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El regreso de Bernie Sanders

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Nunca sabremos si, de haber sido el candidato del Partido Demócrata, Bernie Sanders hubiera derrotado a Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del 8 de noviembre de 2016. Lo que sí sabemos es que Trump le ganó a Hillary Clinton, presentada como imbatible por el aparato de ese partido y, en general, por el oficialismo de centroizquierda.

Algunos, sin embargo, habían advertido de que, frente a un tipo como Trump, que se presentaba –muy tramposamente, sin duda– como ajeno y hasta opuesto al establishment, Hillary Clinton, una veterana de Washington, quedaba como la quintaesencia de la politiquería profesional y su alejamiento de los intereses y los sentimientos de la mayoría de la gente.

Estadounidense o europeo, el oficialismo de centroizquierda sigue sin enterarse de que el mundo ha cambiado. Por ejemplo, insiste en presentar a “la moderación” como el valor supremo en la vida pública. Pero, según quien la pronuncie, la palabra moderación puede hoy sonarles a muchos ciudadanos a deshonestidad, oportunismo y carencia de principios. Más generalmente apreciadas son las palabras autenticidad y sinceridad.

En gran medida, Trump ganó en 2016 porque millones de estadounidenses lo consideraron auténtico y sincero, un tipo que dice lo que piensa y hace lo que dice. Y si tiene bastantes posibilidades de ser reelegido el próximo otoño, es porque ha hecho o intentado hacer lo que prometió. A sus partidarios no les fastidia como a nosotros que Trump aplique su programa.

Afortunadamente, Bernie Sanders está de regreso. Ha ganado con rotundidad la primera ronda de primarias demócratas (Iowa, New Hampshire, Nevada) y mejorando sus resultados en sectores que en 2016 prefirieron a su rival, Hillary Clinton, como son los hispanos y las mujeres. Ya no es solo el candidato de los jóvenes progresistas blancos, ahora lo es de una coalición cada vez más amplia, una de esas que pueden resultar ganadoras. Incluso muchas feministas opinan que es el verdadero candidato de su causa.

Es posible, sin embargo, que Bernie Sanders tampoco consiga esta vez ser elegido como la alternativa a Trump propuesta oficialmente por el Partido Demócrata. Las razones por las cuales el próximo otoño sería un buen rival frente a Trump, su autenticidad y su sinceridad progresistas, son precisamente las que le hacen odioso a los ojos del establishment demócrataestablishment. Ese establishment preferiría indudablemente a ese caballero patricio y moderado que es Joe Biden. Y si no puede ser, a esa especie de Macron que es el muy centrista alcalde Pete Buttigieg. Gente de orden, vamos.

Nacido en Brooklyn en septiembre de 1941, senador independiente por el Estado de Vermont desde 2007, Bernie Sanders se define como socialista o socialdemócrata, algo insólito en un aspirante a la Casa Blanca. Quiere un salario mínimo interprofesional digno. Quiere un sistema de sanidad público y universal como en Europa. Quiere que las grandes fortunas y las grandes corporaciones paguen los impuestos que les corresponden y que, como todos sabemos, no pagan. Y le importa un carajo que los cantamañanas de la derecha y el centroizquierda llamen populismo a sus verdades del barquero.

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Bernie va de Bernie. Sus mítines son mítines, con discursos densos, clásicos y argumentados, no espectáculos de luz y sonido. Tiene dinero para gastarse en su campaña, pero no procede de su fortuna personal (no la tiene, a diferencia de Trump o Bloomberg), ni de regalitos de Wall Street; todo es fruto de pequeñas donaciones de sus partidarios. Y en sus entrevistas dice lo que piensa y no lo que el entrevistador quiere que diga. El pasado domingo, por ejemplo, se declaró “totalmente opuesto” al autoritarismo del régimen cubano, pero añadió que es injusto decir que todo está mal en ese país. La alfabetización es buena, precisó. Y ya puesto en faena internacional, le zurró de lo lindo a Trump por intercambiar “cartas de amor” con dictadores como el coreano Kim Jong-um, el ruso Vladimir Putin y el egipcio Al Sissi.

Nacido en el seno de una familia judía procedente de Polonia, Bernie Sanders no le hace la pelota ni al AIPAC, el temido y todopoderoso lobby israelí de Estados Unidos. Así explicó el otro día en un tuit por qué no acudirá a uno de sus actos: “El pueblo israelí tiene derecho a vivir en paz y seguridad. También lo tiene el pueblo palestino. Me preocupa que AIPAC ofrezca una plataforma a líderes que defienden la intolerancia y el racismo y se oponen a los derechos básicos de los palestinos". Ahí queda eso.

Bernie Sanders, de 78 años de edad, ya participó en 1963 en la Marcha sobre Washington donde Martin Luther King pronunció su histórico discurso Yo tengo un sueño.​ Como Stephane Hessel y José Luis Sampedro, es otro ejemplo contemporáneo de la magnífica conexión que alguien que ha envejecido bien moral e intelectualmente puede tener con la juventud más inquieta. Porque Bernie ni tan siquiera es reformista, es revolucionario. Quiere ser presidente para que Estados Unidos viva una revolución, uno de esos momentos en los que, como dijo en 1969, “los jóvenes toman el control de sus vidas y la gente comienza a mirarse a los ojos y a saludarse sin miedo”.

Nunca sabremos si, de haber sido el candidato del Partido Demócrata, Bernie Sanders hubiera derrotado a Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos del 8 de noviembre de 2016. Lo que sí sabemos es que Trump le ganó a Hillary Clinton, presentada como imbatible por el aparato de ese partido y, en general, por el oficialismo de centroizquierda.

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