El corazón de las tinieblas

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La televisión nos ha traído esta semana al corazón de las tinieblas. La inevitable evocación de un mundo devastado ocupado por muertos vivientes a que nos lleva contemplar las primeras imágenes que vimos de Oklahoma, tuvo tres días después un inesperado complemento de horror en la contemplación del criminal de Londres con las manos ensangrentadas y en la izquierda los filos de la muerte, afirmando ante la cámara instantes después de asesinar a un soldado: “Nunca estaréis a salvo… Cambiad vuestros gobiernos, a ellos no les importáis”.

Crimen y devastación, un ejercicio de hiperrealismo criminal inimaginable siquiera para el más osado de los escenógrafos y figuras humanas que deambulan entre los escombros y se abrazan ante el inesperado encuentro. Londres y Oklahoma han sido esta semana el corazón de las tinieblas. No en la lejana África, no río arriba con Marlow buscando al enloquecido Kurtz. Aquí y ahora, presente y palpable. En nuestro mundo occidental y confortable.

Nuestra cultura audiovisual se nutre de toneladas de historias de ficción verosímiles y violentas: zombis, corrupción, asesinatos, crimen organizado, guerras o traiciones. Hay una tolerancia y hasta un aliento palpables e inquietantes ante la exposición seriada de violencias contra todos cuando ésta se manifiesta bajo el paraguas de la ficción. Verosímil…real incluso, pero ficción.

Esta semana, la sangre del asesino de Londres no es impostada ni la devastación que contemplamos desde el aire en Oklahoma un decorado. En ambos casos la conmoción es inevitable. Y necesaria.

Hace poco discutía en Twitter con alguien sobre una de las fotos premiadas de Manu Brabo, una magnífica instantánea desde Siria con un padre sosteniendo en sus manos al hijo muerto. Me afeaban aplaudir el relato de la muerte: “Es morboso”… Pero real, respondía. Y esa realidad hay que contarla. Como la devastación, como la imagen del asesino, como la violencia con la que terroristas, tiranos o gobernantes someten o torturan a sus pueblos. El mundo tiene que saber para comprender y ha de conocer quiénes somos y lo que hacemos.

El valor de las imágenes de Oklahoma y de Londres, que bien pudieran ser parte de una serie cualquiera de cualquier día, es que son verdad y nos ponen ante un mundo real que no podemos desconocer. Hay gente sufriendo, gente que muere y que mata, hay vida en otros hemisferios culturales que vale menos que la nuestra, y hay una naturaleza viva y poderosísima cuya acción debe también hacernos pensar en lo que somos.

Periodismo es también, debe serlo, agitarnos el ánimo con esos latigazos de realismo. Para que sepamos quiénes somos y dónde vivimos. No sea que terminemos creyendo que lo de las series de la tele sólo pasa en ellas, que los que matan son actores, los que mueren extras y la Historia la escriben los guionistas.

La televisión nos ha traído esta semana al corazón de las tinieblas. La inevitable evocación de un mundo devastado ocupado por muertos vivientes a que nos lleva contemplar las primeras imágenes que vimos de Oklahoma, tuvo tres días después un inesperado complemento de horror en la contemplación del criminal de Londres con las manos ensangrentadas y en la izquierda los filos de la muerte, afirmando ante la cámara instantes después de asesinar a un soldado: “Nunca estaréis a salvo… Cambiad vuestros gobiernos, a ellos no les importáis”.

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