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La banca siempre gana, a cambio de que perdamos todos los demás

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“No le des la llave de tu casa a un canalla, porque cuando la tenga te dirá que tú ya no vives allí"

Una orden, una medicina o un delito. Ésas son las tres cosas a las que se puede aplicar el verbo “prescribir". La diferencia entre ellas es que la primera sirve para que te organicen la vida, la segunda para salvártela y la tercera para que los ladrones de guante blanco se vayan de rositas y se queden el botín. Por desgracia, en la España de hoy los últimos ganan, el resto pierde y nunca habían sido tan verdad esas dos frases hechas que dicen que la banca siempre gana y que el cliente siempre tiene razón; por eso las noticias hablan a la vez de los 26.300 millones de euros del rescate a las entidades financieras que el Estado da por irrecuperables y de los dividendos millonarios que logran quienes hacen negocios con la salud de las personas. El más reciente del ramo, la venta de la compañía Quirónsalud a la alemana Fresenius por 5.760 millones, le ha dejado 400 de beneficio a su jefe, que además conserva su puesto de mando. No es dinero líquido, nos dirán, sólo acciones; y se callarán que en dos años lo puede hacer efectivo. A las personas normales nos marean esas cifras, pero eso no significa que no entendamos lo que suponen, porque hemos aprendido el idioma de los estafadores y sabemos que “ingeniería financiera” significa desfalco, evasión y, normalmente, lo uno y lo otro.

El Gobierno, en su eterna paradoja, nunca ha reconocido que ese rescate existiese. El entonces y ojalá que nunca más presidente, Mariano Rajoy, aseguró con la rotundidad que le caracteriza, que sólo era “un crédito a la banca y lo va a pagar la propia banca”. Su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, prometió que ese préstamo se había hecho “de forma que no cueste ni un euro al contribuyente.” Y el ministro de Economía en los años de la catástrofe, Luis de Guindos, remató la jugada diciendo que no tendría "coste alguno para la sociedad, sino todo lo contrario.”

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Ahora, el mismo Banco de España que en su momento no quiso ver, oír ni hablar de la crisis, ha reconocido que ni mandando al Cobrador del Frac de oficina en oficina ha podido lograr que fuese restituido más que el 5% de los 51.303 millones prestados. Para entender lo que eso significa, podemos recordar que con todo lo demás se habrían evitado los tijeretazos salvajes que el PP hizo en Sanidad y Educación, que fueron de 16.000 millones, y aún habrían sobrado otros diez mil. Aunque sólo fuera por mentirosos, esta gente no debería seguir teniendo en sus manos la llave del palacio de La Moncloa.

La de la Real Casa de Correos la tuvo muchos años Esperanza Aguirre, como presidenta de la Comunidad de Madrid. Gran parte de su mandato lo dedicó a intentar privatizar la Educación y la Sanidad públicas y a convertir a los pacientes y alumnos en clientes, que siempre tienen razón… mientras se la puedan pagar. Uno de sus hombres de confianza en la sombra, de ella y de medio Partido Popular, era precisamente el empresario que acaba de vender Quirónsalud a Fresenius, llevándose una fortuna sin dejar su despacho. Entre las adjudicaciones que logró en aquella época y sólo en Madrid, están el Hospital de la Concepción, el Infanta Elena, de Valdemoro; el Rey Juan Carlos, de Móstoles y el de Villalba. Fueron buenas inversiones, aunque caras para los contribuyentes a quienes se les obliga a hacerse un seguro médico privado a base de degradar los centros de la Seguridad Social, porque de los 2.372 millones que facturó la firma en 2015, más de 800 proceden de los acuerdos logrados con la Administración. Así funciona el neoliberalismo, ese espectro que recorre Europa, dejando tras su paso tierra quemada.

La escritora Elvira Navarro acaba de publicar en la editorial Random House una novela titulada Los últimos días de Adelaida García Morales. En ella cuenta una historia tremenda sobre la autora de El sur, un relato corto con el que su entonces marido, el director Víctor Erice, hizo una de las películas más célebres y respetadas de nuestro cine. También publicó otros libros importantes, como Bene o El silencio de las sirenas, pero se fue eclipsando poco a poco, y según cuenta en esta obra entre la ficción y la biografía la autora de La ciudad feliz y de La trabajadora, lo último que se supo de ella es que se dejó caer por una institución oficial para solicitar una ayuda de cincuenta euros que la permitiese ir a Madrid a visitar a su hijo. Luego, la oscuridad y su muerte en 2014. Leer estas páginas produce una gran tristeza, porque hablan de una mujer desafortunada, pero también de un país donde a muchos les ocurren cosas parecidas a las que ella padeció, mientras otros pueden ganar millones con una llamada de teléfono, un paso al otro lado de la raya de la corrupción. Es un mensaje que deja claro que las cosas tienen que cambiar, que estamos en manos de gente que sólo ha venido a hacer dos cosas: con la derecha, se llevan lo que es nuestro; con la izquierda, nos cavan una tumba. O peor aún, nos dan una pala y nos prescriben cavarla nosotros mismos, que es lo que ocurrió con el famoso rescate a la banca, que dicen que no existió y dicen que no se va a devolver.

“No le des la llave de tu casa a un canalla, porque cuando la tenga te dirá que tú ya no vives allí"

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