Piedras en el sistema

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Disculpen que hoy abuse de la primera persona. No es por mirarme el ombligo (horroroso) sino por hacerme entender. Desde los veinticuatro años tengo la desgraciada manía de sufrir cólicos nefríticos. Uno de mis riñones fabrica piedras como si un constructor las hubiera encargado. Cuando una o varias de ellas deciden buscar salida a través de los conductos del sistema (corporal), el dolor que provocan sólo puedo deseárselo a Donald Trump (quizás a alguno más de cuyo nombre no quiero acordarme). Las amigas que también lo conocen (el cólico, no a Trump) lo comparan con los dolores del parto. Llevo unos cuantos días soportando desde una cama de hospital la durísima batalla entre un ejército de gérmenes que acompaña a dos pedruscos atascados y otro formado por potentes antibióticos y calmantes que intentan vencer la resistencia.

Vamos ganando “los buenos”, pero cualquiera que haya atravesado un trance similar sabrá también que incluye molestias agudas seguidas de rápidos accesos febriles que precisan un chute de sedación analgésica que te transporta a veces a un estadio semiajeno al mundo real, en el que uno ve y escucha cosas extrañas, o bien te resultan normales escenas que son imposibles.

Hay un personaje de los últimos Episodios Nacionales de Galdós, Tito Liviano, a quien en fases febriles se le aparecen las Efémeras, unos espíritus imaginarios que le transmiten informaciones (ciertas y falsas) sobre la actualidad de la época. Las Efémeras hoy acuden al lecho del dolor por la vía de la prensa digital, a través de TwitterEfémeras, la radio de fondo, algún rato de telenoticias…

Pónganse en mi lugar. En poco más de diez días, las Efémeras me han traído titulares de esta guisa:

 

  • El portavoz del PP en el Senado, Ignacio Cosidó, pone un whatsapp a 146 senadores en el que explica que gracias al acuerdo con el PSOE para poner a Manuel Marchena al frente del Poder Judicial controlarán “desde detrás” la Sala Segunda del Supremo.
  • El juez Marchena renuncia a presidir el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Supremo.
  • Pablo Casado rompe el acuerdo y echa la culpa de todo al Gobierno por “las filtraciones”.
  • Gabriel Rufián llama “fascista” a José Borrell en el Congreso y el ministro denuncia que otro diputado de ERC le ha escupido.
  • Pedro Sánchez veta el acuerdo del Brexit porque se ha cambiado la redacción sobre Gibraltar “con nocturnidad y alevosía”.
  • Un juez cita al cómico Dani Mateo como imputado por sonarse los mocos en la bandera.
  • El rey emérito Juan Carlos I se fotografía con el príncipe saudí sospechoso de ordenar el asesinato del periodista Jashogi.
  • Sánchez levanta el veto al Brexit tras un acuerdo “histórico” sobre Gibraltar.
  • PP y Ciudadanos consideran el acuerdo “un fraude” y “un fracaso” y sostienen que los compromisos firmados sobre Gibraltar “no son vinculantes”.

De los mítines y entrevistas en la campaña andaluza he escuchado cosas que ustedes no creerían. Y hasta he llegado a ver al candidato del PP a la presidencia hablando con una vaca a la que pedía el voto. Pero me ha dicho el urólogo que eso son imaginaciones mías.

Algún rato de supuesta lucidez me ha llevado a pensar que, efectivamente, lo lógico sería que la mayor parte de esos titulares nacieran del desvarío. Porque de ser reales (como constato a medida que me voy recuperando), cada uno de ellos me lleva a alguna otra reflexión. Por ejemplo:

 

  • Que si Pablo Casado no mintiera cuando dice que rechaza y que no comparte el contenido del famoso whatsapp, tanto Ignacio Cosidó como Rafael Catalá estarían ya cesados en sus responsabilidades políticas. El primero por reenviar el mensaje y el segundo como probable autor intelectual del mismo.

 

  • Que al juez Marchena le honra su renuncia anticipada a un cargo que nunca ocupó, pero, oigan, que tampoco es San Manuel MarchenaSan Manuel Marchena, puesto que dio el paso no cuando todo el mundo supo que su nombre había sido apañado entre PP y PSOE sin esperar al voto de los nuevos consejeros, sino cuando todo el mundo se enteró de que el apaño incluía que la derecha controlara “por detrás” la Sala Penal del Supremo (vía Marchena, precisamente).

 

  • Que Rufián es un maleducado que deteriora el clima político con tanto empeño como el que viene poniendo desde hace muchos años Rafael Hernando con modales también tabernarios; que utilizar falsamente el término “fascista” es inadmisible, porque banaliza algo muy serio cuya amenaza no se ha disipado sino que resurge. Pero no olvidemos que Rufián consigue el propósito político buscado: afianzar las bases independentistas que presionan a sus dirigentes y al menor signo de “debilidad” los acusan de “traidores”. (Como Hernando se especializó durante la etapa Rajoy en excitar a los sectores más ultras del PP, función que ahora se ha apropiado el mismo Casado).  

 

  • Que es absolutamente urgente esa reforma del Código Penal que impida de una maldita vez interpretarlo para imputar a un cómico por ejercer su oficio: sea sonándose en la bandera o sea burlándose de lo más sagrado. Mientras tanto los jueces españoles (como el magistrado Adolfo Carretero que persigue a Dani Mateo) deberían estudiar, respetar y aplicar la doctrina de los tribunales europeos sobre libertad de expresión.

 

  • Que Juan Carlos I, por muy emérito que sea, representa a España allí donde esté, y antes de saludar y fotografiarse con un sospechoso de ordenar un crimen (sería prolijo relatar que desgraciadamente no se trata solo de ese crimen, sino que el régimen saudí es por sí mismo criminal) debería consultar a la autoridad pertinente, que en nuestra monarquía parlamentaria es el Gobierno. Y en cualquier caso, si de verdad se trata de un viaje y un acto absolutamente privados, hágase la luz sobre quién paga los gastos: ¿el rey emérito de su patrimonio opaco, sus amigos saudíes o nosotros, los contribuyentes españoles?  

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  • Que a Pedro Sánchez se le fue la mano calificando una y ocho veces de “histórico” su acuerdo sobre Gibraltar, pero que hizo lo que tenía que hacer cuando los negociadores británicos y europeos pretendieron dejar a España de lado. Así que, aun sobreactuando, acertó, y faltan a la verdad Casado, Rivera y sus baterías mediáticas cuando se empeñan en sostener que las declaraciones firmadas sobre Gibraltar no son vinculantes. Cualquier experto en Derecho Internacional se lo puede aclarar (pinche aquí), si no fuera porque ya lo saben pero prefieren ejercer un patriotismo selectivo, solo aplicable a lo que electoralmente les resulta rentable.

La velocidad febril a la que se fabrican y se reciben titulares no debe desviarnos de los retos de mayor calado. Es evidente que las tuberías de nuestro sistema democrático también contienen pedruscos que lo atascan, lo bloquean y desgastan su prestigio y su eficacia. Afectan a la política, a la Justicia, a los medios… a todas las instituciones de intermediación. Pero sería un error pensar que la responsabilidad es exclusivamente de los Cosidó, los Marchena, los Rufián, los Casado, los Rivera, los Sánchez, los Iglesias o los eméritos. O que las soluciones pasan por nuevos hiperliderazgos personales o por entregar las herramientas democráticas a los expertos, sustituyendo la política representativa por la tecnocracia.

Vivimos tiempos complejos, en los que nuestro primer reto debería ser el de “comprender la democracia”, como acertadamente titula el filósofo Daniel Innerarity un lúcido librito que abre la serie de ensayos '+Democracia’, y que concentra algún principio activo para frenar la infección. “Las soluciones han de ser institucionales y procedimentales”, sostiene el autor, y advierte de que no basta con achacarlo todo a la "democracia de los incompetentes", sino que la propia ciudadanía tiene (tenemos) la responsabilidad individual y compartida de recuperar el valor de la política y de "fortalecer la organización institucional de la inteligencia colectiva". Dicho de otra forma: debemos abordar reformas que garanticen que, si cualquier imbécil, aprovechado o iluminado llega al poder a través de las urnas, haga el menor daño posible al sistema.

Disculpen que hoy abuse de la primera persona. No es por mirarme el ombligo (horroroso) sino por hacerme entender. Desde los veinticuatro años tengo la desgraciada manía de sufrir cólicos nefríticos. Uno de mis riñones fabrica piedras como si un constructor las hubiera encargado. Cuando una o varias de ellas deciden buscar salida a través de los conductos del sistema (corporal), el dolor que provocan sólo puedo deseárselo a Donald Trump (quizás a alguno más de cuyo nombre no quiero acordarme). Las amigas que también lo conocen (el cólico, no a Trump) lo comparan con los dolores del parto. Llevo unos cuantos días soportando desde una cama de hospital la durísima batalla entre un ejército de gérmenes que acompaña a dos pedruscos atascados y otro formado por potentes antibióticos y calmantes que intentan vencer la resistencia.

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