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Doñana en el tiempo: por un pacto de sensibilidad

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Jesús Casas | Eduardo Crespo

UNESCO ha vuelto a alzar la voz de alarma sobre Doñana. Se diría que solo así, con la amenaza del desprestigio internacional, somos capaces de poner algo de atención en un asunto de mucho calado que acumula décadas de retraso en su resolución definitiva, satisfactoria y duradera. Porque estabilizar y respetar Doñana de una vez por todas es un objetivo trabajoso, pero totalmente factible, y sobre todo, absolutamente irrenunciable para una sociedad que se dice avanzada. Doñana es el primer emblema ecológico de España, y se merece, y necesita, un acuerdo general de sensibilidad que la sitúe para siempre a salvo de las sucesivas vorágines transformadoras.

Desde tiempo inmemorial, Doñana ha sido sitio de frontera, punto de encuentro, territorio híbrido. De arena y arcilla, de coto y marisma, de abandono y deseo, de poder y sumisión. Un lugar complejísimo, que para nada responde al falso mito de naturaleza virgen, sino más bien a la realidad amalgamada de una coexistencia laboriosa entre un medio natural excelso y una presencia humana que cuenta ya cinco mil años, si no más. El conflicto no supone novedad ni sorpresa en las tierras del Bajo Guadalquivir. Es desde la comprensión del conflicto, con generosidad e imaginación, como hay que dibujar la respuesta.

La historia contemporánea de Doñana se inicia con dos hitos: El establecimiento de la Estación Biológica en 1964 y la declaración del Parque Nacional en 1969. A partir de la visión lúcida de un puñado de sabios y entusiastas pioneros, el Estado español recoge, canaliza y fomenta el deseo de la sociedad de preservar un icono, y su decisión de otorgarle el más alto grado de protección. De los miles de espacios naturales protegidos que hay hoy en España, solo quince son o incluyen parques nacionales, y solo uno, Doñana, reúne todas las mayores distinciones mundiales.

Esta realidad, tanto o más vigente hoy que nunca, debe ser premisa de cualquier solución. Hace muchos años que sabemos que el desarrollo territorial de Doñana no puede dejar de ser coherente con la exigencia de preservar su integridad ecológica. En el camino, se superaron pronto las tentaciones aislacionistas, las “campanas de vidrio” que pretendían separar a los ecosistemas de Doñana de las gentes de Doñana, como si eso fuera en algún modo posible. Desde hace al menos treinta años resulta ya incuestionable que la sociedad local, potentísimamente vinculada a su entorno, debe ser protagonista principal en el trazado de los rumbos, en la definición respetuosa del futuro. Y para este enclave ya está establecido un modelo de sostenibilidad territorial. El rechazo social abrumador a recurrentes cantos de sirena que abogan por resucitar la faraónica carretera costera entre Huelva y Cádiz habla claramente de la madurez alcanzada en este territorio.

Y sin embargo, de forma reiterada y cansina, como auténticos deja vu con opacos apoyos políticos y financieros, resurgen y se abren paso una y otra vez proyectos desnaturalizadores, por más que se tilden de supuestamente sostenibles para el progreso de la comarca. No solo se mantiene de forma vergonzante una miríada de pozos ilegales. Además, y con el argumento de su legalidad por la zonificación del espacio, pero siempre lejos de toda coherencia con los valores del lugar, y sin una pizca de ética ambiental, proliferan al borde mismo del parque nacional iniciativas de infausta minería clásica, de fracking, de gaseoductos, de dragado fluvial. Una situación de permanente beligerancia sencillamente insoportable por una Doñana cercada, atosigada y debilitada, cuya extensión no transformada apenas alcanza ya a una quinta parte de lo que un día fue.

Si Doñana ha de sobrevivir, si ha de restaurar su esencia, si ha de mantener su sublime distinción ecológica, su capacidad de cohesión e inspiración social, su condición de símbolo extraordinario, será porque la sociedad en su conjunto así lo quiera activamente, y reclame de sus representantes en todos los ámbitos y niveles un pacto general de sensibilidad y respeto, que garantice indefinidamente una Doñana sin amenazas, sana, poderosa, y digna del futuro. Un pacto que desde aquí nos permitimos demandar. Muchas gracias.

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Jesús Casas Grande es exdirector-conservador del Parque Nacional de Doñana.

Eduardo Crespo de Nogueira y Greer es exdirector adjunto del Parque Nacional de Doñana.

UNESCO ha vuelto a alzar la voz de alarma sobre Doñana. Se diría que solo así, con la amenaza del desprestigio internacional, somos capaces de poner algo de atención en un asunto de mucho calado que acumula décadas de retraso en su resolución definitiva, satisfactoria y duradera. Porque estabilizar y respetar Doñana de una vez por todas es un objetivo trabajoso, pero totalmente factible, y sobre todo, absolutamente irrenunciable para una sociedad que se dice avanzada. Doñana es el primer emblema ecológico de España, y se merece, y necesita, un acuerdo general de sensibilidad que la sitúe para siempre a salvo de las sucesivas vorágines transformadoras.

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