Cierto. Este jueves 3 de mayo no es un día histórico por mucho que lo pretenda ETA. Su segundo adiós, esta comunicación troceada de la “autodisolución completa, definitiva y concluyente de todas las estructuras”, es una buena noticia, pero no puede ni debe ocultar que la derrota se produjo el 20 de octubre de 2011, cuando la banda anunció “el cese definitivo de la lucha armada” sin haber logrado ninguno de sus objetivos. Hoy, 59 años y más de 800 (*) asesinatos después de su nacimiento, desaparece la última organización terrorista de Europa. Lo cual debería ser en cualquier caso motivo de celebración, individual y colectiva, precisamente en homenaje a la memoria de todas las víctimas y transmitiendo a las nuevas generaciones la fortaleza de los votos frente a las balas.
Todos los finales de la violencia dan paso a intentos más o menos evidentes de imponer un relato parcial y justificador de lo sucedido. En esa clave debe leerse lo que ETA pretende estos días, sin cerrar ojos y oídos tampoco a la obligación cívica y democrática de encontrar espacios para la convivencia y la reconciliación. Aunque vivamos a golpe de tuit y de fogonazo audiovisual; aunque los casi siete años transcurridos desde aquel ‘Agur, ETA’ nos parezcan treinta por la velocidad de estos tiempos líquidos, conviene compartir alguna reflexión que ponga en valor esta victoria democrática.
- La disputa por el relato de las cinco largas décadas de actividad terrorista jamás encontrará la verdad en un punto medio que es imposible entre víctimas y verdugos. Quienes tanto abusan del término “equidistancia” a la hora de difamar a todo aquel que discrepa de los extremismos han desgastado y distorsionado un término cuyo significado es inadmisible cuando se trata del uso de la violencia. Podemos gritarlo más alto, pero no debería hacer falta: la simetría es inaceptable entre agresores y agredidos. Los primeros están obligados a hacer un recorrido muy diferente al que tenemos por delante quienes siempre hemos practicado y aceptado las reglas democráticas y el respeto a los demás, empezando por el derecho a la vida.
- La soberbia infinita de ETA ha impedido que en su Declaración final al Pueblo Vasco cite siquiera a las víctimas ni mucho menos les pida perdón. En sus penúltimos comunicados, destinados a otros “agentes” que no son “el pueblo de Euskal Herria”, pretendió disculparse sólo ante una parte de las víctimas, como si unas vidas tuvieran más valor que otras dependiendo de su “participación en el conflicto”. Hace ya muchos años que el lenguaje retorcido de ETA no puede ocultar su inmoralidad y su fracaso histórico.
- Derrotada la violencia, el relato de su prolongada existencia es ya plural, resultado de la suma de testimonios individuales y colectivos cuyo calado y credibilidad es inversamente proporcional al sectarismo que transmita. Sus lecturas no serán idénticas en Euskadi y fuera de Euskadi, en España y fuera de España, entre las generaciones que hemos soportado directamente la violencia o su amenaza y las que ya no sentirán nunca ese nudo en el estómago y esa rabia e impotencia tras la última explosión o el enésimo tiro en la nuca.
- Han hecho ya más por la construcción justa de una memoria colectiva acerca del terrorismo novelas como Patria o Mejor la ausencia, montajes teatrales como La mirada del otro o documentales como El fin de ETA que cien comunicados de la banda o mil declaraciones políticas.
- La sociedad civil, múltiple y poliédrica, seguirá dando pasos en Euskadi para la reconciliación, y desde la política debe facilitarse el camino y no entorpecerlo. Mantener a día de hoy la dispersión de presos sólo sirve para alimentar el discurso victimista de un entorno político que ya dio la espalda a ETA tras el proceso de paz de 2006 y la voladura de la T-4.
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- Constatada y confirmada la derrota de ETA, sería deseable que PP y Ciudadanos no entren en una competición electoralista por apropiarse de la bandera de la solidaridad con las víctimas articulando el discurso más vengativo y menos constructivo. Un relato veraz de la historia del terrorismo en España tendrá que contar que todos los gobiernos de la democracia, desde Adolfo Suárez a Rodríguez Zapatero pasando por Felipe González y Aznar, abrieron conversaciones con ETA en busca de su final, pero también deberá explicar que no todos los partidos de la oposición actuaron con la deslealtad que lo hizo el PP de Rajoy entre 2004 y 2011. Aún no se ha escuchado una rectificación pública ni un reconocimiento de aquellas infamias sobre el 11-M o sobre la “traición a los muertos”“traición a los muertos” de las que se acusó a Zapatero en sede parlamentaria y en los púlpitos mediáticos conservadores. (Este mismo jueves hemos conocido además a través de la Cadena SER cómo Rajoy era puntualmente informado por el Gobierno Zapatero de cada paso que daba en el proceso de paz con ETA).
Que no sea esta una fecha histórica en el sentido que pretende ETA no significa, por tanto, que no debamos proclamar el orgullo de una victoria democrática que no se quiso celebrar en 2011 por simple ceguera política y dogmatismo ideológico. Si durante décadas instamos a los pistoleros a que defendieran sus posiciones con la palabra y no con las bombas, los secuestros y las balas, ahora debemos reivindicar más que nunca el valor de la palabra. No se me ocurre mejor forma de honrar la memoria de las víctimas.
(*) La cifra total de asesinatos cometidos por ETA y grupos afines como los Comandos Autónomos varía según las distintas fuentes: 955, según la Asociación de Víctimas del Terrorismo; 867, según un informe del Ararteko (Defensor del Pueblo vasco) sobre atención a las víctimas; 864, según la oficina de asistencia a las víctimas de la Audiencia Nacional; 858 para el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo; 857 para la Fundación de Víctimas del Terrorismo; 853 según el Ministerio del Interior; 845 según un estudio del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, de la Universidad del País Vasco; 837 para el Gobierno vasco. La cifra total varía según se atribuyan o no a la banda determinados crímenes (la AVT es la única, por ejemplo, que adjudica a ETA el incendio en 1979 del hotel Corona de Aragón de Zaragoza, que provocó 83 muertos). El informe del Ararteko calcula que ETA ha provocado heridas físicas a más de 16.000 personas, y un informe de la Fiscalía de la Audiencia Nacional sitúa en 349 el número de crímenes sin resolver.
Cierto. Este jueves 3 de mayo no es un día histórico por mucho que lo pretenda ETA. Su segundo adiós, esta comunicación troceada de la “autodisolución completa, definitiva y concluyente de todas las estructuras”, es una buena noticia, pero no puede ni debe ocultar que la derrota se produjo el 20 de octubre de 2011, cuando la banda anunció “el cese definitivo de la lucha armada” sin haber logrado ninguno de sus objetivos. Hoy, 59 años y más de 800 (*) asesinatos después de su nacimiento, desaparece la última organización terrorista de Europa. Lo cual debería ser en cualquier caso motivo de celebración, individual y colectiva, precisamente en homenaje a la memoria de todas las víctimas y transmitiendo a las nuevas generaciones la fortaleza de los votos frente a las balas.