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Las cuatro preguntas previas para evitar un tuit fatal

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El pobre exconcejal de Cultura Guillermo Zapata, que ha disfrutado de su puesto por unas cuantas horas, no escribió esos chistes de "humor negro" siendo un personaje público. Él ha pretendido justificarse precisamente así, diciendo que no se escribe igual desde un cargo que como ciudadano anónimo. Es una inútil justificación, porque la gente ve a las autoridades también como seres humanos. Y tiende a pensar que si el incauto de Zapata publica chistes ofensivos sobre judíos y sobre Irene Villa, probablemente no esté capacitado para programar ópera en Madrid o para planificar los Veranos de la Villa.

En realidad, el fenómeno de los tuits que se vuelven contra uno no tiene tanto de original. Son innumerables los casos en los que viejos artículos de prensa se recuperan para vergüenza de quien los firmó antaño. El propio Rajoy ha tenido que aguantar de manera recurrente que se le recuerden las cosas que publicó en aquellos artículos del Faro de Vigo del año 83, en los que venía a decir, en resumen, que la lucha por la igualdad es fruto de la envidia, y que la igualdad no existe y no tiene sentido defenderla. Cuando uno se hace famoso, sus enemigos le miran hasta la talla de la ropa interior. Internet sólo hace la búsqueda más fácil y rápida.

Twitter, sin embargo, está cargado por el diablo. Por su inmediatez y por lo aparentemente fugaz de su funcionamiento, invita a actuar sin pensarlo mucho. De alguna manera, Twitter es como un coche. Insultamos a otros conductores sintiéndonos protegidos por la carrocería y las ventanas del vehículo. En Twitter hacemos cosas que no haríamos en otros lugares. Supongo que Zapata no contaría esos chistes en un restaurante delante de 500 personas, como sí hizo ante sus varios centenares de seguidores.

Hay una buena manera de evitar que esos tuits nefandos nos jueguen una mala pasada. Consiste en hacerse cuatro sencillas preguntas, por este orden:

1. ¿Es legal lo que digo? Lo de Zapata, probablemente ni siquiera pasaría esta primera prueba.

2. ¿Estoy seguro de que no ofende a alguien a quien no quiero ofender? Segundo "no".

3. ¿Aprobaría esto que digo mi jefe? No sé quien sería su jefe en ese momento, pero sospecho que a la alcaldesa Manuela Carmena no le gustaron nada las bromas publicadas.

4. ¿Lo aprobaría mi pareja o mi madre? No sé quiénes son la pareja o los parientes de Zapata, pero si tienen algo de gusto, probablemente tampoco le rieran los chistecitos.

Zapata ha aprendido a ser político en un día. Para la gestión de su recientemente abierta nueva cuenta, quizá no le vendría mal ponerse estas cuatro preguntas u otras semejantes en su cuaderno de notas del iPhone.

El pobre exconcejal de Cultura Guillermo Zapata, que ha disfrutado de su puesto por unas cuantas horas, no escribió esos chistes de "humor negro" siendo un personaje público. Él ha pretendido justificarse precisamente así, diciendo que no se escribe igual desde un cargo que como ciudadano anónimo. Es una inútil justificación, porque la gente ve a las autoridades también como seres humanos. Y tiende a pensar que si el incauto de Zapata publica chistes ofensivos sobre judíos y sobre Irene Villa, probablemente no esté capacitado para programar ópera en Madrid o para planificar los Veranos de la Villa.

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