Antes y después del accidentado Comité Federal del 1 de octubre que terminó con la dimisión del Pedro Sánchez de la Secretaría General, se ha abierto un debate en el seno del PSOE sobre la necesidad o no de consultar a la militancia. Algunos dirigentes han asegurado que no está en la cultura socialista, en la esencia de la historia del PSOE, en tanto que otros han defendido la consulta a la militancia, máxime cuando estaba en juego posibilitar o no un gobierno de Mariano Rajoy y el Partido Popular.
Un breve repaso a la historia del PSOE sobre los procesos de la toma de decisiones sobre política de alianzas y otras cuestiones significativas pone de relieve que la consulta ha sido habitual dentro del PSOE hasta finales de la Dictadura franquista. A diferencia de los partidos comunistas, cuya toma de decisiones se rigió por el llamado “centralismo democrático”, y del asamblearismo anarquista, el PSOE mantuvo una forma de organización, a veces criticada por los anarquistas como “autoritaria”, que dio participación a su militancia en las decisiones de calado. La participación se entendía entre otras cosas como la mejor manera de mantener la democracia interna, la relación entre dirigentes y bases socialistas y desde luego como la mejor fórmula para salvaguardar la cohesión de la organización, algo fundamental para la defensa de la causa obrera.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX uno de los debates que polarizó la atención de los socialistas fue la política de alianzas. Si se hacían acuerdos electorales o no con los partidos republicanos. Pablo Iglesias Posse se mostraba contrario porque, entre otras cosas, suponía pactar con fuerzas políticas burguesas, aunque fuesen “avanzadas”, y no se le ocultaba que una alianza de ese tipo podría desdibujar al débil Partido Socialista, muy marcado por el obrerismo guesdista.
El V Congreso del PSOE, celebrado entre el 17 y 20 de noviembre de 1899, abrió la puerta a esa posible alianza ya que se aprobó una resolución política que autorizaba la cooperación con los partidos republicanos avanzados “en el caso de que las libertades estuvieran en peligro de desaparecer” o fuesen pisoteadas en la práctica. En el VI Congreso, celebrado en Gijón en agosto de 1902, se fijaron las condiciones para una coalición con los partidos republicanos. Acogiéndose a ello, en 1903, el año en que se forjó la gran Unión Republicana, la Agrupación Socialista Madrileña, encabezada por algunos dirigentes históricos como Antonio García Quejido, aprobó una proposición pidiendo el acuerdo con los republicanos para las elecciones municipales. Tal como estaba previsto, la dirección del PSOE consultó a todas las agrupaciones de España la propuesta de llegar a un acuerdo con los republicanos dando el siguiente resultado: 50 agrupaciones votaron en contra, 26 a favor y 2 se abstuvieron. Pablo Iglesias estaba en contra de la alianza.
Las siguientes tentativas de establecer alianzas electorales con los republicanos las siguió encabezando el dirigente de la UGT Antonio García Quejido y fueron secundadas por su sucesor al frente de la organización obrera, Vicente Barrio, quien en febrero de 1907 presentó, junto a 80 correligionarios, una proposición en la que defendía la necesidad de la coalición utilizando argumentos relacionados con el crecimiento electoral del Partido y la conveniencia de participar en el régimen parlamentario. La propuesta de Vicente Barrio contaba con el apoyo de destacados socialistas como Jaime Vera e Indalecio Prieto, pero siguió encontrando la oposición cerrada de Pablo Iglesias.
La insistencia de determinadas agrupaciones en pro de la alianza con los republicanos posibilitó que el VIII Congreso del PSOE, celebrado entre el 26 y el 30 de agosto de 1908, adoptara la siguiente resolución política:
«En casos excepcionales, el Partido Socialista, a propuesta de una o varias agrupaciones o del Comité Nacional, puede coaligarse con partidos burgueses avanzados en toda clase de elecciones, cuando previa consulta al Partido, hecha por medio del referido Comité, lo acuerden las dos terceras partes de los votantes, reformándose al efecto la organización general para ponerla en armonía con este criterio. Dicha consulta deberá hacerse tres meses antes de la fecha en que se verifiquen las elecciones, y en casos excepcionales, el Comité Nacional podrá reducir este plazo a dos meses».
En virtud de ello, tras la Semana Trágica del Barcelona de 1909 y la represión subsiguiente, se llegó a un acuerdo con los republicanos y se formalizó la llamada Conjunción Republicano Socialista (1909) que dio 64 concejales socialistas (1909) y un escaño de diputado para Pablo Iglesias por Madrid en las elecciones generales de 1910. Era la primera vez que un socialista entraba en el Congreso de los Diputados. Se había cambiado el rumbo de las alianzas y ahora los dirigentes, incluido Pablo Iglesias, estuvieron por la coalición. Para que esta coalición se formalizara, el Comité Nacional envió una circular a todas las agrupaciones el día 29 de octubre de 1909 solicitando la opinión de los militantes, que fue aprobada por las colectividades del Partido “por voto casi unánime” en toda España (El Socialista, 19 de noviembre de 1909).
Más aún, cuando el 19 de enero de 1913 el Grupo Socialista Español de París pidió al Comité Nacional del PSOE la ruptura con los republicanos, basada en la visita efectuada a Alfonso XIII por Gumersindo de Azcárate, presidente de minoría conjuncionista, y los aplausos que Melquiades Álvarez arrancó para el rey en un mitin de celebrado en Murcia, el Comité Nacional del PSOE sometió a consulta el mantenimiento o desaparición de la Conjunción Republicano Socialista, dando el siguiente resultado: 150 agrupaciones en pro del mantenimiento, en contra unas 17 y no se pronunciaron entre 50 y 60 agrupaciones (El Socialista, 30 de agosto de 1913).
La cultura de consultar a la militancia no sólo se centraba en la política de alianzas sino en las cuestiones que se consideraban en aquel momento de singular importancia. Por ejemplo, se consultó a las agrupaciones para la elección del delegado español en los Congresos de Stuttgart (1907) y Copenhague (1910) de la II Internacional, siendo elegido Pablo Iglesias por la mayoría de las agrupaciones. La democracia interna llegaba hasta tal punto que se llegó a consultar a las agrupaciones el nombramiento del Director de El Socialista en diciembre de 1912, recayendo en Pablo Iglesias.
Por no pormenorizar en exceso, la “Organización General” por la que se regía el PSOE mantuvo la dinámica participativa en los años veinte y durante la II República. El Comité Nacional convocó un Congreso Extraordinario del PSOE que se celebró en Madrid entre el 10 y el 12 de julio de 1931. Previamente se pidió a la agrupaciones la opinión de los afiliados al corriente de pago sobre “Las relaciones entre el Partido Socialista y el Gobierno de la República una vez terminado el periodo constituyente” (El Socialista, 2 de junio de 1931). En aquel Congreso se decidió continuar con la participación en el Gobierno republicano por 10.607 votos a favor y 8.362 en contra.
Tras las elecciones de noviembre de 1933, en las que los socialistas fueron solos, al margen de los republicanos, y después de la revolución de octubre de 1934, ya en la antesala del Frente Popular, el PSOE publicó en el El Sol el 30 de marzo de 1935 (El Socialista estaba clausurado) una circular en la que se pedía a las agrupaciones que no hostigaran a ningún grupo obrero o republicano y que “enviaran su opinión sobre una posible alianza electoral con éstos”. Tras la respuesta afirmativa de la militancia socialista, la Comisión Ejecutiva del PSOE respondió favorablemente a la propuesta de los republicanos de Azaña de conformar la alianza que cristalizó en el llamado Frente Popular (noviembre de 1935).
Los candidatos socialistas a diputados a Cortes en las candidaturas del Frente Popular fueron elegidos directamente por los afiliados en los casos en que la circunscripción electoral coincidiera con una sola agrupación. Este fue el caso de Madrid capital en donde se abrieron diversos locales electorales para efectuar el escrutinio (El Socialista, 28 de enero y ss, de 1936).
La consulta a la militancia sobre la pertinencia o no de convocar Congresos Extraordinarios era preceptiva según el artículo 65 de la Organización General. Éstos se “verificarían” siempre que lo acordaran la mayoría de los militantes del Partido a propuesta de una o más colectividades o del Comité Nacional. De esta manera en julio de 1936, a petición de unas 39 colectividades de tendencia largocaballerista, se consultó a la militancia sobre la convocatoria de un Congreso Extraordinario que fue rechazado (los afiliados cotizantes del PSOE eran 59.846 y los votos válidos fueron 13.427, muy por debajo delos 29.924 que era el quorum necesario correspondiente a la mitad más uno de los cotizantes. Se anularon 10.573 votos por incumplimiento de las condiciones reglamentarias. El Socialista, 15 de julio de 1936).
De igual modo se consultaba sobre las vacantes que se producían en la Comisión Ejecutiva Nacional (art. 44 de la Organización General). Así El Socialista del 1 de julio de 1936 daba a conocer el resultado de la votación celebrada para cubrir las vacantes de la Ejecutiva siendo elegido presidente el asturiano Ramón González Peña, un “héroe” de la revolución de octubre de 1934, y secretario Ramón Lamoneda con 10.933 y 11.209 votos respectivamente, frente a la candidatura de Francisco Largo Caballero y Enrique de Francisco con 2.876 y 2.047 votos respectivamente. No se dieron por válidos un número significativo de votos dirigidos a Largo Caballero. Tanto en ésta como en la anterior votación había de especificarse el número de votos emitidos por los afiliados en cada agrupación en relación con las vacantes o pregunta que se efectuaba. En las que no consignaban votación “sino acuerdo por mayoría o por unanimidad” los votos eran considerados nulos. En plena Guerra Civil, en septiembre de 1938, los afiliados participaron de nuevo a través de sus agrupaciones en la elección de las vacantes de los cargos de la Comisión Ejecutiva.
Durante el exilio, pese a todas las dificultades, se mantuvo la cultura de la participación y la consulta. El I Congreso del PSOE en el exilio, celebrado en Toulouse en septiembre de 1944, recogía en el artículo 27 de los estatutos que “los delegados al Pleno nacional, una vez conocido el orden del día de las reuniones, procurarán, si ello es posible, ponerse en contacto con sus representados para ser portadores del criterio de los mismos”. Los Congresos extraordinarios se celebrarían cuando a petición de un grupo departamental lo acordaran la mayoría de los afiliados (art. 31). Incluso, siguiendo el espíritu de la anterior Organización General, se establecía en relación con los acuerdos de los Congresos que “cuando se acuerden asuntos de importancia por escasa mayoría, el Congreso podrá acordar someter el asunto a un referéndum entre los afiliados” (art. 34).
Andando el tiempo, la consulta y la participación de la militancia seguirán en pie pues entre otras cosas la Organización General mantenía que los “acuerdos de los Congresos, excepción hecha de los que revisten carácter de urgencia, no tendrán fuerza hasta que sean aprobados por las colectividades (Secciones), las cuales deberán dar su opinión sobre ellos al mes de habérseles comunicado ..” (art. 74). Incluso si la Comisión Ejecutiva decidía aplazar el Congreso Ordinario un año, previamente se debía consultar a los Grupos y Secciones (art. 7 de los Estatutos. XI Congreso de 1970). Entre las resoluciones del XIII Congreso en el exilio (Suresnes, 1974), se responsabilizaba a la Comisión Ejecutiva de enviar al menos con un mes de antelación el Orden del día de la reunión a los miembros del Comité Nacional para que pudiera ser discutido por las Federaciones y reuniones de sus zonas y que el representante del Comité Nacional pudiera ser interprete del criterio de su Federación (art. 19).
No solo en el exilio, también en la clandestinidad de la España franquista, la dirección socialista del interior solía preguntar a la militancia sobre sus decisiones. Consulta que se hacía llegar a los militantes que estaban en las cárceles, aunque sabían que sus opiniones podrían llegar tarde.
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Como se ha puesto de relieve a lo largo de estas notas, la consulta y participación de la militancia en temas de calado ha estado en el corazón de la cultura socialista. A partir del XXVII Congreso de 1976 se iría imponiendo un nuevo modelo de partido más acorde a un proceso centralizador del poder.
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Fernando Martínez es catedrático de historia contemporánea en la Universidad de Almería
Antes y después del accidentado Comité Federal del 1 de octubre que terminó con la dimisión del Pedro Sánchez de la Secretaría General, se ha abierto un debate en el seno del PSOE sobre la necesidad o no de consultar a la militancia. Algunos dirigentes han asegurado que no está en la cultura socialista, en la esencia de la historia del PSOE, en tanto que otros han defendido la consulta a la militancia, máxime cuando estaba en juego posibilitar o no un gobierno de Mariano Rajoy y el Partido Popular.