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Cárcel, miserias y golpe de Estado

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Discurrió la semana sorteando terremotos y pantanos, con imágenes para la historia de este año y acaso de esta década: al trullo el todopoderoso y eterno presidente de la Federación de Fútbol Villar, suicidado el en tiempos también intocable Blesa, ante cuyo cadáver un coro de mentirosos profesionales se empeña en culpar a tuiter o a sus víctimas de su tristísima decisión de quitarse la vida, como si el aislamiento social en el que había caído se sustanciase en las redes sociales y no entre los suyos, y en Cataluña, apenas unos días después de la constatación de que allí están en plan golpe de estado, y cuando el letrado mayor del Parlament se carga la legalidad del “procés”, la fiscalía anticorrupción regala al victimismo nacionalista el impagable argumento de la entrada en sus instituciones de la Guardia Civil…¿no podía haber elegido otro momento?

La imagen de Villar entre guardias, que simboliza la caída de un cacique demasiado osado, bien pudiera ser la de la semana; de Blesa no hay testimonio, pero en nuestro imaginario bien podría asentarse ese instante en el que el banquero expulsado de la élite apoya la culata de su rifle contra el suelo y se pega un tiro en el pecho. Ambas, la real y la imaginada, tienen fuerza suficiente como para quedarse para siempre entre nosotros. Pero se me antoja que Cataluña tiene más recorrido: lo de Villar y Blesa no dejan de ser asuntos personales por mucha trascendencia o implicaciones que puedan tener; sin embargo, el golpe de estado catalán va más lejos y nos toca a todos más cerca.

Porque esta semana el independentismo catalán ha dejado claro para quien todavía dudaba de su metodología y propósitos que está en modo golpe de estado sin filtros ni matices. Poco después de que la muy independentista Marta Pascal abriera el grifo de la utilización de términos militares para definir la “resistencia” del independentismo frente al Estado opresor, un movimiento político de larguísimo alcance y consecuencias aún por ver ponía en manos de esta “soldadesca” las armas que hasta ahora no tenían.

A falta de ejército que movilizar contra el poder establecido, los independentistas han tomado la Policía, el único cuerpo armado catalán, para ponerla a su servicio. Para poner sus armas y su poder a favor de su opción y en contra de los demás. La Cataluña que no es partidaria de la independencia, se ha quedado sin protección para ejercer sus derechos porque el poder político que sale de un parlamento democráticamente elegido, pero deslegitimado por su intento de romper la legalidad vigente, ha decidido que su única fuerza armada se ponga al servicio de una parte de los catalanes.

El cambio de Albert Batlle, el jefe policial profesional que públicamente defendió que los Mossos de Esquadra no hagan otra cosa que ajustar su acción a la ley, por un sujeto de perfil sumiso pero al mismo tiempo vehemente que ha dejado escrito en redes sociales que le damos tanta pena los españoles como la CUP, es mucho más que un cese político y debería llevar a alguna reflexión a los muchos ingenuos que todavía creen que este proceso catalán es un camino democrático por la liberación de la opresión española.

El cambio al frente de los Mossos es el más grave de los movimientos que realiza Puigdemont y su gobierno en su camino suicida hacia la imposible independencia y refleja el verdadero cariz de quienes están impulsando todo este sinsentido.

Lo que sería un cambio asumible, lógico en cualquier circunstancia, poner al frente de la policía a alguien de más confianza que el que estaba, se torna en herramienta antidemocrática, en instrumento de golpe de Estado porque esa confianza se mide no en términos profesionales o de lealtad a una política, sino de sometimiento a una ideología, que no es lo mismo. ¿Aceptaríamos que el gobierno del PP o del PSOE, o de Podemos exigiera militancia en el partido a los miembros de las fuerzas de seguridad o del ejército? Pues eso es lo que ha hecho con su policía el gobierno catalán.

La decisión refleja además la ciénaga en que se han metido los impulsores del “procés”. Probablemente no tenían otro remedio para seguir adelante que poner la policía a su servicio, ya que de lo contrario deberían tenerla enfrente. Pero al hacerlo no sólo muestran su verdadero talante —“proceso adelante caiga quien caiga, incluso la máscara democrática que nos habíamos puesto”— sino que ponen en verdaderos aprietos a sus propios policías que, evidentemente, se enfrentarán a complicaciones legales y laborales si en vez de hacer su función de preservar la ley contribuyen a violentarla como les exigirá su nuevo jefe, Pere Soler, el de las penas en tuiter.

De momento los independentistas ya tienen a su servicio el poder armado de la policía. Otra cosa será que los funcionarios acepten resignados ese papel. Por lo visto hasta ahora, parece que no.

Discurrió la semana sorteando terremotos y pantanos, con imágenes para la historia de este año y acaso de esta década: al trullo el todopoderoso y eterno presidente de la Federación de Fútbol Villar, suicidado el en tiempos también intocable Blesa, ante cuyo cadáver un coro de mentirosos profesionales se empeña en culpar a tuiter o a sus víctimas de su tristísima decisión de quitarse la vida, como si el aislamiento social en el que había caído se sustanciase en las redes sociales y no entre los suyos, y en Cataluña, apenas unos días después de la constatación de que allí están en plan golpe de estado, y cuando el letrado mayor del Parlament se carga la legalidad del “procés”, la fiscalía anticorrupción regala al victimismo nacionalista el impagable argumento de la entrada en sus instituciones de la Guardia Civil…¿no podía haber elegido otro momento?

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