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Tres vuelos de ida y vuelta

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Hace diez años era el tiempo en que el tiempo no pesaba. No habíamos cruzado los treinta y vivíamos todos en el centro de la ciudad, a tres calles, a tres paradas de metro o a tres euros en taxi. Bastaba una llamada para salir corriendo a cenar pasta y cerveza comprada de camino en comercios abiertos hasta el amanecer. Cuando nos sentábamos a escribir junto a la ventana, dejábamos que el aire negro de Madrid entrara bien adentro a resecarnos la piel y las mucosas. Frenar el cambio climático no formaba parte de las fórmulas con las que arreglaríamos el mundo: luego lo dejábamos siempre tal y como estaba. No decíamos orgánico, diagnóstico o plastic free. Nadie te rechazaba el jamón de la pizza congelada porque se había vuelto vegetariano. Los ayuntamientos mezclaban los residuos que separábamos en casa. Nos sentaba fatal que un supermercado francés nos cobrara las bolsas de la compra. Nuestros hijos no habían nacido y todavía no nos daban escalofríos imaginando cómo serían sus veranos. No sabíamos nada acerca de los miles de kilos de combustible que quemaban nuestros viajes de mochileros. La juventud era un tiempo anterior a cualquier amenaza. Pero ni el planeta ni la vida estaban ahí esperándonos para siempre.

Hace menos de un mes, en un vuelo intraeuropeo, el comandante nos contó, además de la temperatura exterior y de los miles de pies que nos separaban del suelo, la cantidad de combustible necesario para propulsar esa máquina que llevaba a 150 personas de capital a capital: seis toneladas de queroseno, seis mil kilos para un viaje de tres horas.

De cara a las elecciones municipales y europeas, el partido alemán Die Grüne (Los Verdes), de quienes se espera que se conviertan en la segunda fuerza del país con un 20 por ciento de los votos, ha propuesto una ley como medida contra el cambio climático por la que cada alemán podría viajar internacionalmente tres veces al año (incluyendo ida y vuelta). Si necesitaran viajar más, explicó el diputado Dieter Janecek, deberán comprar certificados de vuelo de gente que no haya consumido sus tres viajes. La medida es una propuesta que hoy nos resulta radical y que ha levantado polémica en Alemania, sobre todo entre la derecha, quienes se mofaron en seguida y bromearon sobre la posibilidad de llegar a Mallorca a nado. El objetivo de esta idea es reducir el nivel de emisiones de gases contaminantes y generar un mercado de derechos de vuelo similar al mercado de emisiones que existe ya entre países comprometidos con la protección del clima.

Por cada kilómetro, un pasajero de avión emite 285 gramos de CO2, un pasajero de automóvil, 158, y un pasajero de tren, 14, según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente. Si el viajero no se plantea seriamente la necesidad de cada vuelo que hace, ¿debería un Gobierno hacerlo por él? ¿Estamos preparados para renunciar a una de las grandes victorias de nuestro mundo capitalista, la libertad de movimiento por el aire, la democratización (entre comillas, claro) del transporte aéreo por la sostenibilidad del planeta? ¿Vamos a dejarles este billete a nuestros hijos?

Es precisamente en Alemania donde Lufthansa fleta cuatro vuelos diarios entre Munich y Núremberg, dos ciudades que están a aproximadamente a 170 kilómetros de distancia. Un polémico vuelo que cubre la misma distancia que separa Madrid y Cuenca. La Orquesta Sinfónica de Helsingborg, una de las más importantes de Suecia, ha tomado la decisión de vetar a partir de 2020 a todos los directores o artistas visitantes que lleguen al país en avión. La campaña Flight-free se extiende desde los países nórdicos hacia el sur. ¿Formará parte de nuestras conversaciones en unos años? En Suecia, cerca de 10.000 personas han firmado ya por un año sin vuelos.

A veces, extrañamos aquella más que soportable levedad de la inconsciencia, pero no por ello, eludimos las responsabilidades que nos pide el paso del tiempo. Ni aquellos años donde todo parecía infalible son eternos, ni la sostenibilidad del lugar donde habitamos lo es. Avanzamos lentamente porque no veremos sus consecuencias más intensas y parece seguir siendo un asunto ideológico que echarnos en cara. Es extraño que, sin necesidad de llegar a la altura de esta propuesta de Los Verdes alemanes, el cambio climático no haya formado parte de la agenda de los políticos en campaña de nuestro país siendo el asunto potencialmente más grave al que nos enfrentamos. Ya vamos tarde. Hace dos días, escuchando a los candidatos para el Ayuntamiento de Madrid, uno de ellos afirmaba, con algo que parecía guasa, que la ciudad había perdido la gracia con su último Gobierno municipal. No sé si se refería el candidato a la gracia de los atascos a todas horas que con nostalgia recuerda otro de los nombres propuestos desde la derecha para presidir la comunidad autónoma.

La lucha contra el cambio climático debería ser prioritaria ahora, no dentro de diez años. Esto no va de libertades personales porque la magnitud del problema es colectiva, es mundial.

Hace diez años era el tiempo en que el tiempo no pesaba. No habíamos cruzado los treinta y vivíamos todos en el centro de la ciudad, a tres calles, a tres paradas de metro o a tres euros en taxi. Bastaba una llamada para salir corriendo a cenar pasta y cerveza comprada de camino en comercios abiertos hasta el amanecer. Cuando nos sentábamos a escribir junto a la ventana, dejábamos que el aire negro de Madrid entrara bien adentro a resecarnos la piel y las mucosas. Frenar el cambio climático no formaba parte de las fórmulas con las que arreglaríamos el mundo: luego lo dejábamos siempre tal y como estaba. No decíamos orgánico, diagnóstico o plastic free. Nadie te rechazaba el jamón de la pizza congelada porque se había vuelto vegetariano. Los ayuntamientos mezclaban los residuos que separábamos en casa. Nos sentaba fatal que un supermercado francés nos cobrara las bolsas de la compra. Nuestros hijos no habían nacido y todavía no nos daban escalofríos imaginando cómo serían sus veranos. No sabíamos nada acerca de los miles de kilos de combustible que quemaban nuestros viajes de mochileros. La juventud era un tiempo anterior a cualquier amenaza. Pero ni el planeta ni la vida estaban ahí esperándonos para siempre.

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