Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
Feijóo y la España de los muñecos
Si algo ha quedado claro en los primeros días de este 2024 es que la estrategia del principal partido de la oposición (o el ganador de las elecciones, como prefiere autodenominarse el PP) consiste en elevar al máximo la erosión del Gobierno, confiando en que la alianza de PSOE y Sumar con los independentistas se resquebraje en cuestión de meses. Para ese objetivo le vale todo: desde convertir la violencia fascista a las puertas de la sede socialista de Ferraz en “un ejemplo más de la victimización que provoca Sánchez”, hasta proponer la ilegalización de todo independentismo que mantenga como objetivo la autodeterminación.
Lo expresó de forma diáfana este miércoles el portavoz parlamentario del PP, Miguel Tellado, al confirmar que tiene el encargo de Feijóo de liderar una oposición “muy dura y contundente” (ver aquí). Su prioridad no se oculta: competir por el espacio electoral que hoy ocupa Vox para “construir un proyecto sólido, de diez u once millones de votantes que nos permitan ser alternativa real y echar a Pedro Sánchez”. Ese “proyecto sólido” ha quedado dibujado en la enmienda a la totalidad de la Proposición de ley de amnistía con la propuesta de disolución de los partidos que promuevan declaraciones de independencia o consultas ilegales. El PP plantea una nueva reforma del Código Penal para incluir una serie de delitos de “deslealtad constitucional” (ver aquí).
El PP atropella de este modo la letra y el espíritu de la propia Constitución y la doctrina acumulada del Tribunal Constitucional, que establece precisamente un sistema democrático basado en el pluralismo no militante, es decir, que son respetables y legítimas las opciones políticas que se oponen a la Constitución misma, siempre que no utilicen medios violentos. Ni esta propuesta ni la de Vox, que propone incluso el castigo de cárcel para negociaciones políticas como las que mantienen PSOE y Junts, tienen la menor posibilidad de salir adelante, pero son muy significativas respecto a lo que más importa: ¿qué proyecto de España defiende cada cuál?
Cada día que pasa resulta más complicado adivinar cuál es la idea de país que Feijóo tiene en la cabeza. ¿La de ilegalizar las opciones nacionalistas periféricas que mantengan como objetivo y den pasos hacia la defensa de la autodeterminación? O al PP le importa un rábano la realidad compleja del Estado español o confunde la unidad territorial con la democracia. ¿Acepta o no Feijóo que se puede ser demócrata y defender un Estado plurinacional, o federal o confederal, incluso la independencia de un territorio, pacíficamente, sin correr el riesgo de acabar en prisión? Convendría de una vez por todas que lo aclarara, porque nada es más importante en este 2024 —en España y en medio mundo desde el punto de vista político-electoral (ver aquí)— que distinguir a los demócratas de quienes no lo son, por mucho que usen la Constitución del 78 como arma de desinformación masiva.
Ha tenido Feijóo la mala suerte de que en la misma primera semana del año se hayan cruzado el muñeco con la efigie del presidente del Gobierno apaleado en Ferraz, la propuesta de ilegalizar el independentismo radical y la confirmación en La Vanguardia de que hubo reuniones entre representantes de Feijóo y de Carles Puigdemont para explorar un posible apoyo de Junts a la investidura del líder del PP (ver aquí). El rey desnudo. Tiene en este punto toda la razón Santiago Abascal: es pura hipocresía demonizar a Sánchez por negociar con Junts y a la vez estar negociando con Junts en la oscuridad. Sorber y soplar a la vez…
Cuanto más insista la oposición en su estrategia, más contribuirá al desgaste del sistema democrático y más se puede ampliar también la brecha entre la España real y la de quien pretende ser alternativa de gobierno
El cortoplacismo pragmático no ha dado buenos resultados a Feijóo hasta el momento. Los estudios postelectorales confirman que sus pactos con Vox en comunidades y ayuntamientos y su desparpajo en los ataques personales contra Sánchez le costaron la mayoría que daba por descontada el 23 de julio. Y no hay en el escenario un solo dato que indique que su decisión de ejercer una oposición “muy dura”, en la que cabe la ilegalización de opciones políticas, el mantenimiento del bloqueo del Poder Judicial o la ambigüedad calculada a la hora de condenar actos violentos ante las sedes del partido socialista vaya a tener consecuencias de alcance.
Cuanto más insista la oposición en esa estrategia, más contribuirá al desgaste del sistema democrático (lo que quizás no le importe tanto en esta huida hacia adelante de carácter iliberal) y más se puede ampliar también la brecha entre la España real y la de quien pretende ser alternativa de gobierno. Parece que a Feijóo, como a Ayuso, le interesa mucho más que se hable de la amnistía, de ETA o de Puigdemont que de la marcha del empleo, las listas de espera en la sanidad madrileña o la ejecución de los fondos europeos. Pero las personas, los votantes, no son muñecos indefinidamente apaleados, ajenos a la realidad. Una democracia necesita ciudadanos críticos, no muñecos inertes.
Las izquierdas, curiosamente, afrontan un 2024 desde una mayoría de gobierno más sólida de lo que aparentan las baterías mediáticas (especialmente las madrileñas), pero ante un reto que no deberían menospreciar. A una oposición hiperbólica y sectaria no basta con responderle desde el espejo de la hipérbole. Urge que Sánchez se distancie del cortoplacismo de hacer “de la necesidad virtud” y dibuje con claridad su modelo de país. Para eso debería servir la conferencia política del PSOE prevista para el 20 y 21 de enero en A Coruña. El ejercicio del derecho de gracia y los acuerdos con los nacionalismos periféricos pueden ser la espoleta para el reconocimiento de una España plurinacional que sería una evolución lógica desde la Declaración de Granada (ver aquí) y no rompe nada más que las hipocresías latentes en el eterno “de la necesidad virtud” heredado de la pragmática Transición. Marcar un objetivo “de país” serviría además para evitar la constante impresión de debilidad ante los exabruptos del independentismo más prepotente. El socio principal de gobierno, Sumar, tiene ya el modelo plurinacional entre sus señas de identidad.
Defender y liderar ese proyecto de España permitiría, creo, profundizar en la democracia, sin tantos golpes de pecho sobre la unidad territorial y con menos hipocresías sobre la complejidad de la gestión política real.
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