Tiene 75 años, se autoproclama socialista –casi una aberración en Estados Unidos– y su aspecto desaliñado parece más propio de un abuelo entrañable que de quien pretende ocupar el Despacho Oval… pero va ser muy probablemente el próximo presidente americano de aquí a poco menos de un año.
Bernie Sanders es desde todo punto de vista un candidato atípico, pero su relato ha encontrado el momento oportuno. Lleva desde los años 60 trabajando por la igualdad de los estadounidenses. Estuvo en el Mall de Washington el día de la famosa Marcha por los derechos civiles en la que Martin Luther King habló de su sueño. Tiene hasta hoy una trayectoria intachable, que contrasta con la vida azarosa, controvertida y ya poco épica de su adversaria Hillary Clinton. Además, su mensaje es clarísimo y está prendiendo cada vez con más fuerza en las capas medias de la sociedad estadounidense, que empieza ahora a conocerle. Los jóvenes optan por él en masa y van a sus mítines como si fueran a un concierto de Bruce Springsteen.
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Sanders es contundente en la identificación del enemigo de América: las grandes corporaciones y las corruptas instituciones políticas. Su campaña se financia sólo con aportaciones individuales. Promete reformar la financiación de las campañas para que no dependan de Wall Street. Está sin matiz alguno a favor de la educación y la sanidad púbicas. Y de los derechos de las mujeres a disponer de su cuerpo y su maternidad. Se propone trabajar para la igualdad en todos los ámbitos, empezando por el salarial, en línea con los partidos socialdemócratas europeos. Y también por los derechos civiles de las minorías. Aquí al otro lado del Atlántico no nos parece en absoluto revolucionario. Pero en Estados Unidos, en el que tanto se veneran la iniciativa privada y el individualismo, y el Gobierno suele presentarse como un problema, el mensaje sí es realmente innovador.
En el comienzo de la campaña de primarias del Partido Demócrata, quedó un puñado de votos por debajo de Hillary primero (en Iowa) y arrasó luego (en New Hampshire). Es improbable que esa tendencia cambie mucho, porque Hillary es ya muy conocida y le costará sorprender. Es cierto que entre la población general, que es quien votará en noviembre, aún sigue gustando más Clinton, pero también sabemos que en la mayoría de los casos el candidato preferido en las primarias demócratas al principio termina cayendo a favor del candidato menos conocido. Le pasó a Obama, sin ir más lejos.
Luego, claro, está el otro lado: el del circo en que se ha convertido la campaña republicana, con el gran payaso Trump como super estrella. También con él se cumplirá muy probablemente el pronóstico: los candidatos demasiado excéntricos tienen su momento de gloria al principio, cuando las elecciones aún no se toman en serio y gusta escuchar a alguien diciendo barbaridades. Pero luego fracasan.
Tiene 75 años, se autoproclama socialista –casi una aberración en Estados Unidos– y su aspecto desaliñado parece más propio de un abuelo entrañable que de quien pretende ocupar el Despacho Oval… pero va ser muy probablemente el próximo presidente americano de aquí a poco menos de un año.