Señor, no nos lo ponga difícil

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Majestad, a diferencia de muchos –no todos, ni mucho menos– de los lectores de este diario, y en consonancia con la mayoría –aunque no abrumadora– de nuestros compatriotas, a mí me agradaría que a usted le fuera bien como rey de España. Es cierto que hay democracias de primera que son monarquías y los reyes pueden ejercer un útil papel como consuelo de su pueblo en momentos difíciles, como representación de las aspiraciones colectivas y como anfitriones acogedores y simpáticos. Incluso eventualmente como árbitros en situaciones extremas.

Usted además cae bien a muchos. Ha tratado de distinguirse de su padre e incluso se ha sometido a la dura decisión de retirarle recursos y afectos en público. No es usted tan campechano como él, ni falta que le hace en los tiempos que corren. Pero parece más honrado y austero.

Pero a usted no le queda mucho crédito. Y si se empeña en malgastarlo, España será a medio plazo una república. Es verdad que en la historia de España la monarquía ha sido el régimen dominante desde hace siglos. Pero no así en los últimos cien años. La madre de su tatarabuelo, Isabel II, murió exiliada en París. Alfonso XII es una excepción, pero enfermó demasiado joven. Su bisabuelo Alfonso XIII terminó sus días en Roma, tras apostar firmemente por el bando sublevado en la Guerra Civil, y ser traicionado por Franco. Así dijo: "Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso". El dictador luego jugó con su abuelo, Don Juan, como si de un pelele se tratara, humillándole en su exilio portugués.

De su padre el rey Juan Carlos lo sabemos casi todo. Y tampoco morirá entre el fervor de su pueblo, aunque pudo habérselo ganado si se hubiera cuidado más. Él trabajó desde niño por la Corona, solo y sin otra protección que la del dictador. Y se la jugó en varias ocasiones por la democracia acertando en decisiones trascendentales, como promover a Suárez o parar el golpe de Estado de 1981.

De todas las monarquías europeas la suya es la más vulnerable, porque es posible que la España ancestral haya sido monárquica, pero la contemporánea, la de los dos últimos siglos, lo es solo instrumentalmente: si hace su papel, si no causa problemas, si sirve para algo.

Tiene usted más indiferentes que enemigos, aunque no falten estos últimos (nacionalistas, extremistas de derecha y de izquierda). A la mayoría de los españoles la monarquía o la república le da igual, mientras no le ofenda. Si hace 30 años la monarquía era una institución respetada por los españoles, hoy está en una decadencia evidente.

Por eso, señor, es poco comprensible, a menos que usted o la reina tengan otros motivos que se nos escapan, que hayan decidido justo ahora enviar a su hija a estudiar el bachillerato en un colegio privado en el Reino Unido, que ya ni siquiera es un país hermano de la Unión Europea. Usted también estudió en un internado de la élite en Canadá en el último año de escuela. Pero era 1984, y muchos jóvenes de su edad le veíamos a usted con respeto, porque su padre se acababa de ganar el sueldo en la Transición. Más aprecio aún se ganó usted cuando, tras sus estudios militares, supimos que estudiaría la carrera en la Universidad Autónoma de Madrid.

El crédito se va consumiendo y solo ustedes pueden recuperarlo. En medio de una hecatombe social y económica, y de una crisis en su casa como no se recuerda desde los tiempos de Alfonso XIII, quizá no fue buena idea que su hija se marche a Gales a un colegio de casi 80.000 euros anuales.

Seguro que en Girona hay buenos lugares, como por cierto los encontró en Gales el príncipe Carlos, justo antes de ser investido heredero del trono británico. Y si no en Girona, hay decenas de institutos públicos idóneos en Europa.

Algunos, puede que muchos, quisiéramos quererle, majestad, pero tiene usted que ponérnoslo fácil.

Majestad, a diferencia de muchos –no todos, ni mucho menos– de los lectores de este diario, y en consonancia con la mayoría –aunque no abrumadora– de nuestros compatriotas, a mí me agradaría que a usted le fuera bien como rey de España. Es cierto que hay democracias de primera que son monarquías y los reyes pueden ejercer un útil papel como consuelo de su pueblo en momentos difíciles, como representación de las aspiraciones colectivas y como anfitriones acogedores y simpáticos. Incluso eventualmente como árbitros en situaciones extremas.

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