Entre la vergüenza y el orgullo

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En estos tiempos acelerados, cargados de ruido y de ira, no sé ustedes, pero yo vivo entre dos sentimientos en pulso casi permanente: el de la vergüenza (propia y ajena) y el del orgullo (personal y colectivo).

Uno se siente avergonzado cuando a estas alturas del siglo XXI hay que seguir respondiendo a la disparatada tesis de que reivindicar la memoria y la dignidad de las víctimas de la Guerra provocada por el golpe militar del 36 y por la dictadura franquista puede “reabrir heridas”, cuando consiste exactamente en todo lo contrario: cerrarlas después de cuatro décadas de represión e ignominia y otras cuatro de miedos, silencios, inacciones e hipócritas equidistancias. 

Pero uno sólo puede sentir orgullo ante tanta gente representada por nuestra socia Consuelo Peláez Sanmartín, Premio infoLibre 2022 a los Librepensadores, que contra todo tipo de obstáculos y ofensas ha sostenido la voz de la dignidad y la reclamación de verdad, reparación y justicia sobre el asesinato de sus abuelos y para todas las víctimas del franquismo. “Sin memoria, no hay futuro”, tiene escrito el profesor Emilio Lledó.

Como ciudadano, como demócrata y como periodista, uno siente vergüenza y rabia ante el hecho de que Julian Assange, fundador de WikiLeaks, lleve siete años encerrado primero en la embajada de Ecuador en Londres y otros tres y medio ya encarcelado a la espera de una extradición a Estados Unidos que podría costarle la cadena perpetua o incluso la muerte. ¿Por qué? Por haber cumplido su obligación de desvelar las pruebas de actuaciones irregulares y graves delitos cometidos por el Ejército norteamericano y por responsables políticos, militares, judiciales o diplomáticos de numerosos países del mundo, incluido España. Todos impunes.

A uno no se le pasa por la cabeza hacer público un mensaje privado y personal, pero he pedido permiso a Iñaki Gabilondo para reproducir un whatsapp que me envió la noche del pasado 17 de junio, horas después de que el gobierno de Boris Johnson concediera a Washington la extradición: “¡Qué vergüenza lo de Assange! ¿Dónde están los grandes medios que espurgaron, seleccionaron y difundieron los documentos de WikiLeaks? ¿En qué momento, y en virtud de qué mágico prodigio, lo que se vendió como primicia del máximo interés público, punta de lanza del periodismo del futuro, devino en veneno y carroña informativa? Nuestra inhibición ante los pecados del emérito es calderilla frente a nuestro pastueño sometimiento a los grandes poderes en este caso”. No puedo estar más de acuerdo con Iñaki, referente de credibilidad, y Premio infoLibre 2021. Esta misma mañana me confirmaba que sigue pensando exactamente lo mismo.

Y sí, uno siente orgullo, como ciudadano y como periodista, por la entereza y la capacidad de resistencia de Julian. Orgulloso de que un juez que también ha sufrido persecución en España, Baltasar Garzón, trabaje como abogado en la defensa de Assange. Orgulloso y agradecido a Stella, que recorre el mundo luchando por la libertad de Julian y que ha venido a Madrid a recoger el un reconocimiento muy especial de infoLibre, porque además ese Premio lleva y llevará siempre el nombre de nuestra querida, añorada y admirada Almudena Grandes, que compartió este proyecto desde el primer minuto y que siempre defendió la libertad de expresión y el derecho a la información, que por cierto es propiedad de los ciudadanos, no un privilegio ni un capricho de los periodistas.

Surge de forma recurrente un debate antiguo y casposo que a uno le sigue produciendo mucha vergüenza, propia y ajena. Cuando se habla de cultura, alguien saca… No la pistola, pero sí toda la retahíla de tópicos cargados de falsedades y paletismo: aquello de que el cine español es aburrido, que vive de no sé qué pesebre, etcétera, etcétera… Importan poco los datos: la aportación del cine, de la industria cultural en su conjunto a la economía nacional y a la imagen de España en el mundo. Importan poco los múltiples ejemplos de éxito internacional de directores, directoras, guionistas, escritores, actrices o actores y productores de cine o de teatro que se juegan su patrimonio y se endeudan para arriesgar y, a menudo, perder lo arriesgado en el oficio de hacer cultura, de contribuir a un pensamiento libre o simplemente a facilitar los sueños, la posibilidad de huir de una realidad oscura o disfrutar de un ocio reparador.

A pesar del ruido y la ira, la ola reaccionaria no se va a imponer. Debemos sentir orgullo por la mejor revolución de las últimas décadas, la feminista, y por todas aquellas voces que pelean con cabeza, corazón y talento por la igualdad

¿Cómo no sentir orgullo de alguien como Maribel Verdú, Premio infoLibre 2022 por su defensa constante de la cultura, dedicada en cuerpo y alma a su oficio desde que era una niña, hoy con la misma pasión, entrega y rigor, porque estudia y trabaja hasta el más pequeño detalle de cada escena, hasta la última coma de su papel, en el cine, el teatro o una serie. Un nombre admirado y respetado por todo el cine español y latinoamericano, y, por cierto, una adelantada al MeeToo desde muy joven, que más de una vez puso en su sitio a cualquier macho del negocio que pretendiera pasarse de la raya. 

Y hablando de machismo, ¿cómo no avergonzarse de la violencia machista, física, verbal y cultural, de la que esta misma semana hemos tenido que soportar sonoros ejemplos en boca de quienes utilizan incluso la tribuna del parlamento para demostrar su talante cavernario y antidemócrata? ¿Cómo no preocuparse cuando el principal partido de la oposición no reacciona y se planta ante el acoso a una ministra, sino que se contamina del mismo discurso negacionista que tanto daño hace a los avances en igualdad?

A pesar del ruido y la ira, la ola reaccionaria no se va a imponer. Debemos sentir orgullo por la mejor revolución de las últimas décadas, la feminista, y por todas aquellas voces que pelean con cabeza, corazón y talento por la igualdad. María Rozalén, Premio infoLibre 2022, lo hace en cada canción, en cada acto al que acude. Desde hace años no se pierde una sola causa justa. Y diré más: el disco que acaba de estrenar, Matriz, es un homenaje inteligente y emocionante a esa España plural y diversa de la que muchas y muchos nos sentimos, sí, PATRIOTAS, con todas las mayúsculas. 

A menudo uno siente vergüenza ante la realidad de que a estas alturas del siglo XXI, en democracias avanzadas, aún existan los “nadies”, los “invisibles”, un precariado que políticas neoliberales persistentes en el tiempo se han encargado de multiplicar. Nos sobra tanta matraca con los Black Friday y nos falta mucha más sensibilidad hacia quienes a menudo trabajan sin derechos, sin horarios, sin pensiones, sin…

Han tenido que pasar once años para que un Gobierno español ratifique el Convenio de la OIT que recoge unas condiciones mínimamente dignas para las trabajadoras del hogar, hasta ahora en España casi invisibles, (mujeres, como suele suceder), que sostienen decenas de miles de hogares y familias y que en las crisis más graves han tenido que trabajar en régimen cercano al esclavismo. Y el colectivo que las defiende, el Servicio Doméstico Activo, se compromete a seguir batallando por alcanzar nuevos derechos sociales y laborales. No se les caen los anillos, como dice el proverbio castizo. ¿Cómo no estar orgullosos de Carolina Elías y de su compromiso social?

Uno ha sentido vergüenza de sí mismo demasiadas veces. Ese momento en el que en un debate televisivo el moderador te mira fijamente y, sin previo aviso, lanza, por ejemplo: “¿Y qué te parece el repliegue del Ejército ruso esta madrugada en la zona de Jersón?” Y uno se escucha a sí mismo balbuceando “bien…”. Y alguien desde el otro lado de la mesa alza la voz: “Bien no, ¡muy bieennn!”. Sí, vergüenza ajena también. Por eso uno procura tener siempre  presente esa lúcida reflexión del profesor Emilio Lledó: “¿De qué me sirve la libertad de expresión si sólo digo imbecilidades?” La libertad de expresión se le supone a la democracia; antes y además de la libertad de expresión está la libertad de pensamiento, que a su vez exige conocimiento, lecturas, curiosidad, paciencia, rigor, esfuerzo, capacidad para escuchar al otro…

Es un enorme orgullo que Emilio Lledó haya aceptado este Premio infoLibre 2022, con el que seguimos comprometidos en nuestra apuesta, al menos nuestro intento, de sostener un medio que contribuya modestamente a informar desde el rigor, con algunos principios firmes, pero con más dudas que certezas, dispuestos siempre a rectificar si nos equivocamos y a no precipitarnos cuando no conocemos las respuestas. Gracias, Emilio, por tu generosidad, tu lucidez y tu ejemplo.

Sólo me queda agradecer a socias y socios de infoLibre vuestro apoyo, sin el que sería imposible cumplir ese décimo aniversario al que desde ya estáis invitados e invitadas el próximo mes de marzo, y recordaros que, si no estáis suscritos a este periódico, ya estáis tardando demasiado, y si lo estáis, por favor, corred la voz.

Entre la vergüenza y el orgullo, aquí seguimos resistiendo en estos tiempos ruidosos e inciertos. Y ya sabéis lo que defendía y practicaba nuestra querida Almudena: “La felicidad es una forma de resistencia”. Así que gracias, y sean ustedes muy felices.

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[En este texto está basada la intervención de Jesús Maraña en la clausura del acto de entrega de los Premios infoLibre 2022 este viernes, 25 de noviembre, en el Ateneo de Madrid]

En estos tiempos acelerados, cargados de ruido y de ira, no sé ustedes, pero yo vivo entre dos sentimientos en pulso casi permanente: el de la vergüenza (propia y ajena) y el del orgullo (personal y colectivo).

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