La necesidad era evidente: faltaban votos para parar a un gobierno del PP con la ultraderecha, que habría liderado un retroceso en la defensa de los trabajadores y las clases medias, en feminismo y tolerancia, en la lucha contra el desastre climático, en integración de un país que es plural e históricamente conflictivo en la relación entre sus culturas y sentimientos nacionales diversos, una vergonzante incorporación de España al grupo amenazante y creciente de estados antieuropeístas, defensores del llamado “soberanismo” –curiosamente con las mismas bases ideológicas del separatismo– y que no es otra cosa que un ajado, egoísta y paleto nacionalismo. La necesidad era parar a las derechas, vaya.
Y la virtud consistía en hacerlo con los mimbres que proporcionaba el momento. Es cierto que la posición oficial del PSOE antes de las elecciones, expresada por el propio presidente del Gobierno, era el no a la amnistía. Porque Junts era una fuerza ya minoritaria en Cataluña, que había cedido protagonismo a ERC. Es virtud del político adaptarse a las circunstancias, sopesando lo que se intuye que es interés del país, de un lado, y los sentimientos de los compatriotas, por otro.
La lucha frontal contra el franquismo tenía todo el sentido hasta la muerte de Franco, o al menos hasta que el dictador nombró heredero a Juan Carlos I, pero a la muerte del tirano los líderes de entonces –todos ellos– sopesaron que era conveniente adaptarse a las circunstancias de una monarquía parlamentaria, que amnistió, por cierto, a golpistas, fascistas y algunos criminales que fueron condecorados posteriormente, o que aún podían –y pueden– pasearse por España como marqueses, condes y grandes de España. Los españoles lo toleraron.
Salir de la OTAN resultaba atractivo a los progresistas del momento y era un compromiso del presidente González, pero si España quería entrar en la Unión Europea tenía que aceptar también su contribución a la defensa atlántica. Los españoles lo toleraron.
Negociar con ETA era un anatema, una línea rojísima, pero si el terror impuesto podía ser evitado por evidente razón de Estado, el gobernante del momento (Aznar o Zapatero), tendrían que aplicarse para lograrlo. Esa es la virtud. Y los españoles lo toleraron.
Sánchez ha sido el presidente más vilipendiado de la democracia. Incluso más que Zapatero. A la ristra de insultos se le suma ahora el más grave: golpista, ilegítimo, okupa
La promesa era una economía expansiva con apoyo a los pensionistas, los jóvenes, los empresarios, los dependientes… Pero si España se ve arrasada por una crisis económica mundial y los socios europeos aprietan, las promesas electorales y el programa de Gobierno puede y debe cambiarse. Esa fue la virtud de Zapatero (“cueste lo cueste, y me cueste lo que me cueste”). Los españoles lo aceptaron, al coste conocido de la renuncia del presidente a la reelección.
La necesidad hasta el miércoles eran los votos para parar a las derechas. La virtud está en un programa de Gobierno (en eso consiste un debate de investidura: en contar tu programa) para un país progresista, solidario, tolerante, integrador, pacífico, europeísta. Sánchez desgranó los grandes compromisos para una Legislatura que parte con apoyos parlamentarios superiores a los de otras muchas y con una fragmentación inferior: nuevo Estatuto de los Trabajadores, reducción de la jornada laboral, extensión de la bajada del IVA, subida de la renta media, gratuidad del transporte público a menores, jóvenes y desempleados, reducción de las listas de espera sanitarias, dentista y oftalmología para jóvenes, plan de salud mental, mejoras para el profesorado, incremento de la financiación de investigación y ciencia, Ley de Derechos Culturales para promover el acceso, revalorización de pensiones, simplificación administrativa, garantías para alquileres a propietarios e inquilinos, fomento de la vivienda pública en alquiler, despliegue mayor de energías renovables… etc.
Y sí, también: una amnistía a los afectados por el llamado Procés, que es una propuesta para la concordia y para la solución de un conflicto centenario. Dentro de la Constitución, límite explícitamente aceptado por Junts en el acuerdo firmado con el PSOE, “amparado en el artículo 92 de la Constitución”, un hito del que poco se habla.
Pedro Sánchez ha sido el presidente más vilipendiado de la democracia. Lo ha sido incluso más que Zapatero. A la ristra de insultos se le suma ahora el más grave: golpista, ilegítimo, okupa. Pero lleva dando muestras de una extraordinaria capacidad para resistir en condiciones dificilísimas: llegó desde abajo, recorriendo pueblo a pueblo, venciendo al poderoso aparato del PSOE, que sufría además una acentuada crisis. Como secretario general se negó a dar la investidura a Rajoy tras la segunda repetición electoral, y tuvo que dimitir, dejar su escaño (no se quedó en el gallinero para cobrar su nómina, no) y volver a pelear por su liderazgo, que le fue otorgado plenamente por los militantes.
Se atrevió a plantear una moción de censura que nadie vio venir y por la que tuvo, como ahora, que acordar con los grupos parlamentarios. Triunfó. Trató de acordar con Ciudadanos y lo hizo finalmente con su enemigo íntimo, Podemos (recordemos que ambos posibles socios eran necesarios y se vetaron mutuamente). Resistió las discrepancias dentro de su Gobierno sin mover una ceja, con autoridad pero con mano izquierda.
Y hasta aquí hemos llegado: a una mayoría plural, que deja solo al PP con la ultraderecha y que tiene cuatro años para desplegar una agenda social, económica e internacional progresista, solidaria, abierta, europeísta.
Hacer de necesidad virtud. Esto es.
La necesidad era evidente: faltaban votos para parar a un gobierno del PP con la ultraderecha, que habría liderado un retroceso en la defensa de los trabajadores y las clases medias, en feminismo y tolerancia, en la lucha contra el desastre climático, en integración de un país que es plural e históricamente conflictivo en la relación entre sus culturas y sentimientos nacionales diversos, una vergonzante incorporación de España al grupo amenazante y creciente de estados antieuropeístas, defensores del llamado “soberanismo” –curiosamente con las mismas bases ideológicas del separatismo– y que no es otra cosa que un ajado, egoísta y paleto nacionalismo. La necesidad era parar a las derechas, vaya.