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Cuando Soraya pudo ser Kamala

Hace seis años, Soraya Sáenz de Santamaría pudo haberse convertido en la primera mujer presidenta de España. Un caso similar al de Kamala Harris en Estados Unidos. Tanto Soraya como Kamala eran vicepresidentas con un presidente que de pronto estaba inhabilitado para gobernar. Mientras Biden ha apoyado que sea Kamala quien le sustituya, Rajoy no movió ni un dedo para que Soraya ocupará su lugar, lo que habría evitado que el PNV apoyará la moción de censura de Pedro Sánchez, que desalojó al PP de Moncloa. Una decisión poco inteligente y cero generosa con la vicepresidenta, que cargaba con todo el peso sobre sus espaldas. 

Rajoy, entonces presidente del Gobierno, no padecía síntomas de demencia senil como Biden. La Audiencia Nacional, en sentencia sobre la Gürtel del 24 de mayo de 2018, condenó al PP por corrupción y puso en duda la credibilidad de Rajoy, es decir señalaba que mintió ante el juez. En ambas situaciones había que actuar con urgencia. Tanto los votantes demócratas como los populares estaban escandalizados. En España los medios abrían un día sí y otro también con los detalles de la trama corrupta y los llamativos nombres de los políticos del PP implicados. 

Aún no están claras las razones por las que Rajoy negó su apoyo a Soraya, pero entre los sorayos, el grupo unido como una piña en torno a la vice, la falta de gratitud de Rajoy fue una enorme decepción. Así como los demócratas se han unido rápidamente a la causa de Kamala Harris, el presidente habría logrado también que el PP cerrará filas en torno a Sáenz de Santamaría. La razón era fácil de entender: o Soraya o pasar a la Oposición. Los nacionalistas vascos, pieza clave en la moción de censura, habrían visto con buenos ojos que la vicepresidenta se convirtiera en presidenta tras la renuncia de Rajoy. Al fin y al cabo, era ella la responsable última de todo lo que se cocía en Moncloa. A pesar del hedor que soltaba el PP, Soraya había logrado mantenerse al margen de la corrupción. No estaba pringada como María Dolores de Cospedal, su máxima adversaria. Tenía un halo más limpio frente a la negrura que envolvía Génova, que habría complicado mucho a Sánchez que prosperara la moción si hubiese sido contra ella en vez de Rajoy.

Hace seis años Soraya Sáenz de Santamaría pudo haberse convertido en la primera mujer presidenta de España. Un caso similar al de Kamala Harris en Estados Unidos. No tuvo el apoyo que está teniendo Harris, esa es la gran diferencia

Soraya prometía estabilidad y tranquilizaba a sus socios, incluido Ciudadanos, que se sentía muy incómodo con la sentencia. Quedaban aún dos años y medio de legislatura y la vicepresidenta resultaba de fiar para una clase empresarial de la que era interlocutora directa. Son famosas las reuniones de Rajoy en su despacho de Moncloa, en las que consumía el tiempo hablando de deportes. Entonces, el empresario de turno al que tanto le había costado lograr audiencia le preguntaba ¿qué hay de lo mío? y el presidente contestaba invariablemente: “Háblalo con Soraya”. El votante popular se habría sentido satisfecho de que el PP mantuviera el poder y la propia Soraya habría preferido no alborotar el gallinero interno del partido, centrada como estaba en gobernar. 

El MeToo hacía solo unos meses que acababa de arrancar, las mujeres habrían visto con satisfacción que una mujer se sentará por fin en un sillón vetado hasta ahora para una de ellas. Las mujeres son mayoría entre el electorado y en las últimas generales de 2023 dejaron claro su poder. Entre PSOE y PP se decantan más por los socialistas, sobre todo por la espiral antifeminista en que ha caído la derecha arrastrada por la ultraderecha. A pesar del peso de la ideología, Sáenz de Santamaría habría podido sumar votos porque jamás se presentó como enemiga del feminismo. Cuando Rajoy no se quiso mojar y la echó definitivamente a los perros en las primarias para buscar un nuevo líder popular tras la moción, uno de los hits de su campaña era la defensa de la igualdad de las mujeres. No tuvo el apoyo que está teniendo Kamala Harris, esa es la gran diferencia. La pereza de Rajoy, ya saben.

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