Se trata de una duda muy difícil de resolver. No se ha conseguido aquí ni en ninguna parte, que uno sepa. ¿Conviene hacerse eco de cada disparate que lanzan la ultraderecha, Isabel Díaz Ayuso o cualquier aspirante a convertirse en un García Gallardo de la política patria? ¿Sería más eficaz en términos democráticos ignorar las provocaciones? No estoy seguro, pero defiendo la obligación cívica de desmontar, señalar y avergonzar a quienes utilizan la desinformación, el bulo y la banalización del sufrimiento como táctica de confrontación política.
No era la primera vez que lo hacía, pero este jueves Ayuso llevó la misma infamia hasta la tribuna de la Asamblea de Madrid. “¡Que les vote Txapote!”, exclamó la presidenta autonómica en respuesta a una intervención del socialista Juan Lobato en la que este le había pedido disculpas por si no hubiera sido suficientemente contundente en la condena de los insultos que Ayuso recibió antes y después de ser distinguida como ‘Alumna ilustre’ de la Universidad Complutense. Con esa explícita alusión al etarra condenado por los asesinatos de Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica, Fernando Buesa o Gregorio Ordóñez, entre otros, pretendía Díaz Ayuso denunciar que el Gobierno de Pedro Sánchez “está en manos de Bildu”.
Es evidente que el único objetivo de Ayuso y de la fábrica de provocaciones que dirige su mano derecha, Miguel Ángel Rodríguez (MAR), es protagonizar la conversación pública y ejercer en estos meses preelectorales como principal látigo representante del antisanchismo, aunque sea repartiendo codazos a la dura competencia que ejercen su amigo Santiago Abascal y su (presunto) jefe de filas Alberto Núñez Feijóo. Esta vez el tiro le ha salido mal. Muy mal, porque quien ha desmontado la infamia no han sido sólo los portavoces de la izquierda en la Asamblea o periodistas decentes en unos cuantos debates o usuarios y usuarias indignadas en las redes sociales. Ha sido, también una vez más, Consuelo Ordóñez, hermana de Gregorio, una de las víctimas de Txapote y presidenta del Colectivo de Víctimas del Terrorismo (Covite). ”Las víctimas merecemos ser tratadas con RESPETO, banalizar con un hashtag al asesino de tantos inocentes, entre ellos de mi hermano Gregorio Ordóñez, demuestra su falta de principios y lo poco que le importamos. ¡Así NO! Sra @IdiazAyuso #DIGNIDAD “. En un sentido similar se pronunció la Fundación Fernando Buesa, exigiendo “respeto hacia las víctimas, hacia sus familias y hacia los partidos a los que pertenecían”.
Ni siquiera es idea original de Ayuso o de MAR esta infamia. Antes se le ocurrió a Vox, por boca de su portavoz Jorge Buxadé. Se trata, obviamente, de mantener viva a ETA, de banalizar sus crímenes y su derrota democrática con tal de demonizar al gobierno de coalición por aceptar la legitimidad democrática de Bildu. Calumnia que algo queda.
Cuando escuché la enésima provocación de Ayuso, se me vino a la cabeza un grito que pudo oírse en diciembre de 2002, en alguna de las manifestaciones convocadas por Nunca Máis tras el desastre del Prestige: “¡Que los bote el chapapote!” Nada más eficaz que la fuerza de una rima para instalarse en la memoria, o para rebrotar asociada a unos tiempos marcados por el empeño del nacional populismo en convertir la política en un denso y oscuro chapapote. Todo vale para sembrar el odio al otro. Cuando hablamos de polarización, a menudo pensamos en confrontación fundamentalmente ideológica, pese a que los análisis académicos concluyen que lo que vivimos es sobre todo una polarización afectiva, emocional, más de tripas que racional (ver aquí).
Venimos insistiendo en que este año electoral se juega principalmente en el tablero de la conversación pública: ¿hablamos de economía, de pensiones, del salario mínimo, de las medidas contra la inflación, de la eterna precariedad laboral de jóvenes y mujeres o de los privilegios de las grandes fortunas? ¿O hablamos de Txapotes, de separatismos, de presuntos “planes para instalar en España un régimen bolivariano”? El cara a cara del pasado martes en el Senado fue una especie de introducción a cualquier debate electoral: quien gane el marco de la conversación puede ganar el pulso en las urnas. Feijóo huye de toda discusión sobre economía, sobre el mercado energético, sobre las medidas de protección social… (ver aquí). Ya prácticamente ni menciona esa antigualla ideológica que defiende bajadas generalizadas de impuestos, cuando la cruda realidad indica que hace falta más que nunca aplicar la progresividad fiscal contenida incluso en la propia Constitución.
Ni la derecha política ni la mediática ni la económica o empresarial van a desaprovechar la más mínima brecha en la actuación del Gobierno de coalición para imponer la conversación sobre asuntos a los que puedan sacar tajada electoral
Ni la derecha política ni la mediática ni la económica o empresarial van a desaprovechar la más mínima brecha en la actuación del Gobierno de coalición para imponer la conversación sobre asuntos a los que puedan sacar tajada electoral: sean las rebajas de penas mínimas derivadas de la aplicación de la ley del sí es sí, sea la dificultad para visibilizar el enorme avance en la pacificación de Cataluña o sea la nueva relación establecida con el régimen autócrata marroquí. En los tres casos el Gobierno afronta un problema común: se trata de apuestas políticas de calado (discutibles y arriesgadas, pero valientes) en las que asoman fácilmente las contradicciones, los obstáculos que producen un desgaste político inmediato, mientras apenas se vislumbran las compensaciones en términos de país, las cesiones del otro, las ventajas para la convivencia y para la estabilidad democrática.
Metidos en gastos, como suele decirse, es hora de que el Gobierno actúe sin soberbias pero sin complejos. Sería disparatado corregir el error en algún aspecto de la ley del sí es sí (ver aquí datos, no conjeturas) con otro error similar o mayor (ver aquí), comprando el marco de discusión que le interesa a la derecha hasta el punto de hacerse pasar por la opción ¡más feminista! de las últimas décadas. Sería un riesgo aún mayor echar el freno a la desjudicialización de la cuestión catalana cediendo la iniciativa a un grupo de jueces que dictan autos de alta densidad política convencidos de que son los salvadores de España. Y sería desastroso para la credibilidad internacional y para nuestros intereses directos tragar sapos y culebras con Marruecos sin siquiera intentar que la Unión Europea sirva de cómplice y paraguas en la exigencia de avances democráticos al régimen alauí y de respeto absoluto a los derechos del pueblo saharaui.
Conviene vestirse de neopreno o con traje de armadura ante lo que nos espera en lo que resta del año. La barbaridad de Ayuso y su “¡que les vote Txapote!” sólo es un aperitivo (tampoco el primero). No debemos caer en cada trampa pero tampoco dejar pasar cualquier infamia. El chapapote político también puede tragarse a quienes tanto lo ceban.
Se trata de una duda muy difícil de resolver. No se ha conseguido aquí ni en ninguna parte, que uno sepa. ¿Conviene hacerse eco de cada disparate que lanzan la ultraderecha, Isabel Díaz Ayuso o cualquier aspirante a convertirse en un García Gallardo de la política patria? ¿Sería más eficaz en términos democráticos ignorar las provocaciones? No estoy seguro, pero defiendo la obligación cívica de desmontar, señalar y avergonzar a quienes utilizan la desinformación, el bulo y la banalización del sufrimiento como táctica de confrontación política.