Moreno Bonilla se está ganando un 155

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No puedo estar más de acuerdo: Doñana bien merece un 155, como titulaba el otro día un artículo de infoLibre que recogía las protestas en Twitter por los aviesos planes de Juanma Moreno Bonilla. Y es que uno puede ser municipalista, autonomista y hasta federalista, como es mi caso, pero ello no es óbice para que desee la intervención del Gobierno de España, la Unión Europea y, si es menester, las Naciones Unidas ante tropelías locales y regionales de gravedad universal. Y darle un puntillazo mortal de necesidad a Doñana lo es.

Probablemente el artículo 155 de la Constitución fuera redactado con un propósito principal: impedir la independencia de una comunidad autónoma. En todo caso, así le fue aplicado a Cataluña en 2017 con el aplauso unánime de todo el españolismo, desde la ultraderecha al centroizquierda. Pero, que yo sepa, esa misma Constitución reconoce la libertad de opinión, y la mía es que Madrid y Bruselas deberían hacerse cargo directamente de todo lo relacionado con la gestión del agonizante humedal de Doñana.

Cuando un supuesto municipalismo o autonomismo sirve para encubrir cacicadas que dañan de modo insalvable el porvenir de todos, se impone el ejercicio del universalismo. Es lo que acaba de hacer Bruselas, a través de su comisario de Medio Ambiente, Virginijus Sinkevicius, al rechazar los torpes pretextos del enviado de Moreno Bonilla. Terminar de cargarse Doñana amnistiando y ampliando regadíos fraudulentos no solo jode a los andaluces, también al resto de españoles, a los europeos y a los ciudadanos del planeta. ¿O es que Moreno Bonilla no ha pillado todavía que la salvación de lo poco que va quedando de naturaleza virgen es una causa del conjunto de la humanidad?

Una mayoría absoluta no justifica ningún atropello, y menos si este es irreparable. Aunque al final termine dando marcha atrás en este escándalo de proporciones continentales, Moreno Bonilla ha quedado retratado. Como un negacionista de facto del cambio climático y como un gobernante autoritario. Oponerse a sus planes sobre Doñana, claman sus partidarios, es un “ataque brutal contra Andalucía”. Exhiben así su visión totalitaria de la vida política y de la vida en general. Como si ellos y solo ellos –PP y Vox– fueran Andalucía.

Moreno Bonilla no es “sensato” y “moderado”, como dicen sus propagandistas. No lo es, como tampoco lo es el apocalíptico Núñez Feijóo. Las apariencias engañan. Y aún engañan más los perfiles electoralistas fabricados en laboratorios políticos y mediáticos. A la gente hay que juzgarla por sus hechos. Y Moreno Bonilla es un extremista, aunque sí, atildado, con cara de hogaza y modales suaves. Un extremista de lo suyo: la privatización de la sanidad y otros servicios públicos, la conversión de la naturaleza en negocio suculento para sus patrocinadores. Tanto como Isabel Díaz Ayuso. O incluso peor, porque Ayuso, con su agresividad y chulería, va de frente, mientras que Moreno Bonilla sonríe y te la mete doblada.

Las apariencias engañan. Y aún engañan más los perfiles electoralistas fabricados en laboratorios políticos y mediáticos. A la gente hay que juzgarla por sus hechos. Y Moreno Bonilla es un extremista

La mera idea de proponer más regadíos cuando no llueve ni con rogatorias a la Virgen es en sí misma un disparate colosal. La crisis climática ya está aquí; no es, como hace cuarenta años, un aviso de la ciencia. Si queremos que nuestros hijos y nietos no nos maldigan por nuestro egoísmo, hay que adaptar con urgencia nuestras vidas a una realidad que llevamos años padeciendo en forma de abruptas olas de calor, sequías interminables e incendios devastadores. Todos debemos pasarnos ya a lo más verde, lo más sostenible, lo más eficiente. No para intentar evitar el calentamiento, que ya es tarde, tan solo para intentar mitigarlo.

También deben hacerlo nuestros agricultores, como les exhorta el ministro Luis Planas, alguien auténticamente templado y racional. Este abril está siendo el más seco y tórrido desde que existen registros, ¿no les dice eso nada a las gentes del campo? ¿No los lleva a pensar que deben reciclarse sin tardanza, hacer su propia transición ecológica, abonarse a las desaladoras, las energías renovables y las producciones que requieran menos consumo de agua?

Por lo demás, Luis Planas cree que es “muy pronto” para hablar de la aplicación del 155 en el caso de Doñana, que “hay mecanismos legales, digamos menos extraordinarios” para evitar el atropello. Ojalá sea así, ministro. Pero yo, insisto, no lo descartaría.

Dicen los portavoces de Moreno Bonilla que el PSOE tampoco hizo mucho por la salvación de Doñana cuando gobernaba en Sevilla. Es cierto. Tampoco hizo mucho por demoler el Algarrobico, ese muñón que afea la costa almeriense. El PSOE suele ser blando ante intereses empresariales. Pero que el anterior propietario de mi vivienda tirara la basura en mitad de la calle no me legitima a mí para hacerlo. Y a ti, Moreno Bonilla, te han pillado con el carrito del helado. Se te ha puesto jeta de Bolsonaro.

La de Doñana es una causa global, va mucho más allá del localismo y el regionalismo mal entendidos, los que solo sirven para embaucar a los electores y engordar las cuentas de los patrocinadores. Alguien tiene que decir alto y claro que el PP y Vox deben quitar sus sucias manos de Doñana. Y si ese alguien es Bruselas o la UNESCO, bienvenido sea.    

No puedo estar más de acuerdo: Doñana bien merece un 155, como titulaba el otro día un artículo de infoLibre que recogía las protestas en Twitter por los aviesos planes de Juanma Moreno Bonilla. Y es que uno puede ser municipalista, autonomista y hasta federalista, como es mi caso, pero ello no es óbice para que desee la intervención del Gobierno de España, la Unión Europea y, si es menester, las Naciones Unidas ante tropelías locales y regionales de gravedad universal. Y darle un puntillazo mortal de necesidad a Doñana lo es.

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