Los cinco minutos que no encuentra Pablo Casado

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Hay algo realmente alucinante en el asunto del mini-máster de Pablo Casado.

Es sorprendente que a un joven diputado le ofrezcan un título de máster de 60 créditos a cambio de cuatro trabajos que se elaboran en un fin de semana largo, sin ir a clases ni hacer exámenes, y no lo rechace airado explicando al desgarramantas que la universidad es el alma mater y que él sólo se matricularía para aprender y formarse. Y también es sorprendente que ese joven diputado no se interese por saber si todos sus compañeros de máster lo cursan como él en plan universidad a distancia, no vaya a ser que le estén otorgando cierto privilegio, lo que lógicamente sería inaceptable para un admirador confeso de aquellos países que tienen los más altos estándares de ética en la vida pública.

Todo ello es sorprendente, pero lo realmente alucinante del tema del mini-máster de Pablo Casado es que el presidente del PP no encuentre los cinco minutos que le llevaría cruzar la calle Génova, entrar en la sede del Tribunal Supremo, entregar el ordenador que dice que utilizó para realizar los trabajos de las únicas cuatro asignaturas que no le convalidaron y pedir declarar voluntariamente para aclarar cualquier duda que pudieran tener en el alto tribunal.

Es muy complicado que, entre los dos millones de asuntos pendientes en este momento en los tribunales españoles, haya uno más fácil de resolver que el del mini-máster. Un perito informático comprueba la fecha de creación de los cuatro trabajos. Que se crearon en 2009, se archiva el caso y punto final de la historia. Que se fabricaron en 2018, el Supremo abre una investigación para decidir si procede o no actuar penalmente contra Casado por los delitos de cohecho impropio y prevaricación administrativa que ha apreciado indiciariamente la magistrada Carmen Rodríguez-Medel.

Y políticamente, pues lo mismo. Que los cuatro archivos se crearon en 2009, Casado regresa a hombros a la calle Génova. Que los trabajos se fabricaron en 2018, el presidente del PP presenta de forma inmediata su dimisión y se convierte en Pablo el Brevísimo.

Así que, llegados a este punto, sólo hay una pregunta que hacerse: ¿por qué si Casado tiene en sus manos terminar en cinco minutos con la polémica del mini-máster prefiere no hacerlo y permite así que el asunto se convierta en un escándalo político?

La investigación judicial se centra lógicamente en los hechos ocurridos en el curso académico 2008-2009, que es cuando los presuntos delincuentes del chiringuito ese de la URJC montaron su máster de dos velocidades –una corta para la plebe estudiantil, y otra larga para los patricios amigos de la casa–, pero políticamente a mí me fascina otro instante. Es aquella mañana del 10 de abril de 2018, en la que Casado cita a 60 periodistas a un encuentro en la sede del PP y les muestra los cuatro trabajos que según explicó guardaba en su ordenador. Si esos documentos los había escrito en las semanas previas, el ánimo de engaño a la opinión pública sería tan descomunal, la alevosía de su comportamiento tan calculada, que en términos éticos sería insoportable su continuidad en cualquier cargo público.

Así que la pregunta surge inevitable una y otra vez: ¿por qué no se acerca Casado al Supremo ordenador en mano? Si dijo la verdad, sería un hombre libre de sospecha de forma inmediata.

Dos atajos

El problema, para Casado, es que hubiera mentido. En ese caso estaríamos ante un político sin escrúpulos que probablemente estaría valorando dos atajos.

El primero es que el ordenador se evapore. Se pierde en un traslado, lo roban en una tarde de verano, lo encuentra el hombre del martillo de Génova, unos extraterrestres se lo llevan por error... Estaríamos ante un modelo de ordenador ciertamente milagroso. Habría sobrevivido y guardado durante nueve largos años los trabajos del mini-máster, justo hasta el preciso momento en que su dueño los necesitaba para imprimirlos y enseñárselos a la prensa, y desaparecería nada más saber que se había convertido en la prueba clave de un asunto judicial. Las indemnizaciones en diferido que se estilaban en época de Cospedal serían una broma comparada con el ordenador-milagro de Casado.

El segundo atajo también entra en la categoría de lo humanamente milagroso y es que alguien en el Supremo viese la luz y encontrase una vía de rechazar la exposición razonada que le envió Rodríguez-Medel. Cualquiera que haya leído las 54 sólidas páginas de ese documento y tenga una mínima noción jurídica –pero mínima, mínima–, sabe que sería un escándalo no practicar (al menos) las pruebas que plantea la magistrada para aclarar la actuación de Casado. Claro que a veces la Justicia no es ciega, sólo tuerta.

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Ambos atajos crearían divertidísimos trending-topics en Twitter, donde ya saben que somos potencia mundial, y dejarían instalada una gigantesca sombra de sospecha sobre Casado. Vale, muy bien, pero con la sombra Casado puede intentar aguantar al frente del PP y con la certeza (si fabricó los trabajos en 2018), tendría que irse por la puerta de atrás de forma ignominiosa. Así que la tentación estaría ahí.

Les confieso que de alguna forma me gustaría que Casado estuviera diciendo la verdad. Aborrezco a su padrino Aznar. Me provocan náuseas los presuntos delincuentes González y Granados y su madrina Aguirre, los tres referentes de la escuela política en la que creció el ahora líder del PP. Me escandalizan sus discursos plagados de mentiras de las últimas semanas, especialmente en temas como la inmigración. Pero valoro la valentía que tuvo al presentarse cuando todos estaban esperando al señor de las cremas y aprecio a algún militante honrado que lo apoyó en las primarias convencido de que el PP tenía que pasar página y dejar atrás el bochorno de la corrupción. Y es que sería bueno que la derecha acertase al fin con su liderazgo.

Pero la pregunta sigue ahí, sin respuesta, cada hora que pasa más grande y pesada: ¿por qué, Pablo, si está en tu mano enterrar el ominoso asunto del mini-máster llevando al Supremo la prueba irrefutable de que dices la verdad, no lo haces? ¿Por qué no encuentras esos cinco minutos?

Hay algo realmente alucinante en el asunto del mini-máster de Pablo Casado.

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