra que tenga una buena selección. La única forma de convertir a los talibanes en un grupo pacífico sería una buena política de fichajes y dejarles participar en el mundial de clubes.
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A la izquierda —a una parte de ella al menos— le parece mal que vacunemos a estos soldados del deporte porque, según ellos, no son trabajadores esenciales. Os diré una cosa: mi concepto de trabajador esencial cambió radicalmente el día que tuve que montar solo una estantería Holstöm. La UCI no puede ser peor que eso. Cuando terminé, mi nivel de concentración de oxígeno en sangre estaba por debajo del de la llave Allen.
Algún tertuliano, militante de la pureza ideológica y boina verde en todas las causas posibles, arguye en un artículo urgente —no sea que durante quince minutos no sepamos qué opina sobre algo— que lo fundamental no es el hecho en sí de utilizar cincuenta y dos vacunas del stock nacional sino que se trata de una cuestión ética, de un dilema moral. ¿Un dilema moral? ¡Estamos hablando de fútbol, motherfucker! Baja el listón. El único que ha utilizado el concepto dilema en un vestuario fue Benzema cuando dudaba entre comprarse el Lamborghini Huracán o el Lamborghini Veneno. Al final tomó la decisión correcta y se compró los dos.
Vacunar a nuestros muchachos es un acto de humanidad. ¿Alguien de esa izquierda intensa, eternamente indignada y empeñada en convertir en trascendente hasta lo más insignificante, se ha molestado en contemplar la carita de Pedri? Si Pedri no estuviera en la selección podría estar perfectamente en un anuncio de Save The Children. Hay que ser un desalmado para poder mirar a los ojos a Pedri y decirle: “No, Pedri, para ti no hay. Pero te hemos puesto hidrogel en el banderín de córner”. ¡Coherencia, por favor! ¡Quien niega una vacuna a Pedri no puede defender a un mena!
¿Qué le pasa a la izquierda con el fútbol? ¿Por qué a una parte de ella le parece mal que se vacune a la selección española? ¿Qué quieren? ¿Que vacunemos a la de ajedrez? Eso sería tirar el dinero. Pensar no es lo nuestro. Es cosa de alemanes. Y así les va. Son una potencia mundial, una sociedad avanzada con una envidiable estabilidad política y un sólido estado del bienestar, pero sólo tienen ocho Copas de Europa. Nosotros dieciocho. ¿Creen que si los alemanes pudieran elegir entre ser el país de Kant, Schopenhauer y Heidegger o tener dieciocho “orejonas” elegirían lo primero? El propio Heidegger, según biografía no autorizada, se quejaba amargamente en su lecho de muerte del uso que había dado a su sesera: “He indagado cuestiones fundamentales de la fenomenología, he arrojado luz al sentido del ser, pero me voy sin haber marcado un solo gol de cabeza”.
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