Se empieza fichando a una tránsfuga con un historial político entre oscuro y negro-negrísimo y se termina silbando mientras queda demostrada la ejecución de un pucherazo que deja en evidencia la presunta democracia interna de la que tanto se ha presumido. El escándalo sobre el apoyo de Albert Rivera y el aparato de Ciudadanos a Silvia Clemente en Castilla y León es quizás la gota que desborda el vaso de la impostura de una autoproclamada “nueva política” que en realidad funciona como Sociedad Limitada a intereses concretos y oportunistas. Es obvio que Ciudadanos confía en la velocidad de estos tiempos políticos caracterizados por la capacidad de generar titulares o tuits destinados a fagocitar de inmediato unos hechos que, por sí mismos, podrían causarle daños irreparables a pocas semanas de las elecciones generales. Y ya hemos escrito aquí que del resultado que alcance la formación naranja el 28-A dependerá en buena parte el éxito o el fracaso del vendaval reaccionario que nos azota.
La verdad es que ya resulta cansina la pretensión (no novedosa ni exclusiva de Ciudadanos) de aprovechar la revolución tecnológica para achacar a “un error informático” lo que a uno le pete en cada momento y situación. Nos toman por idiotas. Lo mismo da que se trate de justificar un plagio que un pucherazo (ver aquí). Esto último es exactamente lo ocurrido (ver aquí) en las primarias del último fin de semana en Castilla y León, donde los militantes de Cs elegían vía telemática entre Silvia Clemente y Francisco Igea como número uno para la presidencia de la Junta de la comunidad autónoma. Ni Rivera ni su número dos, José Manuel Villegas, se molestan en explicar cómo es posible que “el sistema informático” se invente 82 votos y todos a favor del mismo nombre. Si el perjudicado no hubiera denunciado el apaño, la candidata naranja a la presidencia de la Junta sería hoy una señora cuyo padrino político fue Jesús Merino, condenado por el caso Gürtelcaso Gürtel, y que debería haber sido apartada de cualquier cargo público por el PP ya en 2011, cuando se conocieron facturas de comidas navideñas y artículos de lujo a cargo de la consejería de Agricultura, o cuando se supo que concedía subvenciones millonarias a un empresario patatero que era su novio y después marido (ver aquí).
Una vez más, lo peor no es que algunos o algunas caraduras asciendan en política (los jetas no vienen de Marte sino que habitan entre nosotros). Lo peor es tenerlos identificados y no sólo no hacer nada para expulsarlos del servicio público sino todo lo contrario: mantenerlos, premiarlos o ficharlos salvo que haya una condena judicial firme por medio. En este juego (venenoso para el prestigio de la política en general) andan PP y Ciudadanos. Sin complejos. Entre la degeneración y la ‘redegeneración’. Ese escenario es el que parece asomar en el paso de la vieja a la nueva política por el flanco derecho.
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Cuando se tienen principios de plastilina, adaptables a lo que en cada coyuntura más convenga, un partido (o movimiento o plataforma a llámesele como se quiera) termina efectivamente funcionando como una empresa en cuya gestión todo vale si de cada acción se prevén beneficios a corto plazo. La penúltima demostración de Rivera en su vasto historial de contradicciones es el pacto con Unión del Pueblo Navarro, que incluye la aceptación expresa del régimen foral fiscal de Navarra, el mismo que una y mil veces Rivera ha calificado de “privilegio”, “chollo” o “invento” similar al “cuponazo” vasco, su forma despectiva de referirse al cupo o concierto que regula la aportación fiscal de Euskadi al Estado (ver aquí). Todo vale si “Navarra suma” en las aspiraciones de ganar poder.
Desde la moción de censura, y tras los resultados del 2 de Diciembre en Andalucía, la ansiedad en la cúpula de Ciudadanos se ha disparado. Su caída en los sondeos respecto al camino triunfal que hace un año le pronosticaban lleva a Rivera a apuestas de máximo riesgo. Sólo así pueden entenderse el anuncio de que “jamás” facilitará un gobierno de Sánchez o del PSOE, el salto de Inés Arrimadas del Parlament al Congreso, la foto de Colón, las apresuradas ofertas para fichar a Soraya Rodríguez como “uno de los grandes talentos del PSOE” o el esperpento organizado en Castilla y León.
Intenta Rivera pasar página del pucherazo no sólo eludiendo explicaciones sino atacando al prójimo con falsedades tan clamorosas como la de que “PSOE y PP tienen prohibido votar en primarias”, como dijo en TVE este último lunes (ver aquí). Si el líder de Ciudadanos apostara honestamente por la regeneración, tendría que empezar por no mentir a los votantes, y si quiere reivindicar una mejora del funcionamiento del sistema de primarias puede empezar por leer el ensayo Desprivatizar los partidos, que este mismo miércoles se presentaba en Madrid. Sus autores, los profesores José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro, explican breve y nítidamente las principales carencias en el funcionamiento y organización de las formaciones políticas desde la transición hasta hoy. Y proponen soluciones concretas, que pasan por reformas de la Ley Electoral y de la Ley de Partidos. No es tan complicado, sólo hay que tener la voluntad de defenderlas, en lugar del permanente postureo a la caza del votante despistado.
Se empieza fichando a una tránsfuga con un historial político entre oscuro y negro-negrísimo y se termina silbando mientras queda demostrada la ejecución de un pucherazo que deja en evidencia la presunta democracia interna de la que tanto se ha presumido. El escándalo sobre el apoyo de Albert Rivera y el aparato de Ciudadanos a Silvia Clemente en Castilla y León es quizás la gota que desborda el vaso de la impostura de una autoproclamada “nueva política” que en realidad funciona como Sociedad Limitada a intereses concretos y oportunistas. Es obvio que Ciudadanos confía en la velocidad de estos tiempos políticos caracterizados por la capacidad de generar titulares o tuits destinados a fagocitar de inmediato unos hechos que, por sí mismos, podrían causarle daños irreparables a pocas semanas de las elecciones generales. Y ya hemos escrito aquí que del resultado que alcance la formación naranja el 28-A dependerá en buena parte el éxito o el fracaso del vendaval reaccionario que nos azota.