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¿Va a parar alguien a los Franco?

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Ahora resulta que la familia Franco podría blanquear ocho millones de euros robados por el abuelo, a la vista de todo el mundo, vendiendo el Pazo de Meirás. Decenas de juristas de la Diputación, del Ayuntamiento, de la Xunta y del Estado tienen que ingeniárselas para demostrar lo evidente. Que el dictador se hizo con un Palacio que utilizó además como edificio público, celebrando allí consejos de ministros veraniegos, por ejemplo, y luego se lo dio a su hija. Con un par. Ahora lo heredan los nietos. Y para que ese edificio controvertido deje de molestar a la familia, la familia lo pone a la venta…

Añádase al expolio, en la parte conocida, el Palacio del Canto del Pico en Torrelodones, Madrid, recibido por Franco de regalo, y traspasado luego a su familia, que ya lo vendió. Y la Casa Cornide en A Coruña, que aún sigue en manos de los Franco, con sus figuras de la catedral de Santiago incluidas en el lote.

Discutir sobre los detalles legales de esas adquisiciones ya es ridículo. Están más que documentados. Incluso aunque el fervor popular de los ciudadanos hubiera en los años 40 y 50 regalado al caudillo sus posesiones. Incluso aunque Franco hubiera sido una bendición del cielo. Incluso aunque los pelotas que le rodeaban hubieran querido a título individual traspasar sus bienes al salvador de España. Por poner un ejemplo, Hussein de Jordania regaló al rey Juan Carlos una casa en Lanzarote, llamada La Mareta, que el rey dejó en manos de Patrimonio Nacional. Habría sido un escándalo hacerlo de otro modo.

Ya era de todo punto inaceptable que esos bienes pasaran a la hija del dictador en 1975. Como lo era que el rey concediera el Ducado de Franco a la señora, y luego a la hija, sin que nadie dijera nada. Pero que cuarenta años después esos señores anden paseándose por ahí, por mercadillos benéficos, por programas de televisión y por mítines de nostálgicos fascistas, mientras engordan la herencia que el abuelito les dejó apropiándose del patrimonio español, es una vergüenza que alguien nos debería evitar.

No puedo entender que ninguna de las autoridades concernidas tenga la inteligencia política de utilizar el asunto para conciliarse con la opinión pública. No entiendo cómo Felipe de Borbón no revoca el título de duque o duquesa de Franco antes de que alguien lo herede. Es una tontería a efectos prácticos, pero un símbolo poderoso. No entiendo cómo no dice Feijóo –de Rajoy no puede esperarse la mínima audacia– que bajo ningún concepto el Pazo de Meirás, o su valor, seguirá en manos de la familia Franco. No entiendo por qué no se expropia de inmediato la Casa Cornide, antes de que la vendan. Tampoco por qué nadie ha abierto una investigación formal –mercantil y fiscal– sobre el origen del patrimonio de los Franco (pisos, fincas y plazas de garaje, sobre todo) para ajustar lo mejor posible las cuentas.

Muy difícil será pararles los pies a los herederos del dictador que se ríen a la cara del personal, si ni siquiera somos capaces de sacar del Valle de los Caídos los restos del dictador, aunque haya un mandato del Congreso para que salgan de allí y se entreguen precisamente a los nietos.

De manera que mientras el Estado sigue gastando dinero en mantener la tumba y las flores del dictador, se sigue perpetuando en paralelo el expolio del abuelo. Modélico.

Ahora resulta que la familia Franco podría blanquear ocho millones de euros robados por el abuelo, a la vista de todo el mundo, vendiendo el Pazo de Meirás. Decenas de juristas de la Diputación, del Ayuntamiento, de la Xunta y del Estado tienen que ingeniárselas para demostrar lo evidente. Que el dictador se hizo con un Palacio que utilizó además como edificio público, celebrando allí consejos de ministros veraniegos, por ejemplo, y luego se lo dio a su hija. Con un par. Ahora lo heredan los nietos. Y para que ese edificio controvertido deje de molestar a la familia, la familia lo pone a la venta…

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