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Ser patriota progresista

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Nadie ha hecho más que José Luis Rodríguez Zapatero por exhibir públicamente el nombre y la bandera constitucional de España. Sí, en la época de Aznar se izó esa bandera máxima en la Plaza de Colón de Madrid. Y en las afueras de Madrid, los prósperos pueblos del Noroeste (Pozuelo, Boadilla, Majadahonda, Las Rozas...) un día levantaron sus rojigualdas prominentes en las rotondas de entrada (algunas puestas ahí por los mismos constructores de la Gürtel). Pero fue Zapatero quien ordenó integrar la bandera de España (y la europea) en el logo de la “Administración General del Estado”, que pasó a ser, a pesar de la resistencia inicial de sus subsecretarios, “Gobierno de España”. Desde entonces, también durante las legislaturas de Rajoy, la publicidad institucional se cierra por orden ministerial con el ya conocido “Gobierno de España”. Es solo un ejemplo, aunque notable.

Esos intentos tuvieron lugar después de que Aznar, Rato, Mayor Oreja, Zaplana y Acebes anunciaran, asustados por la reforma del Estatut de Cataluña y por el diálogo con ETA, que España se rompía y que Zapatero traicionaba a los muertos. Los mismos años en los que la bandera española sólo se veía –fútbol aparte, por supuesto– en las manifestaciones casposas de la derecha, ya fueran contra el matrimonio igualitario, contra la libertad de las mujeres para ser madres o, por supuesto, contra aquel nuevo estatuto catalán o el diálogo con los terroristas para su rendición.

Años más tarde, Sánchez quiso también reivindicar simbólicamente su patriotismo, poniendo tras de sí una gran bandera durante un discurso. Se le echaron a la yugular los de siempre por esa supuesta impostura. Sánchez no tenía derecho a usar su propia bandera, porque no es un patriota. Esta misma semana, Cayetana Álvarez de Toledo, en la mejor tradición tremendista y agresiva del aznarismo, ha dicho –leyéndolo– que “Zapatero no merece siquiera el nombre de expresidente, que habría que retirárselo”.

En fin, solo son patriotas ellos. Solo cabe su patria “de pacotilla”, como la llamó el mismo Zapatero. Su “patriotismo” quiere ser proporcional al tamaño de la bandera, a la uniformidad del pensamiento reaccionario, al rechazo al distinto y al disidente. Como resultado de 40 años de dictadura, solo conciben una patria meapilas, cerrada, uniforme y atormentada. Una patria inexistente, porque los españoles somos, para desvelo de los conservadores, mayoritariamente abiertos, tolerantes, diversos y hedonistas.

Pero en la izquierda estamos aún lejos de sacudirnos el complejo. Me crucé el otro día con el exembajador de Panamá en Madrid Milton Enríquez, que improvisó el año pasado un pequeño discurso sobre España. El vídeo se hizo viral y está disponible en Internet. Era un mero listado de hechos: Cervantes, Calderón de la Barca, Velázquez, Goya, los orígenes del Derecho Internacional, los orígenes de los Derechos Humanos, la mayor longevidad del mundo, número uno en transplantes, mayor red de tren de alta velocidad del mundo, uso extensivo de energías renovables y de cultivo orgánico, segundo país más visitado del mundo... El embajador tan solo refirió datos conocidos más o menos por todos nosotros.

Por supuesto, a todos esos elementos, nosotros podemos añadir otros muy progresistas: segundo país del mundo en aprobar el matrimonio igualitario, el país proporcionalmente más solidario del mundo, uno de los países sociológicamente más tolerantes y abiertos, un país laico, cínico y descreído a pesar de la milenaria tradición religiosa, un país protector, extraordinario en servicios provistos por el Estado.

“¿Por qué se quejan entonces?”, se pregunta el embajador. El cree que son tres los motivos: la leyenda negra promovida por los enemigos de España para minar la moral popular durante las guerras imperiales; la resistencia de los españoles a la jactancia; y, por último, en enconado enfrentamiento político, que resalta lo que está mal y no lo que está bien.

Vuelvo a Un fracaso heroico, la vibrante crónica del Brexit, escrita por Fintan O’Toole, que referí aquí la semana pasada. Al terminarla, se lamenta el autor de la ausencia de un sentimiento nacional progresista en Inglaterra:

“Precisamente porque el nacionalismo está tan pobremente articulado y es tan contradictorio, [los progresistas] pueden hacerlo suyo. Y sin duda hay material suficiente en las tradiciones inglesas radicales, socialistas y liberales para inspirar un sentimiento más positivo de la identidad nacional. Hay sin duda, en esta que es una de las grandes culturas mundiales, suficiente ingenio, energía, creatividad y humor para infundir a la identidad inglesa esperanza y alegría en lugar de dolor y autocompasión”.

Léase español en lugar de inglés, y la conclusión puede servirnos también a nosotros. Hay un patriotismo mucho más coherente con nuestra tradición y nuestra cultura, esperanzado y alegre, que ellos, los patrioteros, no podrán siquiera balbucear.

Nadie ha hecho más que José Luis Rodríguez Zapatero por exhibir públicamente el nombre y la bandera constitucional de España. Sí, en la época de Aznar se izó esa bandera máxima en la Plaza de Colón de Madrid. Y en las afueras de Madrid, los prósperos pueblos del Noroeste (Pozuelo, Boadilla, Majadahonda, Las Rozas...) un día levantaron sus rojigualdas prominentes en las rotondas de entrada (algunas puestas ahí por los mismos constructores de la Gürtel). Pero fue Zapatero quien ordenó integrar la bandera de España (y la europea) en el logo de la “Administración General del Estado”, que pasó a ser, a pesar de la resistencia inicial de sus subsecretarios, “Gobierno de España”. Desde entonces, también durante las legislaturas de Rajoy, la publicidad institucional se cierra por orden ministerial con el ya conocido “Gobierno de España”. Es solo un ejemplo, aunque notable.

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