Cagarse en los dioses

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Solo dos años después hacer la Revolución, en 1791, los franceses abolieron el delito de blasfemia. Aquí en España, nuestro Código Penal sigue recogiéndolo bajo el eufemístico delito de “ofensa a los sentimientos religiosos” y de “escarnio” (artículo 525 y otros). Esta ridícula anacronía permite a personas y entidades fundamentalistas, casi siempre ultracatólicas, acosar a los artistas, los sátiros, los músicos o los políticos que osan “ofenderles”.

Lo último han sido sendas querellas de HazteOír y de la Fundación de Abogados Cristianos contra los editores de Mongolia, por la portada de la Navidad en la que en una representación del portal de Belén, en lugar del niño Jesús dibujaron lo que bien podría ser un helado de chocolate, aunque más bien parece el típico emoji de una mierda con ojos, tan utilizado en WhatsApp. Como cabía esperar los ofendiditos han visto la caca y no el chocolate y se ve que les ha dañado mucho que alguien ponga el truño en el lugar del Cristo recién nacido. Los editores de la revista satírica han puesto en marcha una campaña para recaudar fondos (aquí) que van a presentar el día 20 en Madrid.

Estas querellas suelen archivarse, pero en ocasiones derivan en sentencias condenatorias, como esas que han afectado a las cómicas feministas de Coño Insumiso, que se atrevieron a hacer una Salve y un Ave María sustituyendo los términos “sagrados” por otros profanos. Por ejemplo, como transcribe la propia sentencia, “Diosa te salve, vagina, llena eres de gracia, el coño es contigo, bendita tú eres entre todas nuestras partes y bendito es el fruto de tu sexo, el clítoris…”.

Aunque las denuncias y las querellas terminen por archivarse o deriven en sentencias absolutorias, pueden hacer mucho daño a los afectados y hacen desde luego mucho daño a la sociedad en su conjunto. Javier Krahe tuvo que aguantar un viacrucis judicial de ocho años por haber grabado unas imágenes en las que metía a Cristo en un horno en 1977, muchos años antes de la formulación de la querella. El actor Willy Toledo puso en Facebook que se cagaba en Dios y tuvo también que afrontar un proceso judicial en 2020. Sea cual sea la decisión de los tribunales, el hecho de que penda siempre la espada de Damocles sobre los creadores es una señal intolerable de atraso en una sociedad como la española, que está en realidad entre las más tolerantes del mundo.

Solo hay algo que molesta más a un creyente que un creyente de otra religión: un ateo

Sucede que a esos mismos meapilas si yo les dijera que me cago en los dioses del Olimpo o en los dioses del Bosque, probablemente les daría igual. El problema sería si yo me cagara en “su” dios: no en cualquier otro. Sucede que si hubiera una legislación que limitara o prohibiera la expansión de nuevas mezquitas o sinagogas es seguro que ellos callarían. Y sucede, en fin, que cuando ellos defienden la libertad de los padres a elegir la educación de sus hijos (es decir que los niños puedan ir a colegios donde la asignatura de Religión sea obligatoria, donde se prohíba la educación sexual o donde se separe a los niños de las niñas), entonces queda bastante claro que no defienden la libertad, sino todo lo contrario: la obligación de atenerse a un credo concreto, al suyo, a la verdad que a ellos se les ha revelado, la única en la que creen y la única que defienden. Qué bien lo expresó Richard Dawkins en su ya clásico El espejismo de Dios: Solo hay algo que molesta más a un creyente que un creyente de otra religión: un ateo.

Esos fundamentalistas majaderos tratan en realidad de imponer sus creencias fanáticas a los demás bajo la apariencia de la libertad y el respeto. Respeto y libertad exigen que nadie persiga a nadie por causa de sus declaraciones o expresiones religiosas. Ni en un sentido ni en otro, y mientras no se ejerza fuerza ni coacción. Entiendo que los católicos y los protestantes y los menonitas y los judíos y los testigos de Jehová deben tener derecho a desarrollar sus cultos en paz, pero tanto derecho tienen ellos a defender su credo como yo el mío, incluida la posibilidad de cagarme en alguno de sus dioses.

Solo dos años después hacer la Revolución, en 1791, los franceses abolieron el delito de blasfemia. Aquí en España, nuestro Código Penal sigue recogiéndolo bajo el eufemístico delito de “ofensa a los sentimientos religiosos” y de “escarnio” (artículo 525 y otros). Esta ridícula anacronía permite a personas y entidades fundamentalistas, casi siempre ultracatólicas, acosar a los artistas, los sátiros, los músicos o los políticos que osan “ofenderles”.

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