¿Una “fiesta”? ¿Y “nacional”?

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Se supone que las fiestas unen, pero la nuestra separa. Desde hace décadas, millones de españoles no se sienten identificados con esa exaltación supuestamente patriótica que recorre cada 12 de octubre el centro más conservador de Madrid con tanques, aviones y legionarios.                                   

La liturgia tiene en sí misma poco de festiva. Impera la seriedad y una impostada solemnidad. Se cantan himnos militares. Suenan los cañones y truenan los motores de los aviones de guerra. Se reza por quienes dieron su vida por España, y el rey (y la princesa en esta ocasión, por primera vez), cantan que “la muerte no es el final”. Lo de menos es que la letra del himno cantado sea obra de un pederasta, que no defendemos aquí la cancelación de ningún artista aunque hubiera abusado presuntamente de 17 niños… Lo relevante, nos parece, es que la obra está escrita por un sacerdote (afamado compositor de temas como el túhasvenidoalaorilla) que regaló a los militares un himno netamente religioso y de penosa calidad musical, dicho sea de paso. Lo relevante es que todo el evento incorpora, en un país supuestamente laico en su día más grande, elementos devocionarios que resultan claramente contrarios al espíritu de nuestro tiempo y la letra de la Constitución.

El desfile resulta anacrónico por esos tics religiosos que solo quedan ya en una pocas manifestaciones públicas –por cierto, algunas de ellas vinculadas a la Casa del Rey–. Pero produce también una brecha política entre los españoles. Para empezar, es frecuente que los presidentes vascos y catalanes no asistan, síntoma que ya por sí solo llama la atención.

A ver quién es el que le pone el cascabel a ese gato y reconvierte la parada militar en otra que remita a otros imaginarios más plurales, abiertos y festivos

Pero además se hace ya insoportable la insidiosa presencia de varios centenares de saboteadores que, desde los años de Zapatero, se han empeñado en abuchear al presidente del Gobierno –sólo si es socialista– cuando llega y cuando se va, sin importarles que delante de él estén los propios reyes y otras autoridades. Este jueves, la ausencia de decoro se convirtió en asco cuando se les oyó cantar al unísono “que te vote Txapote”. Pasan los años y el Ministerio de Defensa no parece encontrar la manera de que ese medio centenar de paletos fachas se quede en Atocha y el grito de sus insultos odiosos se diluya en la arboleda del Paseo del Prado antes de llegar a las cámaras de televisión.

Aunque tampoco pasa nada porque se les oiga: España entera puede sentir la vergüenza ajena que generan esos personajes sin la menor educación y notar la amenaza del fascismo que habita en sus puños y sus gargantas.

Poco queda al llegar la hora de comer que no hayan sido –preciosismos de los paracaidistas aparte– el sabor habitual de una España uniforme, centralista y anclada en el tiempo. Y es una pena, porque hay otra España plural, abierta, latina y europea a partes iguales, que también pueden representar los reyes de España en el día nacional. Pero a ver quién es el que le pone el cascabel a ese gato y reconvierte la parada militar en otra que remita a otros imaginarios más plurales, abiertos y festivos.

De momento, algunos otros con más visión –incluso puede que entre ellos estén el alcalde y la presidenta de la Comunidad de Madrid– han llenado las calles de Madrid de manifestaciones culturales latinoamericanas bajo el paraguas de otra “hispanidad”. Y si en eso aciertan se ha de decir. 

Feliz fin de semana y hasta el año que viene.

Se supone que las fiestas unen, pero la nuestra separa. Desde hace décadas, millones de españoles no se sienten identificados con esa exaltación supuestamente patriótica que recorre cada 12 de octubre el centro más conservador de Madrid con tanques, aviones y legionarios.                                   

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