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¿Y después ya veremos?

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Todo deja una impresión de incomprensible despropósito. Lo más coherente es precisamente el nombre de la candidatura, Junts pel si, que define exactamente la realidad de ese grupo de hombres y mujeres: lo único que les une es su deseo de independencia para Cataluña. Lo cual está muy bien para un primer paso, pero no parece equipaje aconsejable cuando en el segundo se intente ir en una dirección concreta. Democristianos de la burguesía catalana de siempre, republicanos de izquierda, activistas de movimientos ciudadanos. Y por si eran pocos, ahora pendientes del voto de quienes se confiesan y ejercen de formación antisistema.

Reconozco que tengo desde hace tiempo serias dificultades para comprender que alguien de izquierdas sea al mismo tiempo nacionalista. Me sucedió con la llamada “izquierda patriota” vasca y desde hace tiempo con la Esquerra Republicana catalana. En general, con toda la izquierda que se autodenomina “nacionalista”. Siempre entendí, supongo que erróneamente, que el internacionalismo, la igualdad sin fronteras, era condición sin la cual la izquierda o no lo era tanto o directamente no podría definirse como tal. El tiempo y la actitud de esta izquierda no me han sacado de dudas. Y ahora que las posiciones heredadas del XVIII se van diluyendo en modernidades cargadas de tonos moderados y pragmatismos, me temo que nunca conseguiré aclararme.

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Mucho menos con paisajes, realidades y movimientos como el que nos está dejando la política catalana en esta semana en que, ingenuamente, creí que la CUP sería una excepción coherente en todo este lío cuando anunció que mantenía su no al democristiano Mas como President y renunciaba a su reclamación inmediata de independencia a la vista de que la victoria en diputados de JPS no lo era en porcentaje de votos favorables. Menos de una semana después, ya están buscando un artificio “coral” para apoyar a Mas sin que la sonora contradicción haga demasiado ruido.

Un Artur Mas, representante hasta hace una temporada de la más conservadora y tradicionalista burguesía del nacionalismo catalán, hijo político de un olvidado Pujol que fue durante décadas la encarnación de la “realidad catalana”, y que esta semana, en el colmo del paroxismo victimista tan del nacionalismo de por aquí, ha llegado a criticar al Estado supuestamente por impulsar una decisión judicial de imputación que tanto le beneficia políticamente que sus abogados intentaron que esa decisión –del Supremo Catalán, no de otro tribunal– se anunciara durante la campaña electoral.

Reconozco que no consigo entender nada en este puzle. Nada. Pero seguramente estoy equivocado o me falta información. A no ser que todo este barullo no sea sino el reflejo de una realidad más que inquietante: que alguien está utilizando en beneficio propio el sentimiento nacionalista para situarse en el momento presente o pasar a la historia como el gran hacedor o hacedores. Sin pensar que la historia tiene perspectiva y que si uno quiere hacer o deshacer probablemente deba, en rigor, saber a dónde quiere ir y, sobre todo, por qué y con quien navegar. Y todavía, que yo sepa, nadie ha dicho en qué se parecen la Cataluña que quiere Mas y la que está dispuesta a apoyar la CUP. Porque alguna querrán, supongo. Y me imagino que no serán la misma cosa.

Todo deja una impresión de incomprensible despropósito. Lo más coherente es precisamente el nombre de la candidatura, Junts pel si, que define exactamente la realidad de ese grupo de hombres y mujeres: lo único que les une es su deseo de independencia para Cataluña. Lo cual está muy bien para un primer paso, pero no parece equipaje aconsejable cuando en el segundo se intente ir en una dirección concreta. Democristianos de la burguesía catalana de siempre, republicanos de izquierda, activistas de movimientos ciudadanos. Y por si eran pocos, ahora pendientes del voto de quienes se confiesan y ejercen de formación antisistema.

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