El periodismo merece ese nombre cuando no se deja embaucar por la palabrería de políticos y empresarios y, cual detective de novela negra, sigue la pista del dinero: de dónde viene y a quién va a parar. Si sale del bolsillo de los contribuyentes y acaba en el de Fulano o Mengano sin que se sepa muy bien a cambio de qué, hay tema, hay un pedazo de tema.
Jesús Maraña está insistiendo en este enfoque al hablar del fondo privado de pensiones del que disfrutan muchos de nuestros europarlamentarios. Amén de que su gestión a través de una sicav luxemburguesa apeste a hipocresía en el caso de políticos que se declaran contrarios a ese instrumento, diseñado explícitamente para que los ricos paguen un mínimo de impuestos, Maraña subraya que dos tercios de las aportaciones a ese fondo de pensiones –privado, recordemos- los pagamos usted y yo. Sí, con el dinero obtenido a través de nuestro trabajo que va a parar a las arcas públicas. ¿Qué otra actividad laboral o profesional disfruta de semejante privilegio? La mía, desde luego, no.
Permítanme recordar que el dinero público, cómo recaudarlo y cómo gastarlo, es uno de los cuatro pilares de la democracia, siendo los otros los derechos y libertades, la elección de los gobernantes y la separación de poderes. Aunque es verdad que en España se habla poco de este asunto en voz alta. Antes, quizá, por el pudor católico sobre estas cosas; ahora, sin duda, por el interés de los beneficiados, el establishment, la casta, el régimen.
Por eso me ha gustado que, en el debate entre los tres aspirantes a la secretaría general del PSOE, se haya hablado de dinero. Pedro Sánchez acertó al citar como uno de los grandes errores recientes de su partido el no haber efectuado durante la primera legislatura de Zapatero una reforma fiscal para que el peso de la recaudación no recaiga casi exclusivamente sobre las rentas del trabajo, mientras las del capital se van casi de rositas, y no haber puesto en pie una auténtica cruzada contra el fraude. (Sánchez también estuvo bien cuando consideró impresentables el indulto al banquero Sáenz y el nombramiento de MAFO, Miguel Ángel Fernández Ordónez, al frente del Banco de España). Eduardo Madina, por su parte, dio un paso en la buena dirección cuando propuso importar el sistema británico de transparencia sobre el gasto público: la posibilidad de saber en apenas dos o tres clics en qué se gasta cada euro que pagamos los contribuyentes. Y José Antonio Pérez Tapias fue el portavoz de la sabiduría al decir que no se puede mantener el Estado de bienestar ni, en general, hacer políticas progresistas de gasto sin hacer políticas económicas y fiscales progresistas.
“Sigan las huellas del dinero”, les decía Garganta Profunda a los reporteros Woodward y Berstein que investigaban Watergate. No hagan caso a las cortinas de humo politiqueras y vayan al grano: quién pagó, quién cobró y a cambio de qué. Mediapart está obteniendo ahora excelentes resultados periodísticos en Francia con esa fórmula: exclusivas que han forzado la dimisión de un ministro socialista de Hacienda y han llevado al arresto y la declaración en comisaría del ex presidente derechista Sarkozy.
El pasado año, charlé en París con Edwy Plenel, director de Mediapart. Recordamos que las revoluciones democráticas americana y francesa del siglo XVIII nacieron, precisamente, por una cuestión de dinero: cuando una mayoría de ciudadanos se negó a pagar más impuestos a la Corona si ésta no reconocía a cambio la preeminencia en la vida pública de los principios de libertad e igualdad.
En el caso americano, todo comenzó cuando la Corona británica quiso imponer un nuevo impuesto sobre el té a sus colonias y éstas exigieron a cambio representación política en el Parlamento de Londres (No taxation without representation). En el francés, cuando Luis XVI convocó a los Estados Generales para que aprobaran nuevos impuestos con los que paliar el déficit de las finanzas públicas. El Tercer Estado (burguesía y clases populares) proclamó de partida que sólo hablaría de ello si los otros dos (aristocracia y clero) aflojaban también la bolsa y si se comenzaban a aplicar en Francia las ideas del Siglo de las Luces.
Tiene razón Pérez Tapias: uno de los errores capitales de la socialdemocracia en los últimos lustros ha sido creer que podía ser progresista en el gasto sin serlo en el ingreso. La socialdemocracia asumió la interesadísima idea neoliberal de que rebajar los impuestos a las grandes fortunas y empresas es mano de santo para el crecimiento y la creación de empleo, y así fue tirando hasta que llegó la crisis y puso las cosas en su sitio.
Zapatero hasta declaró que bajar los impuestos es “de izquierdas”, sin que tan clamorosa ausencia de matiz encontrara demasiada replica entre los suyos. Rebajar los impuestos a las clases populares y medias es, efectivamente, de izquierdas, es justo y necesario; hacerlo de oficio, gratis et amore, a los ricos puede ser un suicidio. Tal fue el caso, entre otros, de la eliminación del impuesto de Patrimonio: recortó los ingresos en la crisis y obligó a concentrar la lucha contra el déficit en el recorte de servicios y prestaciones sociales.
La adopción por el periodismo español de los eufemismos politiqueros y empresariales ha sido uno de los elementos que han dañado su credibilidad. Hablemos claro: el sistema tributario español es confiscatorio para las clases populares y medias, que deben trabajar la mitad del año para Hacienda, a la par que convierte este país en un semiparaíso fiscal para los que miden sus ingresos en cientos de miles o millones de euros.
Una reforma fiscal progresista, basada en el principio clásico de que proporcionalmente debe pagar más el que más gana, debería ser una de las propuestas básicas de la socialdemocracia para la regeneración democrática de España. Quiero suponer que los equipos de los aspirantes al liderazgo del PSOE ya están trabajando en ello. Con calculadoras, por supuesto. Difícilmente puede el PSOE reconciliarse con el pueblo de izquierdas si no hace bandera de este asunto, y difícilmente puede ser creíble como partido de Gobierno si no aquilata al céntimo las ventajas y los inconvenientes de cada supuesto.
Termino: en el lado del gasto, los escándalos confirman que cientos de millones de euros salidos del bolsillo de los contribuyentes españoles se destinan a corruptelas, mamandurrias, privilegios y obras faraónicas. El Estado está, ciertamente, hipertrofiado y una alternativa progresista debería insistir en la necesidad de hacerlo más pequeño, más eficaz y honesto, más centrado en lo esencial: la sanidad, la educación y la seguridad públicas. Pero también es llamativo que el PP, tan neoliberal a la hora de desproteger al común de los mortales, gaste a manos llenas cuando se trata de sus propios dirigentes, sus amigos banqueros y empresarios, sus eventos y obras fetiche. Gürtel y el apoyo a “empresarios” como Blesa y Díaz Ferrán desnudan la filosofía fiscal conservadora: sacarle el dinero a los de abajo para dárselo a los amiguetes de arriba.
El Gobierno y el Estado no tienen dinero: el que usan es siempre nuestro dinero, el de los ciudadanos que trabajamos y pagamos los impuestos honradamente. Estaría bien que la izquierda española lo asumiera: a la hora del ingreso y a la hora del gasto.
El periodismo merece ese nombre cuando no se deja embaucar por la palabrería de políticos y empresarios y, cual detective de novela negra, sigue la pista del dinero: de dónde viene y a quién va a parar. Si sale del bolsillo de los contribuyentes y acaba en el de Fulano o Mengano sin que se sepa muy bien a cambio de qué, hay tema, hay un pedazo de tema.