Continuará...

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El banquero abandona el lugar en un coche utilitario después de haber pasado su primera y hasta ahora única noche envuelto en el silencio inesperado y hostil de la prisión. La cárcel es un entorno fértil para el flamenco que crea breves y desgarradoras historias de soledad y olvido entre sus muros, pero no debe resultar cómoda para quienes están habituados a la moqueta y el elogio.

El señor Blesa apenas ha pasado 24 horas en la cárcel porque puede de su patrimonio sacar los dos millones y medio de fianza que fijó el juez, pero ha tenido que pasar por prisión. El dinero permite que uno gestione su vida y a veces las de los demás de una forma diferente, más fácil, sin duda, pero si hay un sistema político y judicial fuerte y democrático no impedirá que quienes lo tienen paguen por sus delitos. Y parece que estamos ante un ejercicio profesional que permitiría alimentar esa esperanza.

Que un banquero pise la prisión (no es el primero, ya lo hizo Conde hace varios años y unas cuantas veces) es uno de esos hechos concretos que hacen que abstracciones como la de la justicia igual para todos puedan a veces ser realidad. Cierto es que con la fianza se libra de la cárcel, pero ese pago forma parte del proceso y el ex presidente de Caja Madrid sigue envuelto en él y sabe, como sabemos todos, que tiene altas posibilidades de regresar.

La imagen de Blesa saliendo de la cárcel se toma desde demasiada distancia como para que veamos su rostro, pero en sus ademanes y la celeridad con que se mueve se adivina el desasosiego y acaso la ansiedad con que se enfrenta a la exposición pública un hombre que por oficio y quizá también por carácter ha de ser más bien discreto. No es un automóvil de lujo, lo que este observador interpreta como un detalle de sutil inteligencia comunicativa de su despacho de abogados, pero le permite salir de allí y librarse del acoso mediático. Huye hacia su refugio en compañía de quienes preparan su estrategia de defensa sabiendo, eso sí, que volveremos a encontrarnos. Y acaso sea ese el valor principal de la imagen: no ponemos ante el coche que se alega el “The End”, sino el “Continuará”.

Esta semana hemos asistido a sucesos extraordinarios: el Atlético de Madrid ha ganado la final de la Copa del Rey al Real Madrid en el Bernabeu, la balanza comercial española ha sido positiva por primera vez en 40 años, o los barones del PP se le han rebelado a Génova, “porque no somos una secta”, como dice Monago. Pero aquí y ahora me quedo con el de Blesa en la cárcel.

En este país en el que los políticos no se enteran –sobre todo los que ejercen y alimentan el bipartidismo agonizante- y los ciudadanos consideran la corrupción como el segundo gran problema español tras el paro (última encuesta del CIS www.cis.es ) que un gestor bancario tenga que responder ante la justicia y que lo veamos es un estímulo para la fe democrática y, sin duda, un regalo del poder judicial a la desanimada ciudadanía de este país. Cuando los únicos que frenan los desahucios son los jueces, cuando el único poder que parece cuestionarse de verdad su propio papel en el sistema es el judicial, cuando hay jueces que se empeñan en exigir que los intocables dejen de serlo, uno tiene que concluir que aunque los jueces sean los profesionales peor valorados (también según el CIS, y junto a los periodistas, dicho sea de paso), muchos de ellos son conscientes de su papel y están dispuestos a ejercerlo. Si hay que aplicar la ley, lo han de hacer ellos…y ellos mejor que nadie saben qué hay que cambiar para que la justicia lo sea con mayúsculas.

El destino incierto, el “continuará” al que se dirige el coche el banquero Blesa después de su primera noche en la cárcel, va a estar marcado por decisiones judiciales. Creo que los ciudadanos podemos tener la esperanza de que esas decisiones se vayan a adoptar con tanta ambición de Justicia como la que ha propiciado que hayamos visto esta semana estas imágenes.

Si la corrupción es tras el paro el gran problema, quizá tengamos delante, sólo con oficio y determinación, la gran solución. Veremos.

El banquero abandona el lugar en un coche utilitario después de haber pasado su primera y hasta ahora única noche envuelto en el silencio inesperado y hostil de la prisión. La cárcel es un entorno fértil para el flamenco que crea breves y desgarradoras historias de soledad y olvido entre sus muros, pero no debe resultar cómoda para quienes están habituados a la moqueta y el elogio.

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