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“Este chico no vale, pero nos vale”

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No hay odios más enconados que los que surgen en el seno de una familia. Ni disputas más autodestructivas que las que crecen en un partido político. Especialmente en la izquierda, un partido es una gran familia, unida por el principio de fraternidad (entre los liberales unen más los intereses crematísticos: nada personal, se trata de negocios). El PSOE afronta estos días un proceso fratricida en el que no resulta exagerado pensar que se juega su propia supervivencia, y con ello la posibilidad de que la derecha neoliberal se mantenga en el poder durante muchos años. En medio de la batalla, se alimentan y exigen relatos y perfiles nítidos, sin matices, conmigo o contra mí, desde dentro y desde fuera de la familia política, lo cual conduce a conclusiones parciales o simplemente falsas. Sobre Pedro Sánchez, sobre los llamados barones, sobre la abstención o la posibilidad de un gobierno alternativo. Veamos.

1.- Pedro Sánchez y la resistencia

Viene Sánchez dibujándose como el representante de las bases socialistas frente a los aparatos del partido. En el retrovisor del PSOE no puede obviarse el hecho de que Pedro Sánchez fue bendecido como secretario general frente a Edu Madina en un cónclave celebrado en junio de 2014 en un hotel de Pozuelo (Madrid), al que asistieron el propio Sánchez, Susana Díaz, Tomás Gómez, Ximo Puig y José Luis Rodríguez Zapatero, entre otros referentes del organigrama socialista. Se trataba de evitar una pugna entre Díaz y Madina (ya retirada Carme Chacón de la carrera) que podía poner en peligro el gobierno andaluz sin garantizar un futuro éxito a escala nacional. Sánchez era el tipo que pasaba por allí a iniciativa de Pepe Blanco, que le animó a recorrer España en un utilitario para que lo conocieran delegados de todas las federaciones. Alguno de los presentes cuenta que, a la salida de aquella reunión en un salón del Hotel AC, se le escuchó a Susana Díaz comentar: "Este chico no vale, pero nos vale". Porque se trataba de guardar la silla mientras se esperaba a una mejor coyuntura para el salto de Díaz desde Sevilla a Madrid. Como ya se sabe, Sánchez cogió postura en la silla, anunció en otoño que aspiraba no sólo a la secretaría general sino también a la presidencia del Gobierno y, unos meses después, respondió al adelanto electoral decretado por Díaz en Andalucía con la ejecución de Tomás Gómez al frente del partido en Madrid para imponer una gestora y un nuevo candidato, saltándose a la torera las primarias como modelo de democracia interna (al margen de que Ángel Gabilondo fuera mejor opción que Gómez como cartel electoral).

2.- Barones armados

Tres meses después de la elección de Sánchez como secretario general, y tras su ratificación en el congreso extraordinario celebrado los días 19 y 20 de julio de 2014, quienes lo auparon al puesto sacrificando las promesas de apoyo que le habían trasladado a Edu Madina ya se percataron de que Sánchez no actuaría como un guiñol. La misma ambición que le llevó a hacer kilómetros para recoger avales entre gente que no lo conocía de nada, también le animó a crear en Ferraz una especie de burbuja que le aislaba de las influencias de los dirigentes territoriales a quienes debía el puesto. La ruptura real fue tan temprana como tardío ha sido el estallido de la misma. "Ni Rodolfo Llopis generó tanta unanimidad en su contra", reconocía este martes un dirigente histórico socialista. Las formas de su secretario de Organización, César Luena, y la arbitrariedad con la que Sánchez hizo valer sus criterios y ocurrencias en la conformación de listas para las generales del 20D, especialmente en Madrid, fueron echando gasolina al fuego de la irritación de sus supuestos valedores. Y hasta Madina, "víctima" de aquel cónclave de Pozuelo, coincide desde hace tiempo con Susana Díaz y con cualquiera que esté dispuesto a defenestrar a Sánchez.

3.- Amagos y amenazas

Sánchez sostiene ahora que es imprescindible celebrar un congreso del PSOE para que "el partido hable con una sola voz", y se queja de que ha venido sufriendo las zancadillas permanentes de barones territoriales, encabezados por Susana Díaz desde la federación más poderosa del partido. "Quien esté dispuesto a dar un paso al frente, que lo dé", proclama Sánchez. Y no han faltado razones para que ese paso se diera. El PSOE cosechó el 20 de diciembre el peor resultado electoral de su historia tras el franquismo. No se le pasó por la cabeza dimitir ni nadie le exigió que dimitiera. El Comité Federal se limitó a trazarle unas líneas rojas de negociación para formar gobierno: no a cualquier acuerdo con los independentistas y no a Rajoy. Se abrazó Sánchez a Ciudadanos como si ahí se acabara el mundo, aprovechando además las estridentes exigencias de Pablo Iglesias para un gobierno de coalición con Podemos. Desde las federaciones críticas ya se puso en entredicho el pacto firmado con Ciudadanos, "un corsé muy arriesgado cuando no garantiza gobernar". Pero toda situación calamitosa es susceptible de empeoramiento, y la repetición de elecciones el 26 de junio supuso un nuevo suelo histórico en el apoyo al PSOE: 85 escaños. Sánchez se escudó de nuevo en la ley de las expectativas, así que defendió como un éxito el hecho de que "pudo ser peor", puesto que todas las encuestas pronosticaban el sorpasso de Podemos, que perdió más de un millón de votos fugados a la abstención o disconformes tras la alianza con Izquierda Unida. Nadie reclamó tampoco entonces que Sánchez dimitiera. Los resultados del PSOE este último domingo en Galicia y Euskadi han agotado las reservas de paciencia en el partido.

4.- La presión externa

No hay nada que peor soporte una familia que las injerencias, de ahí la pésima fama de los cuñados. Si Felipe González sigue figurando en la memoria socialista como un abuelo respetable aunque a menudo disparatado, Juan Luis Cebrián es ese cuñado rico y molesto empeñado en marcar las decisiones familiares y hasta en administrar la venta de la herencia común al mejor postor. Un serial de artículos y editoriales de El País han contribuido claramente a convertir a Pedro Sánchez en la víctima perseguida por el establishment español. Muy especialmente en los últimos meses. Desde que las encuestas de finales de 2014 ya anticipaban la fuerza de Podemos y el fin del bipartidismo, la cabecera que durante más de dos décadas fue referente del progresismo en España defendió la necesidad de un acuerdo PP-PSOE, con gran coalición o por consentimiento mutuo, con la bienvenida asistencia de la muleta de Ciudadanos. Desde el 26J y tras el "no es no" de Pedro Sánchez, el diario presidido por Cebrián ha venido definiendo al secretario general socialista directamente como un peligro público, capaz de lanzar la Marca España por el despeñadero (incluso con más responsabilidad que un presidente de Gobierno en funciones responsable político de la mayor pestilencia de corrupción en un partido conocida en Europa). Como los lectores fieles de un diario desde 1976 no son (somos) imbéciles del todo, recordamos que se trata de la misma cabecera que el 21 de noviembre de 2011, al día siguiente de la (hasta entonces) más dura derrota electoral del PSOE, tituló un editorial exigiendo la dimisión de... Zapatero (que ya había anunciado su retirada y no se presentaba a las elecciones), y no del candidato socialista Alfredo Pérez Rubalcaba (por cierto recientemente incorporado al consejo editorial de El País). Se trata del mismo medio que, tras la debacle electoral en las europeas de mayo de 2014, tampoco exigió la renuncia de Rubalcaba, que sin embargo la anunció por sí mismo de inmediato, abriendo precisamente el proceso que llevó a Pedro Sánchez a ocupar su silla. Lo cierto es que la fijación de El País, ejerciendo como portavoz del establishment económico y financiero, para trasladar a la opinión pública que los votantes del PSOE prefieren una abstención de sus representantes (y por tanto un gobierno del PP) antes que unas terceras elecciones, ha facilitado a Sánchez autoproclamarse como la voz genuina de las bases socialistas, obviamente contrarias a que el PP continúe en la Moncloa.

5.- Críticos pero no traidores

La ausencia de una iniciativa interna contundente tras las derrotas del 20D y del 26J han permitido a Pedro Sánchez esquivar cualquier responsabilidad sobre las mismas, así como sostener el "no es no" a Rajoy desde julio a septiembre sin que se moviera una sola hoja en el partido. Se mantuvo desaparecido casi tres semanas a la espera de que Rajoy sufriera la derrota parlamentaria que le correspondía en su intento de investidura. Algunos barones, especialmente el extremeño Fernández Vara, lanzaron muy pronto la recomendación de que el PSOE permitiera gobernar al PP si conseguía que Ciudadanos pasara de la abstención al sí para sumar 170 votos y quedarse a seis de la mayoría absoluta. El propio Rajoy transmitió a otros líderes políticos que Sánchez le había manifestado que, si lograra el apoyo de Rivera, no tendría "problemas" para gobernar. El caso es que, a día de hoy, las fuerzas internas enfrentadas han sido retratadas con brocha gorda adjudicando a Sánchez y sus fieles el rol de portavoces de las bases y los votantes socialistas y a todos sus contrarios como defensores de un gobierno del PP. Lo cual es falso. Decenas de miembros de la dirigencia socialista, y también del Comité Federal que forman casi trescientas personas, se muestran tan irritados con Sánchez como en contra de permitir un Ejecutivo del PP. Este mismo martes, en una reunión del Grupo Parlamentario socialista, once de las quince intervenciones escuchadas se pronunciaron contra la convocatoria de congreso que plantea Sánchez. Sin embargo, según ha podido contrastar infoLibre, decenas de diputadas y diputados socialistas fueron en su momento sondeados por algunos barones acerca de la posibilidad de que protagonizarán un motín contra la dirección de Sánchez. La mayoría de los aludidos respondió que no era esa su función, y que quien quiera dar la batalla al secretario general, lo haga desde el Comité Federal del partido y no desde su representación parlamentaria.

6.- Sánchez no es Corbyn

De alguna manera, conscientemente o no, Pedro Sánchez pretende ahora imitar el fenómeno protagonizado por Jeremy Corbyn en el laborismo inglés. Este mismo miércoles lanza el veterano político las líneas maestras de su proyecto para enfrentarlo a los conservadores después de haber derrotado al aparato de su partido y haber conquistado a la militancia y los simpatizantes más jóvenes. Pero Sánchez no es Corbyn. No tiene 67 años ni una biografía de activista en los movimientos de protesta cívica. Sánchez ha tirado más de argumentarios y gestos que de argumentos. Hasta el punto de que, incluso entre dirigentes socialistas que han simpatizado con él, no se entiende la casi absoluta ausencia de un relato consistente. Se le reprocha haber pasado del "no es no" a Rajoy, sin solución de continuidad, al ejercicio de un victimismo impostado. Para hacer creíble su apuesta por una alternativa de gobierno a la derecha, posible aritméticamente aunque muy compleja políticamente, tendría que haber defendido desde el primer minuto un relato capaz de cautivar –si no a los barones críticos– al menos al electorado más dinámico que le disputa (y le come) Unidos Podemos. ¿Quién le impedía sentarse con Pablo Iglesias una o veinte veces para intentar unas bases de acuerdo y colocar el foco en la abstención de Ciudadanos, tan empeñado (por autoproclamada definición) en facilitar la gobernabilidad del Estado? ¿Qué margen de credibilidad se puede otorgar a su intención de negociar en una semana (entre el 23 y el 31 de octubre) una alternativa de gobierno en caso de que siguiera entonces como secretario general? ¿Quién le impedía proponer en el PSOE flexibilizar las líneas rojas para sondear si hay fuerzas nacionalistas dispuestas a facilitar un gobierno de progreso sobre la base de abrir un diálogo sobre el modelo territorial sin saltarse la legalidad vigente? El PNV expresó con claridad su disposición a colaborar para sacar al PP del Gobierno. Puede que con ERC sea imposible, pero al menos quedaría claro quién o quiénes bloquean la formación de gobierno.

7.- ¿Y ahora qué?

La tensión familiar en el PSOE ha llegado a ese punto en el que ninguna solución es buena y se precisa una larga terapia para superar rencores. Este mismo martes, Sánchez ha declarado que no piensa dimitir, ni por los resultados electorales ni tampoco si el próximo sábado sale derrotada en el Comité Federal su propuesta de convocar un congreso acelerado. Hasta en su entorno ha sorprendido, puesto que reconocen que una derrota dejaría a Sánchez en una situación "enormemente complicada". Mientras tanto, los barones críticos recuentan los nombres dispuestos a la rebelión, ya sea para tumbar esa propuesta el sábado o para dinamitarla incluso antes. En cualquier caso sale perdiendo a corto plazo no sólo el PSOE, sino todo el movimiento ciudadano que aspira desde el 15-M (incluso antes) a un cambio que conduzca a una democracia más justa y menos desigual. La socialdemocracia tiene proyecto alternativo a esa modalidad salvaje del capitalismo que nos ha llevado a donde estamos. Hay referencias sobradas en el pensamiento político, económico, jurídico y cívico para contraponer a la globalización financiera pura y dura. Lo que faltan son apuestas creíbles en los partidos "del cambio" capaces de superar intereses personales o cortoplacistas para pilotar un proyecto tan riguroso como seductor entre las clases medias y desfavorecidas. Con el peculiar añadido de que en España no ha surgido (de momento) un populismo xenófobo y de ultraderecha, sino un movimiento en la izquierda (Unidos Podemos) que debería servir para sumar fuerzas hacia una regeneración del sistema.

Si el arriba firmante se atreviera a plantear una salida concreta al laberinto del PSOE podría ser descalificada como otra injerencia "insoportable" para la familia socialista. Sólo una modesta reflexión: el rechazo social a los aparatos de los partidos no se resuelve con la imposición de soluciones que interesan prioritaria y casi exclusivamente a esos mismos aparatos. Pero tampoco mediante la manipulación descarada de los resortes de democracia interna con el único fin de perpetuar posiciones de poder. 

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Nota.- Este artículo ha sido actualizado para rectificar un error: entre los asistentes a la reunión de junio de 2014 en un hotel de Pozuelo se citaba a José Bono, exministro de Defensa y ex presidente de Castilla La Mancha, que en realidad no acudió a aquella cita.

No hay odios más enconados que los que surgen en el seno de una familia. Ni disputas más autodestructivas que las que crecen en un partido político. Especialmente en la izquierda, un partido es una gran familia, unida por el principio de fraternidad (entre los liberales unen más los intereses crematísticos: nada personal, se trata de negocios). El PSOE afronta estos días un proceso fratricida en el que no resulta exagerado pensar que se juega su propia supervivencia, y con ello la posibilidad de que la derecha neoliberal se mantenga en el poder durante muchos años. En medio de la batalla, se alimentan y exigen relatos y perfiles nítidos, sin matices, conmigo o contra mí, desde dentro y desde fuera de la familia política, lo cual conduce a conclusiones parciales o simplemente falsas. Sobre Pedro Sánchez, sobre los llamados barones, sobre la abstención o la posibilidad de un gobierno alternativo. Veamos.

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