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¿‘Dress Code’?

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El sábado, a la hora de los Goya, teníamos una fiesta. Ni siquiera me había quitado el abrigo cuando alguien me asaltó: había oído que Pablo Iglesias llevaba esmoquin en la fiesta del cine.

–Es un montaje, seguro. ¿A qué sí?– me interpelaba.

Siempre me apena desmentir estas cosas porque animan las noches locas y dan de comer a mucho liante, pero dije la verdad:

–Lo he visto antes de venir. Pablo de esmoquin, Pedro de traje pero sin corbata. – ¿Lo has visto? ¿Dónde? ¿En Twitter? ¡Es un montaje! – No, no. Lo he visto en El País.

Y con la mención de “el periódico global en español”, les fastidié el rumor y lo convertí en noticia.

–Pues, perdóname, pero la ha cagado.

–Eso no lo puedo desmentir.

–Lo digo en serio. Va casi en chanclas al Congreso y, para una fiesta, se alquila el esmoquin y se coloca la pajarita.

– (…)

Siguió hablando, pero yo sólo contestaba con puntos suspensivos.

Desde que me callo para no meterme en líos, soy más aburrida y las fiestas se me acaban antes. Así que mi interlocutor me cambió por una persona con opiniones y yo me entretuve buscando almas hasta la madrugada.

Cuando llegué a casa, ya habían acabado los Goya pero en twitter todavía graznaban los que aplaudían a Pablo y su pajarita y criticaban que Pedro Sánchez no hubiera leído el dress code de la invitación. Graznaban y no decían nada del rey de la noche, Cesc Gay, que fiel a sí mismo, tampoco llevaba esmoquin (ni corbata). A los Goya hay que ir como Cesc, armados de talento.

Abandoné twitter, pero no me podía dormir porque vivo en zona de botellón adolescente (¡cuán gritan esos malditos!, Manuela) así que me puse a hurgar en la tecnología de la fiesta. Lo último, en Madrid, es que las invitaciones te lleguen en forma de app: te la bajas y allí tienes todo. La dirección, los invitados, la música, el dress code… Puedes indicar tus alergias y tus marcas alcohólicas favoritas para que la resaca sea conocida, pero, eso sí, la descarga implica un estricto acuerdo de confidencialidad: te comprometes a ver y comentar las fotos sólo dentro de la app.

El de la fiesta era un dress code sensato y generoso: “¡venid guapos, que lo sois!”dress code. Pero ése no era el de los Goya y volví a mis dudas: ¿es el dress code un intento de uniformarnos, una frivolidad para ordenar la alfombra roja o una estupidez? ¿Es machismo que las mujeres tengan que maquillarse y enfundarse un vestido que garantice su tipazo?

“Iban muy elegantes nuestras actrices”, me dijo mi madre al día siguiente, orgullosa y positiva. Pero yo ya estaba enfurruñada:

–¿Tú crees que ellos se maquillan?

–Alguno, seguro.

–¿Y sabes que los guionistas tenían que entrar por la puerta de atrás, que no los querían en la alfombra roja?

–(…)

–Someterse a esa alfombra roja, dejar que les puntúen las webs de moda, que los despellejen los tuiteros… El trabajo de la gente del cine no es ése, sino hacer grandes pelis y este año han cumplido con creces…

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–Relativiza un poco, que te ahogas.

Vale. Relativizo. Intento olvidar la alfombra roja, la puerta trasera de los guionistas, que las pelis de Fernando León e Isabel Coixet (¡y El negociador!) merecían más y que El club no estaba nominada entre las iberoamericanas. Me olvido también de las gracias sin gracia ("Del 1 al 10, ¿cuánto estás de buena?", le preguntó Dani Rovira a Inma Cuesta unas horas antes de que Évole nos pusiera delante del espejo del machismo).

Me olvido de todo menos del cine extraordinario de este año y de dos frases: una de Darín ("Señores políticos, hagan algo por la cultura porque es lo que hay que hacer") y otra de Natalia de Molina (“El cine también gana cuando se le da más espacio a las mujeres").

El sábado, a la hora de los Goya, teníamos una fiesta. Ni siquiera me había quitado el abrigo cuando alguien me asaltó: había oído que Pablo Iglesias llevaba esmoquin en la fiesta del cine.

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