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Fútbol en Tánger

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Muchas cosas llevan en Tánger el nombre de su ilustre hijo Ibn Batuta. Lo lleva su aeropuerto internacional y lo lleva también el estadio de fútbol que fue inaugurado en 2011. No es para menos: Ibn Batuta es el más grande de los viajeros árabes de todos los tiempos, el equivalente a lo que su contemporáneo Marco Polo significa en la cultura europea. Comenzó en Tánger su rihla o periplo un día de junio de 1325 y allí lo terminó cinco lustros después, tras haber recorrido a pie, en barco o a caballo, mulo o camello unos 120.000 kilómetros por el sur de Europa, el norte de África, Oriente Próximo, India y China.

Se cuenta que Ibn Batuta se trajo a su ciudad natal desde la lejanísima China un puñado de semillas del árbol de la mandarina. Las plantó en su huerto, fructificaron y con el tiempo las mandarinas se convirtieron en un producto de exportación a Europa, en algunas de cuyas lenguas son conocidas como tangerinas. Si la historia no es cierta, merecería serlo. Tánger es tradicionalmente la más liberal y cosmopolita de las ciudades marroquíes, su ventana abierta a los vientos del Atlántico y el Mediterráneo, a las ideas, las gentes y las mercancías de África, Europa y América. Es natural que Ibn Batuta naciera allí: los tangerinos son gente proclive al intercambio con el extranjero.

Y es de justicia recordar que Tánger ha sido históricamente un refugio para disidentes occidentales. Judíos sefardíes, moriscos andaluces, liberales, republicanos y rojos españoles, o simplemente trabajadores pobres del lado septentrional del Estrecho, han encontrado allí buena acogida a lo largo de los siglos. También aristócratas homosexuales ingleses, escritores rebeldes americanos, resistentes franceses al Tercer Reich y otras gentes sin patria.

Me parece un acto de justicia poética que la final de la Supercopa de España de fútbol se celebre este año en el estadio Ibn Batuta de Tánger. Si viajan ligeros de prejuicios, los seguidores del Barcelona y el Sevilla que allí se desplacen el 12 de agosto se sentirán como en casa. Tan en casa como se sentían las decenas de miles de españoles que vivieron en la ciudad durante su Período Internacional (1923-1956) y que hicieron del castellano, la peseta y las tapas parte sustancial del universo tangerino. Y tan en casa como me siento yo en las temporadas que paso en la capital marroquí del Estrecho.

Los tangerinos son muy futboleros y están muy al corriente de las vicisitudes de equipos españoles como el Real Madrid, el Atlético de Madrid, el Barça o el Sevilla. Los días en que se celebra un gran partido de la Liga española, o en que algún equipo español juega en una competición europea, los cafés de la ciudad se abarrotan de multitudes que siguen con pasión el espectáculo. Y uno de los productos más vendidos en las tiendas de la Medina son las reproducciones de las camisetas de jugadores como Messi, Cristiano Ronaldo o Diego Costa.

Más allá de que el fútbol se haya convertido en un negocio y un modo de manipulación de masas, sigue siendo un gran juego y un gran espectáculo. Un juego democrático: no hay nada más que ver los partidos que, con apenas un balón y unas piedras para marcar las porterías, disputan los chavales pobres de África y América Latina. Y un espectáculo entretenido: cientos de millones de personas disfrutaron en todo el planeta del reciente Mundial de Fútbol de Rusia.

Marruecos fue un correoso rival de España en la primera fase de este Mundial. En mi opinión, el equipo magrebí mereció ganar porque afrontó el partido con más seriedad y más ganas que la Roja; pero, en fin, no voy a discutir con nadie por eso. La Roja tampoco tardó mucho en hacer las maletas… y muy merecidamente. Su tikitaka frente a Rusia, horizontal, improductivo, absurdo, fue una de las cosas más aburridas que jamás he visto en la práctica de este deporte.

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No se extrañen, hoy también estoy hablando de política, aunque no lo parezca. Estoy hablando de que el interés nacional de España es que a Marruecos le vaya bien, que logre avanzar por el camino del progreso económico con libertad, justicia social e igualdad de género, que nos evite sobresaltos militares o islamistas a la egipcia en nuestra frontera meridional. Creo, por ejemplo, que España debiera apoyar el deseo marroquí de ser algún día sede de un Mundial de Fútbol.

No voy a entrar ahora en querellas celtibéricas. ¿Por qué el Real Madrid no ha prestado el Bernabéu para la final de la Supercopa?  Con su pan se lo coma Florentino. ¿Podrán silbar los aficionados a Felipe VI, si es que va al partido, y a la interpretación que allí pueda hacerse de la Marcha Real? Que lo hagan si les apetece: allí, aquí y donde sea. La libertad de expresión es sagrada. Y la cuestión de la forma de Estado, los símbolos nacionales y el modelo territorial no está tan definitivamente resuelta como pretenden los entusiastas del régimen del 78.

Estamos en verano, tiempo de respirar al aire libre. Tánger, créanme, es un buen lugar para hacerlo.

Muchas cosas llevan en Tánger el nombre de su ilustre hijo Ibn Batuta. Lo lleva su aeropuerto internacional y lo lleva también el estadio de fútbol que fue inaugurado en 2011. No es para menos: Ibn Batuta es el más grande de los viajeros árabes de todos los tiempos, el equivalente a lo que su contemporáneo Marco Polo significa en la cultura europea. Comenzó en Tánger su rihla o periplo un día de junio de 1325 y allí lo terminó cinco lustros después, tras haber recorrido a pie, en barco o a caballo, mulo o camello unos 120.000 kilómetros por el sur de Europa, el norte de África, Oriente Próximo, India y China.

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