La España inmortal termina la semana con dos despedidas ilustres: a la duquesa de Alba y a Isabel Pantoja. Líbreme el buen juicio de equiparar el adiós de un personaje histórico de reconocido y reconocible mecenazgo cultural y relevancia social, como doña Cayetana, con el encarcelamiento de la tonadillera que delinquió con su exmarido. La vida de alguien tan ilustre como la duquesa de Alba no es ni siquiera comparable con la libertad de Isabel Pantoja, pertenecen a dimensiones vitales y sociales situadas a distancia. Pero la muerte de una y el ingreso en prisión de la otra han sido asumidos como tragedias por un considerable número de ciudadanos cuya emoción acaso refleje la pervivencia de esa España eterna, aristocrática y coplera que en los tiempos presentes tiene asiento y negocio en los ámbitos de información donde se cultivan las emociones fuertes.
Insisto, ambas noticias no son comparables, pero una mirada a los medios en general y a esos de la aún impropiamente llamada crónica social en particular, nos dará la medida de su paralelo discurrir.
Como tampoco es comparable el caso del impulso ilusionante de Podemos con la ilusión que despertó el PSOE del 82, o el recorrido histórico de Batasuna con la realidad que viven los de Pablo Iglesias en estos tiempos presentes. Y sin embargo, se me antoja que hay elementos comunes suficientemente presentes como para que también este escenario de la política nos permita concluir que algunas cosas en este país no cambian nunca.
Ver másDe rotonda, a siniestro y doloroso sumidero
Podemos empezó la semana con aire de triunfo después de la votación del domingo incuestionable desde el punto de vista de la formalidad y la innovación democráticas, pero a mi juicio inquietante por el “noventaporcientismo” del resultado final. Pablo Iglesias recorrió radios y teles, a excepción de TVE que no lo considera relevante, con estrenado tono de responsable político de largo recorrido y ciertas indefiniciones que se siguen y se seguirán manteniendo en tanto no perfilen un programa concreto de compromisos y soluciones. Pero hay que reconocer que se están esforzando por aparecer como responsables sin renunciar, de momento, a eso que algunos colegas llaman “populismo bolivariano”. En esencia yo aún no soy capaz de saber qué son y qué quieren, pero es innegable que han pasado de la calle a las urnas y de las proclamas a tener que definir programas. ¿No pedíamos a los del 15-M que ofrecieran alternativa?. Aquí la tenemos, pero no es sufiente. Como tampoco se valoró –y algunos siguen sin hacerlo– el hecho de que Batasuna pasara de propugnar y alentar la violencia etarra a entrar en el juego democrático, ofrecer alternativas y hasta ganar elecciones alejándose cada vez más de ETA. No les condenan, vale, pero ¿no les pedíamos en los tiempos duros que se distanciaran de los terroristas? Cuando lo han hecho, aún se les sigue estigmatizando. Y en eso seguimos, décadas después.
Como en los tiempos del PSOE ilusionante, allá por el 82. Entonces el cambio era urgente y necesario, pero venía en positivo, para avanzar. Hoy la ilusión de Podemos es decididamente negativa: más que avanzar en positivo se trata de cargarse a los que hay. Ahora bien, hay algo que sí evoca claramente aquella época y vuelve a subrayar lo de nuestra dificultad para cambiar: el mensaje de que lo nuevo y desconocido, si viene por la izquierda, nos arruinará. Aún recuerdo que desde el centro y la derecha entonces llamada nostálgica del franquismo, se dibujaba a los socialistas como bolcheviques con rabo y cuernos que nos quitarían la casa y arruinarían el país. Hoy no se ha renovado el mensaje y se pinta a Podemos como el Mal.
Lo nuevo inquieta, pero la innovación es el signo de los tiempos. Prefiero, también en política, confesar inquietudes y expresar reservas, pero dejar los juicios para los hechos. Más miedo me producen los corruptos de obra que los bolivarianos de palabra. Y aunque esta semana, que empezaron fuerte, termine con la inaceptable exigencia de un Iglesias que sólo va a una tele si habla por plasma y sin preguntas al estilo Rajoy, y las dudas sobre su productora y los trabajos de Errejón, me parece que el rigor y la prudencia siguen exigiendo calma, paciencia y atención porque ahí está pasando algo y la Historia merece un respeto. Salvo que aceptemos como inevitable que lo mejor que se puede hacer con ella es repetirla y seguir aceptando que aquí algunas cosas no cambian nunca.
La España inmortal termina la semana con dos despedidas ilustres: a la duquesa de Alba y a Isabel Pantoja. Líbreme el buen juicio de equiparar el adiós de un personaje histórico de reconocido y reconocible mecenazgo cultural y relevancia social, como doña Cayetana, con el encarcelamiento de la tonadillera que delinquió con su exmarido. La vida de alguien tan ilustre como la duquesa de Alba no es ni siquiera comparable con la libertad de Isabel Pantoja, pertenecen a dimensiones vitales y sociales situadas a distancia. Pero la muerte de una y el ingreso en prisión de la otra han sido asumidos como tragedias por un considerable número de ciudadanos cuya emoción acaso refleje la pervivencia de esa España eterna, aristocrática y coplera que en los tiempos presentes tiene asiento y negocio en los ámbitos de información donde se cultivan las emociones fuertes.