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¿Elena?

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Un hombre trajeado, con corbata y cara de buen padre, intenta convencer a una pandilla de adolescentes de que no arranquen las bicis de los postes municipales. “Estas bicis las pagamos todos. ¿Por qué no os abonáis al servicio, que no es caro?”

–Porque podemos pillarlas sin pagar. ¡Porque podeeemooos…!

Y ese “podeeemooos” se cuelga, haciendo eco, en esta elegante avenida mientras los adolescentes se despeñan por la cuesta, dos en cada bici, uno sentado, otro de pie. Es una calle rodeada de colegios y cada esquina hay una bici municipal abandonada (una bici y una pareja de teckels. No me preguntéis por qué: es el barrio de los teckels en pareja).

Observo al señor conmovida, admirada, por su paciencia, su educación y su defensa del bien común, y él me devuelve la mirada sin sonreír.

–Tú eres La novia de papá.

Lo dice sin preguntar. Lo dice constatándolo, como si yo lo dudara (que a veces lo dudo). Y por eso busco la cara y el nombre del tipo en todos mis archivos, pero no consigo reconocerlo.

–Sí –contesto tímida, como pillada en falta–.

–Yo no te leo, pero tú pareces leerlo todo.

–No todo –niego en un tono aún más apagado–.

(Me esfuerzo mucho en no dejar pistas y que no me reconozcan por la calle: vendo pocos libros y tengo una foto borrosa en twitter, pero a veces me encuentran. Suele ser algún lector generoso, encariñado con alguna de mis estupideces. Éste no: este señor es puro rigor administrativo).

–¿Has leído a Elena Ferrante?

La pregunta la hace gritando, en ese tono incisivo que enseñan en algunas escuelas de negocios, y yo le contesto en una voz ya casi inaudible:

–No, no la he leído.

–(…)

–No me he atrevido.

El señor ya no me escucha y no puedo justificarme: ante la expresión “fenómeno editorial”, se despierta todo mi escepticismo.

***

Avergonzada, compro el primer libro de la tetralogía Dos amigas. La amiga estupenda. Y leo a Elena Ferrante mientras roncho qué demonios significa “fenómeno editorial”. ¿Ventas? ¿Cuántas? ¿O tiene que ver con que ningún medio de comunicación ha hablado jamás en persona con la autora (o autor) que firma estos libros?

(Como Salinger, pero a lo bestia. Sólo que Salinger escribió una obra de arte y luego se escondió. No escribió desde el anonimato “un fenómeno editorial”).

Sigo leyendo. Elena Ferrante tiene grandes virtudes, pero la leo y crece mi desconfianza hacia los “fenómenos editoriales”; petardos que disparan los periodistas inspirados y que se rematan con una faja que cita al New York Times y un puesto especial en la mesa de novedades.

***

Acabo el libro y salgo de casa corriendo porque llego tarde al teatro.

El señor de la corbata está otra vez junto al poste de las bicis. Le pido ayuda para desanclar la mía (con abono) y él me aparta: “No tengo tiempo, pero ojo que hay contaminación”. Intento que se apiade de mí:

–Por favor… Que ya he leído a Elena Ferrante.

¿Y a mí qué me cuentas?

El tipo se quita la cara de buena persona y arranca su bici dejando detrás la estela de su maldición:

–Nunca serás como ella.

No me inmuto y echo a andar hacia el metro hablando sola: “También he leído La pista de hielo, de Roberto Bolaño, porque me gusta leer libros menores de grandes genios. Y me ha quitado la angustia”.

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El señor no me contesta, claro. Ni siquiera está. Aún así, lo siguiente lo confieso en voz muy baja porque algunos culturetas aún no han desintegrado sus prejuicios hacia las series: “Y, aunque no me lo hayas preguntado, estoy irremediablemente enganchada a The affair, pero sólo me gustan dos de los cuatro puntos de vista”The affair.

Me sueno a mí misma como una loca pedante, así que apago el cerebro hasta que, tres horas después, un alma caritativa de “Los Asturianos” me da alimentos sin gluten. Mis amigos hablan alto pero no de Elena Ferrante: están fascinados por TransparentTransparent, una serie imprescindible, honesta y radicalmente libre. Vamos desgranando escenas y diálogos, como si estuviéramos reviviendo nuestras propias batallitas. Nos reímos fuerte. Pienso: “Si mañana veo al señor de las bicis, le diré que…”. No. La verdad es que no. Si mañana veo al señor de las bicis no le diré nada.

Esta noche va a acabar mañana.

Un hombre trajeado, con corbata y cara de buen padre, intenta convencer a una pandilla de adolescentes de que no arranquen las bicis de los postes municipales. “Estas bicis las pagamos todos. ¿Por qué no os abonáis al servicio, que no es caro?”

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