A tenor del devenir de los acontecimientos, parece cada día más difícil que la decisión de Íñigo Errejón de iniciar un proceso de primarias junto con Manuela Carmena pueda encontrar arrope alguno en el seno de Podemos. Más bien cada día se acerca más el desenlace de un desencuentro gestado años atrás, como han recogido bien numerosos artículos y crónicas estos días.
Seguro que la ruptura entre Iglesias y Errejón tiene componentes personales –¿qué no lo tiene?–, pero hay un claro elemento de diferencia política que ha ido tomando cuerpo con el tiempo. Ya en Vistalegre II se plantearon dos proyectos políticos distintos cuyas concreciones se han ido plasmando en las diferencias entre los dos líderes ante asuntos como la valoración de la posición de Podemos en 2015 oponiéndose a un acuerdo con el PSOE, o la última de ellas: la reacción a los resultados de las elecciones en Andalucía. Dos proyectos diferentes con opciones estratégicas dispares y liderazgos enfrentados era muy difícil que pudieran resistir mucho tiempo bajo las mismas siglas.
Parece previsible que la crisis abierta no se quedará en Madrid, sino que se extenderá con rapidez a otras comunidades autónomas. En unos casos, porque las diferencias de las organizaciones periféricas con la dirección central de Podemos ya era manifiesta. En otras, porque las tensiones internas de dichas organizaciones se van a agudizar. En cualquier caso, parece que el mapa de la izquierda, en Madrid y en otros sitios, se va a complicar, con su correspondiente repercusión en las próximas elecciones generales y en la configuración de las listas para las europeas. En estas últimas, Compromís ya ha anunciado que formará candidatura con ChA, Por Un Mundo Más Justo (PUM+J) y Més per Mallorca, y quiere incorporar a Nueva Canarias mientras mantiene la puerta abierta para parte de En Marea, en función de cómo resuelva sus problemas internos la confluencia gallega de Podemos. La deriva y resolución final del affaire Más Madrid influiráaffaire sin duda en la configuración de otras opciones.
Dicho lo cual, ¿puede convertirse esta situación en una oportunidad para las fuerzas progresistas? Si la derecha en Andalucía, dividiéndose, ha multiplicado el resultado llegando a parte del electorado al que el PP ya no seducía y que no estaba al alcance de Ciudadanos, ¿no podría tener esto un correlato en la izquierda de la Comunidad de Madrid?
A diferencia de lo que ocurre en las elecciones generales, en la comunidad de Madrid los votos se reparten en una única circunscripción con una barrera electoral del 5%. Eso hace que el mayor número de opciones de izquierda no tenga por qué suponer forzosamente una penalización siempre que las tres previsibles candidaturas, la de PSOE liderada por Gabilondo, la de Más Madrid con Errejón al frente y la que presente Unidos Podemos (si es que finalmente hay lista conjunta de IU y Podemos), superen la barrera del 5% y obtengan representación. Además, con alguna excepción, los tres pueden llegar a electorados progresistas diferentes, máxime cuando la lógica de la competición electoral les obligue a reposicionarse. Gabilondo, que puede compartir buena parte de electores con Errejón y ser uno los damnificados de la nueva opción Más Madrid, podría situarse algo más en el centro disputando así terreno a Ciudadanos, y Unidos Podemos no tendrá dudas en lanzar mensajes dirigidos a un público más antisistema. Más Madrid quedaría en la posición central de las tres fuerzas.
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¿De qué puede depender entonces que los tres obtengan representación? Fundamentalmente, como vienen señalando muchos analistas, de que la izquierda encuentre estímulos para ir a votar y evite la tentación de quedarse en casa el domingo electoral. Es decir, de que la situación movilice más que desmovilice, como ha ocurrido en la derecha andaluza. En esto pueden influir dos elementos: en primer lugar, la ofensiva de una derecha subida de tono y sin complejos que abraza cada día de forma más clara el discurso postfascista. En segundo, que las opciones de la izquierda, que tienen proyectos distintos, muestren su voluntad inequívoca de llegar a acuerdos que les permitan gobernar en torno a políticas concretas. Y no sería de extrañar –considérese una hipótesis para su estudio– que saliera reforzado quien menos líneas rojas situara en el frontispicio de su programa y más disposición al acuerdo mostrara.
Para ello sería imprescindible resolver la ruptura, escisión o lo que finalmente se produzca en el seno de Podemos aplicando los principios de la laicidad: cambiar el resentimiento, las líneas rojas y los principios sagrados traicionados por un reconocimiento del otro, de su aportación y de lo que puede seguir desarrollando. Como sabe bien cualquier persona que ha pasado por un proceso de separación o divorcio, siempre hay un bien máximo a proteger, más allá de los hijos: la dignidad personal. Machacar al otro con los peores calificativos supone reconocer tu fracaso y los años de tu vida tirados por la borda.
La crisis que ha estallado en Podemos no es nueva ni tiene marcha atrás. Se podría decir, mirada en perspectiva, que tampoco es de extrañar en un partido nuevo con un crecimiento meteórico y tan peculiar. Ahora toca gestionarla con la mirada puesta en lo que debería ser la función de todo partido: gobernar para transformar la sociedad en línea con su propuesta política. Después de las primarias vendrá la campaña, luego la cita electoral, y finalmente la posibilidad –en algunos sitios– de llegar a acuerdos que permitan a la izquierda gobernar. Si hace unos días hablábamos aquí de la experiencia portuguesa, hoy puede ser un buen momento para aprender de ella. Si se consiguiera, la izquierda en su conjunto daría un ejemplo de madurez y pragmatismo que buena parte de la sociedad espera encontrar. Y de paso podríamos empezar a ver, por fin, qué había de nuevo en eso de la nueva política.
A tenor del devenir de los acontecimientos, parece cada día más difícil que la decisión de Íñigo Errejón de iniciar un proceso de primarias junto con Manuela Carmena pueda encontrar arrope alguno en el seno de Podemos. Más bien cada día se acerca más el desenlace de un desencuentro gestado años atrás, como han recogido bien numerosos artículos y crónicas estos días.